Capítulo 45: El Despacho De Dumbledore

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Cuando el resto de los chicos que dormían en el cuarto de Harry empezaron a despertarse, él ya había dejado de llorar. Seguía apretando la cara contra la almohada para ahogar los quejidos que de vez en cuando lograban vencer la resistencia de sus labios mordidos. Un nudo de angustia se apretaba poco a poco en su estómago, tanto por lo que Severus estaría haciendo como por el miedo a que lo vivido en Navidades, en Grimmaund Place, se repitiese paso por paso.

-¡Harry! -escuchó que Ron le llamaba desperezándose, desde su cama- ¿Vas a bajar a desayunar ahora o esperas a que me duche?

-Espero -susurró intentando que su voz sonase firme, después de entreabrir los doseles para que esa apertura permitiese la salida del sonido de su voz- no tengo prisa, tranquilo.

La sola mención de la comida le revolvía el estómago.

Pasó el tiempo. Un minuto interminable. Dos. Harry se aferró en silencio el antebrazo y cerró los ojos. Tres minutos. Cuatro. Los chicos poco a poco fueron abandonando la habitación. Y Harry intentó concentrarse en otra cosa. En cualquier otra cosa. Ocho minutos. El dolor y la angustia empezaron a obsesionarle mientras miraba fijamente los doseles inmóviles de su cama. Estaba sólo en la habitación. Se permitió un gemido ahogado contra la almohada. Nueve minutos. Diez. El agua se escuchaba correr en el baño, donde sólo quedaba Ron duchándose.

No pudiendo soportarlo más sacó la cabeza por la parte baja de la cama y se sumergió en su baúl para sacar de él el primer libro que encontró. Ni siquiera se fijó en cual era. Ni siquiera se dio cuenta de que no era suyo, sino de la sección prohibida de la biblioteca. Un libro de tapas negras y letras nacaradas, algo tétrico, que debería haber devuelto hacía meses, después de terminar el trabajo de pociones. El mismo libro en el que había descubierto qué era exactamente aquella sustancia que Dumbledore bebió en la cueva donde encontraron el falso guardapelo.

Tampoco se fijó demasiado en las palabras que leía mientras, con los dientes apretados, maldecía en silencio a Voldemort y a toda su ascendencia. Doce minutos. Quince. Ron salió de la ducha. Estaban solos en el cuarto. Harry cerró de golpe el libro por la página ciento sesenta y seis, que encabezaba el título de una poción que Harry leyó sin realmente leer; La muerte dulce.

Miró entonces el título del libro de letras nacaradas y sintió una extraña congoja, como la última vez que lo había visto.Sustancias y pociones altamente peligrosas. Desvió la mirada mientras de pronto una nueva visión de cierta poción se perfilaba en su cabeza sin que él se diese ni cuenta. Volvió a acariciar sus labios con la lengua, como la primera vez que leyese aquello, sin ser consciente del movimiento autómata. Acarició ausente la portada del libro y se sobresaltó notablemente cuando escuchó la voz de Ron a apenas centímetros de donde él se encontraba.

-¿Todavía no te has vestido, Harry? -rió Ron mientras se acercaba a su propia cama y dejaba el pijama y la toalla mojada sobre la misma sin molestarse demasiado en colocar un poco todo el estropicio.

Poco después, Harry vio su figura a contraluz acercándose a su cama, a través de los doseles aun cerrados de la misma. Se esforzó en conseguir una máscara de indiferencia mientras colocaba bien la almohada, escondía bajo ella el libro, apoyaba la nuca sobre ésta, y se secaba el rostro con las sábanas.
Los doseles de la cama se abrieron. La luz mañanera hirió los ojos de Harry.

-Ah bueno, sí que te has vestido -murmuró Ron al verle con la túnica de Gryffindor puesta. Sin saber que, realmente, lo que no había hecho era desvestirse.

-¿Vamos? -preguntó Harry mientras se incorporaba. Ron asintió con la cabeza y exasperado un tanto por la lentitud de los movimientos de su amigo, le agarró por el brazo y tiró de él hacia la salida. No estaba mirándole cuando Harry mutó su expresión durante unos segundos a una de dolor contenido.

Secuestrado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora