1

41 3 1
                                        

La muerte impregnaba cada rincón de la cadena de montaje con sus alas alquitranadas. Estaba ahí presente, entre las tablas de metal chirriantes que cubrían el suelo, entre las herramientas amontonadas con las que trabajaban día y noche sin descanso y en fila, entre las goteras que invadían el techo, cuyas gotas de agua sucia caían y se estrellaban contra el frío suelo metálico, y, sobre un jergón improvisado donde un hombre se estaba muriendo.

Tumbado sobre el frío solado de acero, aguardaba aquel viejo trabajador a la inquebrantable Segadora. La joven que se encontraba de rodillas a su lado, sosteniéndole la mano, reprimía en silencio sus ganas de llorar y se aferraba al brazo de aquel hombre, como si aquel gesto pudiera impedir que la muerte se lo llevara.

El anciano tosió de nuevo, las manos de la joven apretaron con fuerza las suyas, casi con desesperación. Miró alrededor; allí moriría dentro de aquel mundo frío y desgarrador, donde la luz del sol apenas visitaba sus mustias pieles grises para darles un tono saludable y donde la gente no dejaba de trabajar hasta que ese frío ángel de hiel se presentaba con su guadaña recién afilada.

Vanka se había ido, pero su querido nieto no tomó esa decisión; se lo llevaron tras rebelarse contra el sistema al que estaban sometidos y liberar a varios obreros de las galerías. Cada vez que el viejo lo recordaba, la rabia invadía su fuero interno y sus toses se volvían más virulentas.

La muerte reclamaba su cuerpo fatigado. Reunió las últimas fuerzas para evadirla unos instantes.

—Vera. —Pronunció el hombre, con dificultad—. Vera, pequeña, escucha a este viejo moribundo escupir sus últimas palabras.

—Abuelo —dijo la joven, conteniendo el llanto.

—Los muros... Los muros de los Notables se alzan inexpugnables. Y no es por la riqueza, no, esos muros no están hechos de piedra, acero o ladrillo como esta fábrica en la que nos mantienen presos. Son muros de miedo, de auténtico terror, Vera, auténtico terror. Ellos, los que mandan, los que viven bien y nos explotan de esta manera, nos temen, con su miedo levantan esos muros para alejarnos de una verdad que nos fue prohibida hace mucho tiempo...

—Lo sé. —Vera tenía un nudo en la garganta—. Al menos aquí no nos hemos muerto de frío... Al menos han servido para mantener el calor de nuestros cuerpos... A falta de una buena manta...

El anciano sonrió al ver el esfuerzo que hacía la joven por minimizar sus sufrimientos.

—Volverás a ver a Vanka, estoy seguro. —Su sonrisa se amplió cuando vio el gesto de la joven al pronunciar ese nombre—. Lo volverás a ver. Juntos haréis que las peores pesadillas de los Notables se hagan realidad. Juntos haréis que vivan sus miedos. Juntos, la Hoz y el Martillo y la Estrella... Tu nombre, Vera, recuerda tu nombre. Cuando te recogí aquí dentro, atrapada entre una de las máquinas de remache y vi tu carita reluciente a pesar de la mugre, supe que tenía que llamarte así. Significa fe.

Ella asintió, guardó un respetuoso silencio y escuchó con atención.

—Primero recogí a Vanka hace ya tantos años... Más de veinte, creo recordar... Os he intentado dar la mejor vida posible porque... —Tosió de nuevo varias veces ante la mirada horrorizada de la chica—. No... No habéis vivido bien trabajando en la fábrica. No obstante, os he dado una familia, pese a que no nos unen lazos de sangre. Pero soy vuestro abuelito del alma. Tienes que recordar eso.

La tos le interrumpió, se puso la mano que tenía libre sobre el vientre ensangrentado y aferró la de Vera con la otra.

—Abuelo —dijo la muchacha con voz quebrada, luchando contra las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos—. Te vengaré, Abuelo Zaitsev, acabaré con aquellos que nos han hecho esto. Y juro también que encontraré a Vanka y que juntos, hasta morir si es necesario, derrocaremos a los Notables y a su maldito sistema. Seremos libres, Abuelo, Vanka y yo liberaremos a los demás.

—Sí. —La mirada que el anciano le dedicó a su pequeña, rebosaba orgullo y de pronto se tornó sombría—. Vera, hay algo que debes saber. Algo importante.

—Abuelo... ¿Qué sucede? —dijo desconcertada.

—No son los Notables los únicos enemigos, sino Él. He podido escaparme de su control y por fin puedo decírtelo. Él es el que nos condenó a todos. —El hombre se sumió en un delirio momentáneo—. Tienes que salir, ya es la tercera vez que lo intentamos. Ese muchacho te aguarda y Ella te está buscando sin cesar... No debes dejar que él te retenga aquí de nuevo. Tienes que escapar.

—Abuelo... ¿Quién me retiene?

La muchacha terminó contemplando como los ojos de su abuelo, que hasta hacía unos segundos la observaban con orgullo, se apagaban, sumiéndole en el sueño sin retorno. Vera mantuvo su brazo en alto, esperando una respuesta que nunca llegó. ¿Había otro enemigo mayor que la Asamblea de Notables? ¿A qué se refería el anciano con lo de Ella? Sintió frustración al ver que las últimas palabras del Abuelo habían resultado ser un sinsentido fruto del lacerante dolor. Ella. ¿Qué demonios significaba?

Alzó un puño que representaba el juramento que acababa de prometer ante Zaitsev.

De pronto, la gente de la cadena de montaje a la que ella pertenecía, comenzó a entonar con una voz débil y distorsionada, la letra en técnico de una melodía inquietante:

Tilitili bom,

cierra tus ojos ya,

alguien anda rondando la casa

y toca la puerta...

Una campana repicó a lo lejos y su eco penetró en los muros de la fábrica. Sin embargo, el sonido no parecía existir allí. Tal vez hubiese sido todo producto de su trastornada imaginación. Tal vez la locura se estuviera adueñando de ella y escuchara canciones de obreros que no habían cantado jamás y el repicar de campanas más allá de esos muros. Aquello, por alguna razón que no lograba descifrar, le hizo sentirse furiosa.

«Debo salir de aquí de inmediato», pensó. Ya no sentía miedo, solo rabia.

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora