Habían matado a Bakunin. El salvador había sido abatido por el enemigo y la misión inicial había dejado de tener sentido en las mentes de la tropa maqui. Las bajas estaban allí, como recordatorio de la crudeza de la batalla y, sin embargo, el mazazo emocional se lo llevaron cuando aquel escuálido muchacho anunció que habían matado a Bakunin, el pilar de la Resistencia.
Hubo un miembro del grupo que no creyó a Fred. Kahn apuntó con su arma en dirección al recién llegado y le exigió respuestas.
—¿Por qué llevas el arma de Misha? ¿Quién eres? —exclamó.
—Kahn, baja el arma, es amigo. Es mi primo Fred, al que iba a buscar —pidió Fransz con cierto tono de alarma, a la vez que corría a su encuentro y evitaba así su inminente caída al suelo. Fred estaba muy mareado debido a la pérdida de sangre. Su piel pálida, tenía un color mucho más apagado que de costumbre y sus ojos sin brillo se habían hundido sobre las cuencas—. Necesita un médico, rápido.
Hesperia no daba crédito a lo que había dicho ese joven desconocido y se llevó una mano a la boca para ahogar una exclamación de sorpresa, previa al golpe emocional. Si se exceptuaba a los inconscientes, Kahn era el que se encontraba más sereno.
—No te creo. No tienes excusa para portar el arma de Mijail. Así que, te exijo una explicación lógica de todo esto, porque me está costando digerir que el líder de la Resistencia haya caído de una manera tan fácil. —Kahn frunció el ceño, aunque lo relajó al ver el gesto de miedo en el rostro de Fred.
—Corrí por los pasillos. Me había perdido entre todo aquel jaleo de personas que habían huido despavoridos del estadio y encontré a ese dustsei que se parece a ti, Fransz. Clavó su espada en el pecho a Miguel y no pude hacer nada. —Su llanto repentino pareció convencer a todos de su inocencia. Fransz advirtió que Kahn estaba muy tenso. Optó por la sensatez de callarse.
—Nosotros iremos a por Mijail —ordenó Hesperia—. Vosotros dos, haced que os suban al Urville para manteneros a salvo. Y llevad a vuestros compañeros con vosotros. Necesitáis atención médica de urgencia.
—Pero, Miguel... —empezó Fransz.
—Nada de «peros», Parade. Necesito que vayáis al Urville lo antes posible. Las Sombras podrían aparecer y, entonces, sí que no tendríamos ya ninguna escapatoria. Así que, por favor, colaborad con nosotros. Es lo que vuestro amigo hubiera querido. —Aunque trataba de mantener un semblante sereno, la comisura temblequeante de la líder, delataba su débil estado de ánimo debido al impacto de la noticia. Fransz no pudo evitar sentir una profunda compasión por ella, a pesar de conocer a la mujer desde hacía unos minutos.
Cargó con Vanka y Fransz con Vera. Ambos fueron ayudados por los supervivientes de la escaramuza, a subir los cuerpos inconscientes de sus amigos y ayudados a su vez a subir sin apenas esfuerzo, gracias a un sistema de poleas.
Fueron conducidos a un camarote donde se aseptizó la herida de Fred en su brazo y recostaron a los hermanos en dos cómodos lechos hechos a partir de retales sobrantes de la tela utilizada para confeccionar el globo de hidrógeno. Fransz observaba como los maquis dispensaban los cuidados necesarios a su primo que estaba junto a él, en un estado de semiinconsciencia producido por los medicamentos que le suministraron para calmar el dolor —a expensas de la política de austeridad farmacéutica de Bernadette—. En ningún momento, Fransz pudo ver el cuerpo de Miguel. No presenció cómo Kahn, con el rostro ensombrecido y Hesperia, afligida como nunca, lo depositaban en una sala cerca del puente de mando, a la vista de todos salvo de aquellos que se encontraban convalecientes o que esperaban a la recuperación de sus amigos. Fransz era el último caso. No poseía ningún rasguño, nada que indicara que había estado presente en la sangrienta batalla que se había librado horas antes. Había perdido a su recién descubierto primo y había hecho perder la vida a otro reo para que ellos pudiesen escapar. El eco de sus pensamientos de culpabilidad se materializaba en aquel instante, en su otro primo, quien, perdido en sus pensamientos, gemía y resollaba de angustia, vagando por un mundo plagado de malos recuerdos y muerte.

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Capitán de Sombras
Teen FictionFransz Parade, un joven y alegre deshollinador, vive feliz junto a su primo y a su tutor en el kulag del Sector-Azores. Su vida es monótona limpiando chimeneas de la gran fábrica que es el mundo, pero no se atreve a quejarse por miedo a un oscuro y...