Capítulo 10: Lágrimas

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Cuando despertó se sentía como si una apisonadora hubiese pasado por encima de su cuerpo. Pero al menos se encontraba solo en el cuarto. Aunque eso no era un gran consuelo.
Intentó incorporarse, pero no pudo, pues un dolor horrible en su trasero le empezó a marear. De repente la realidad cayó sobre su dolorida y adormilada conciencia, y todo rastro de somnolencia desapareció de su cuerpo. En ese momento, en la fría mañana, con los débiles rayos de sol filtrándose por la ventana, al fin comprendió todo lo que había pasado. Había sido violado por su peor enemigo, minutos después de que su mejor amiga fuese asesinada en su presencia. No había visto el cuerpo de Hermione, pero lo había oído caer, y sólo ese sonido bastaba para que pudiese ver, con claridad, la postura de la chica, la expresión de sorpresa en su rostro al verse sorprendida por la muerte de forma tan repentina, como Cedric Diggory, como tantos otros. Pero esta vez era ella. Era Hermione. Su hermana. Y no podía soportarlo.

Empezó a temblar, acurrucándose sobre sí mismo dándose cuenta de que las cuerdas habían desaparecido, incapaz de controlar su propio cuerpo, como no había podido controlar su destino. Lord Voldemort le había robado a su mejor amiga y su virginidad, y de nuevo era algo que, como sus padres, su padrino o su director, nunca podría devolverle.

Levantó la cabeza todo lo que podía, y vio con horror las ensangrentadas sábanas. Sintiendo como volvía a marearse volvió a reposar la nuca sobre la almohada. Tenía un nudo en la garganta, un nudo de miedo, impotencia, asco y desesperación. ¿Cómo habían llegado a aquello? Lord Voldemort desde siempre había querido matarlo, y si bien no había entendido el motivo hasta su quinto año de escolarización, lo había aceptado y medianamente asimilado. Pero aquello, lo que acababa de hacerle, estaba completamente fuera del alcance de su comprensión.

Volvió a incorporarse cuando un sonido llegó a sus oídos, procedente del otro lado de la puerta. Justo cuando Harry se cubría con la sábana y tapaba el rastro de sangre que había en el colchón, la puerta se abrió, dando paso a un sonriente Lucius Malfoy, seguido de cerca por su hijo. Ambos vestidos con el atuendo de los Mortífagos y con sus máscaras colgadas del cinto.

Harry se tensó y el nudo que tenía en la garganta se apretó. No quería que nadie le viese en aquella situación. No podía soportar la humillación y el dolor de su alma en la soledad; y menos aun frente a los dos Mortífagos. De pronto fue consciente de que sus mejillas estaban empapadas en llanto. Fue consciente, de que, de hecho, más y más lágrimas salían de sus ojos sin siquiera ser sentidas. A punto estuvo de levantar una mano para secarlas, pero después pensó que, al fin y al cabo, ¿qué más daba ya?
El mayor de los Malfoy simplemente se sentó en una de las mullidas sillas que había cerca de la entrada y miró la escena con curiosidad morbosa, mientras su hijo se quedaba en pie indeciso. Harry apreció un intercambio de miradas y entonces Draco se aproximó al armario, sacó de él una túnica negra como la que ellos vestían y unos calzoncillos oscuros y se acercó a la cama.

Harry miró a Draco, luego la túnica; y finalmente la cama donde estaba sentado, abrazando sus rodillas y cubierto con la blanca sábana. Suspiró y alargó el brazo izquierdo, completamente desnudo. Una mueca de asco se formó en su rostro al ver la negra marca; enrojecida en todo su alrededor. Malfoy le entregó la ropa interior y la túnica, que Harry se colocó como pudo sin dejar caer la sábana hasta que no estuvo completamente cubierto por la ropa. Entonces se levantó apresurado y se dirigió al baño.

Consiguió llegar al anexo, pues estaba muy cerca de la cama, pero una vez dentro y con la puerta cerrada tuvo que agarrarse al lavabo y permanecer así durante unos segundos. El dolor de sus tobillos era demasiado, y el de su trasero lo superaba con creces. Aunque, sin duda, el peor de todos era el de su alma.

Entonces la negra capa se escurrió de sus hombros y Harry se vio reflejado en el gran espejo que había frente al lavabo. Estaba delgado, demasiado delgado; el pelo sucio y desordenado le hizo recordar el aspecto de su padrino la primera vez que se vieron. Tenía todo el torso, y suponía que la espalda, lleno de cicatrices y de costras que empezaban a caerse. Las muñecas estaban enrojecidas e incluso en algunas partes sangraban; al igual que los tobillos. Un hilillo de sangre corría por su pierna derecha; hasta el suelo, donde poco a poco se fue marcando la figura de su pie. Miró entonces su rostro; y no se reconoció. Unas profundas ojeras enmarcaban sus ojos, de los que salía un rastro enrojecido y empapado por el llanto. Estaba pálido; mortalmente pálido. Tragando saliva con dificultad desvió la mirada de su propio reflejo, incapaz de soportarlo más. Permaneció unos segundos inmóvil, sin mirar a ninguna parte, ausente... sumido en su desesperación. Notando cómo las lágrimas escurrían por sus mejillas con velocidad para finalmente resbalar de su barbilla al suelo, donde caían una tras otra. Finalmente, y sin ser plenamente consciente de sus actos, se introdujo lentamente en la bañera, tras abrir el grifo y templar el agua.

Secuestrado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora