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Lejos de la relativa alegría que experimentaban aquellos alocados deshollinadores tras haber probado bocado, el panorama que presentaba el mundo ante ellos era desolador. Calles, edificios, fábricas, recintos, solares y demás infraestructuras desprendían un hedor a muerte y desesperación que escapaba por sus paredes y por la fría y gris pavimentación.

Los callejones y las avenidas se encontraban desiertos de gente y todo estaba construido con una fría y cuadriculada exactitud que no admitía errores. Patrullas de steamsei inspeccionaba incansables el globo terráqueo, imposible de calentar por aquel sol enfermizo, ahogado por la polución que escupían miles de chimeneas. Una espesa semioscuridad cubría la tierra succionando la vida que pudiera haber en el planeta fuera de las fábricas, como si de un monstruo sin forma ni tamaño se tratase. El repiqueteo de las máquinas era atronador; millones de gigantes roncando aguardaban su estruendoso despertar. Las incrustaciones de mugre, polvo y basura se extendían a lo largo y ancho de las azoteas. El cemento de las cornisas desconchadas por la humedad rezumante daba un aspecto desgastado y deprimente a la panorámica industrial en la que los deshollinadores, enfrascados en un éxodo interminable, vagaban por el planeta sin descanso llevando a cabo su función. Eran el único componente de aquel paisaje que daba dinámica al letargo planetario.

Vera contempló dicho ambiente con pensamientos de horror y angustia. Su cuerpo ya se había impregnado de aquella sensación de asfixia, como si se estuviese ahogando en su propio vómito.

Fransz al verla rezagada de nuevo, volvió a situarse junto a ella, tratando de sonreír, a pesar de que le costaba sobremanera.

—¿En qué piensas? —Agarró la mano de la joven obrera que casi perdió la concentración, ruborizándose.

—En que estoy agotada. ¿Cuánto nos queda para llegar? En la fábrica al menos no teníamos que hacer ejercicio.

—Por supuesto, era mejor trabajar día y noche sin descanso, comida o comunicación —replicó Fransz intentando parecer sarcástico. No percibió que Vera refunfuñaba para sí—. Quedan dos mil kilómetros. Llevamos la mitad de camino y mañana acortaremos la mitad de la distancia por el Sector-Labrador. Hemos tenido que ceder al deseo de Frédèrick.

—Recuérdame que le cruce la cara cuando lleguemos a nuestro destino. —Vera suspiró, malhumorada. Se calmó con rapidez, pero con un deje triste retomó la conversación—. ¿Sabes, Fransz? Tu primo y tú sois gente muy adaptada a las circunstancias que os rodean. Pero yo no puedo evitar estar triste por lo que me ha pasado. No había experimentado alegría antes. Y saber que eres una de las pocas personas en toda la fábrica que se da cuenta de la situación que estás viviendo, me hacía sentir sola, deprimida...

—No pienses más en eso. Es una etapa que has superado tú misma, escapando de las garras de este imperio de terror. Lo has hecho tú sola, has sacado fuerzas de flaqueza y plantaste cara a los dustsei...

—Pero por mi culpa... —comenzó Vera, pero su compañero le interrumpió.

—Por tu culpa, nada. Era algo que tenía que pasar y no hay que buscar culpables salvo las Sombras. —Fransz se aventuró y le cogió la mano a la chica. Él no parecía nervioso, muy al contrario que Vera que empezó a temblar, ruborizándose—. ¿Te apetece volver a dormir conmigo, Vera?

—¿Qué clase de proposición es esa? —espetó Vera a la defensiva.

—Tal vez nieve esta noche. De modo que, si no quieres morir congelada, te sugiero que te pegues a mí lo máximo posible. —Quería sonar seguro de sí mismo, pero estaba tan muerto de vergüenza como Vera, que soltó una carcajada.

Fransz la miró enigmático, pero no la volvió a forzar. Dejó pasar el momento mientras observaba las reacciones que producía en la joven, atento a todo salvo a un pequeño detalle en el que no reparó. Y es que delante de ellos, Fred se había vuelto para contemplar a la pareja con un brillo que denotaba celos en sus ojos. ¿Se estaba alejando poco a poco de su primo por la presencia de la joven?

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora