Colette entró a su vez de nuevo en la sala de baile y la música de cámara cesó. Seguida por su cohorte particular, la joven contempló estupefacta la forma en la que agarraba a Vera de la cintura y a aquellos jóvenes que no habían sido invitados a la fiesta.
—¡Se puede saber quiénes sois? —preguntó con rudos modales fruto de su histeria. Después se dirigió a mí—. ¡Qué significa todo esto, Capitán Rachmaninov?
No podía contestarle porque no estaba prestando atención a la situación tan incómoda que se había formado a mi alrededor. Mi vista estaba fijada en los ojos apagados del limpiachimeneas que me escudriñaban con desasosiego. Sabía lo que estaba visualizando dentro de su cabeza al mirarme; el rostro de su madre contraído en un rictus de terror al disparar a su padre con una escopeta. Una mueca de asco y estremecimiento curvó su boca mientras yo le contemplaba, sonriendo con desdén.
Colette se acercó hasta nosotros y pegó un empujón a Vera, con soberbia.
—¡Estabas bailando con mi prometido! ¡Exijo una explicación! —La joven de cabellos castaños me miró con aire de tiranía.
—¡Vera! —exclamó Fransz y corrió a su encuentro sujetándola para que no se cayera a causa del empujón. Cuanto más cerca estaba de mi más aterrado se encontraba pues mi presencia perturbaba su corazón en mi interior.
Vera se desasió de su compañero deshollinador y se situó en frente de Colette con actitud desafiante. No sabía qué era con exactitud. Los rasgos de su cara eran parecidos, en cierta forma. Aunque, tal vez, solo fuese mi imaginación, todos los humanos me resultaban muy similares en cuanto a patrones faciales.
—Soy Vera Zaitsev, una mujer maltratada por la política de aquellos que te mantienen —dijo Vera irradiando dignidad con cada palabra. Dio un paso al frente y abofeteó a Colette. Esto provocó grititos de sorpresa entre sus cortesanos y cortesanas. Me mantuve estático, riendo en mi interior, al ver que la persona más inesperada había logrado lo que yo deseaba desde que conocía a esa desagradable mujer. Fransz retuvo a la joven obrera y le hizo retroceder hasta donde estaba su compañero que se había puesto rojo por la tensión y temblaba de manera convulsiva.
—¡Qué demonios estás haciendo? —gritó Fred, a punto de perder la razón.
—¡Suéltame, Fransz, esa indeseable necesita que le abofeteen de nuevo! —Se soltó de los brazos de su compañero y se dirigió a la corte de la princesita consentida—. ¡Por qué no os rebeláis contra su tiranía? Mirad como os trata y vosotros tenéis que lamerle el culo cada vez que estáis en su presencia.
—Vera, detente, por favor —pidió Fransz con un hilo de voz, suplicando como un alma en pena y aquello me irritó sobremanera, mi odio por él se avivó—. Ha sido un malentendido, ya nos vamos...
—Vosotros no vais a ninguna parte —añadí con la rabia fluyendo por toda mi esencia. No pude reprimir mi instinto asesino y le pegué un puñetazo que le tumbé en el suelo ante la exclamación atónita de los presentes. Vera intentó retenerme a gritos; yo le di un empujón y continué maltratando a Fransz. Le cogí del cuello de su traje de deshollinador y le mandé por los aires hacia un biombo de cristal, quebrándose este en mil pedazos. Los cortesanos huyeron despavoridos de la sala y Colette, de igual forma, me amenazó desde la salida con contárselo a su padre.
De pronto vi que en el pecho de Fransz se había clavado un afilado trozo de cristal que le atravesaba la carne y la punta sobresalía de su espalda. Un grito de dolor procedente de mi garganta reverberó en todos los recovecos del salón de baile. Vera pegó un grito horrorizada y Fred se quedó en el sitio, paralizado por el miedo.
No moríamos. Ninguno de los dos cayó muerto o desapareció. Estábamos inmersos en un ciclo doloroso de vida eterna. Él había recibido la puñalada y yo sufría de forma irremediable. Sufría un dolor que no era mío, mientras mi corazón trataba de bombear una sangre que no existía. De mi boca, rezumaron pequeños hilos alquitranados de un componente espeso parecido a la sangre. El dolor se hizo más punzante cuando Fransz, haciendo acopio de sus fuerzas, tiró del cristal hacia fuera, para sacárselo del cuerpo. Y mi impresión fue tamaña cuando la herida que había dejado el trozo de cristal comenzó a cicatrizar a una velocidad asombrosa. Era un hecho que no podíamos perecer.
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Capitán de Sombras
Fiksi RemajaFransz Parade, un joven y alegre deshollinador, vive feliz junto a su primo y a su tutor en el kulag del Sector-Azores. Su vida es monótona limpiando chimeneas de la gran fábrica que es el mundo, pero no se atreve a quejarse por miedo a un oscuro y...