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—¿Y usted por qué está preso? —preguntó Vladimir cuando cogió algo de confianza con su nuevo amigo.

Vanka se sentó sobre el espacio del frío suelo en el que iba a descansar con un quejido, pues un golpe durante la jornada le había alcanzado en el costado y le aguijoneaba con un dolor que aumentaba al tener contacto con la gélida superficie. Antes de contestar miró de reojo a su maza.

—Soy un revolucionario, zagal.

—Pero... algo tuvo que hacer para ganarse ese título.

—Algo hice. —El hombre parco en palabras, le dedicó una mirada que hizo que el joven decidiera dejar de preguntar y se conformara con esa información. Sin embargo, le había tocado el turno a él de preguntar—. ¿Y tú?

—Es complicado. —El chico bajó la mirada con el rostro sombrío—. Le parecerá extraño, pero estoy aquí ocupando el lugar que le correspondía a mi padre.

Todo eso le parecía extraño al gladiador. Las fábricas necesitaban carne fresca para mantenerse, por lo que en la Arena escaseaba la juventud. El perfil promedio de un prisionero en las salas comunes de la Peshchera, no era el de un hombre ágil, flexible y rápido; lo formaban tipos indeseables o inocentes de edad avanzada que habían enfurecido a la Asamblea de Notables. De modo que, ¿qué demonios hacía allí ese muchacho? Y lo que era aún más extraño; ¿por qué razón le dejarían intercambiar el castigo con otra persona?

—La verdad es que raro, es. No a todo el mundo le dejan ocupar el lugar de otro —contestó Vanka, arqueando una ceja.

—La razón no fue un crimen, ni calumnias contra el Estado, como pensábamos en un primer momento...

—Vladimir, no quiero ser grosero, pero deberías recordar algo si quieres mantener tu cabeza sobre los hombros —atajó Vanka con gesto de seriedad—. La información aquí es muy preciada, así que no deberías ir a contársela al primero que te pregunte.

—Lo sé, señor. Por eso me la he reservado hasta este momento. Veo en su mirada la confianza de un confesor, Zaitsev. Algo me dice que tengo que contarle esto. Usted es aquí mi maestro y mi supervisor...

—No te confundas, muchacho. Yo soy tan enemigo tuyo como los que nos rodean a ti y a mí ahora. Si quieres sobrevivir guarda para ti las confidencias. —Vanka quería zanjar ahí la conversación. Pero el adolescente de mejillas enjutas, insistía en continuar.

—Mi padre iba a ser encarcelado por orden expresa de DeLyon. —Cuando pronunció aquel apellido, Vanka sintió como todos los músculos de su cuerpo se tensaban y la sangre fluía por sus venas, descontrolada. Vladimir observó con ligera satisfacción, como había logrado captar la atención del adulto.

—¿Has dicho DeLyon?

—Sí, señor. DeLyon se personó en el kulag de nuestro sector para apresar a mi padre y yo me sacrifiqué para que no viniese aquí. Le acusó de un crimen bastante antiguo que no logré entender bien, porque me encontraba agazapado junto a mi madre que se estaba muriendo. Únicamente logré comprender la palabra «planos», de toda la acusación. Y cuando se lo estaban llevando, salí de mi escondite y me ofrecí como intercambio —explicó el chico.

—¿Y cómo te dejaron intercambiar el pecado, por así decirlo? —El interés de Vanka por la historia aumentaba de manera exponencial.

—Creo que porque DeLyon ya se esperaba que el hijo de Gabriel Fauré reaccionase así. Se lo tomó como algo gracioso y me concedió ese deseo. Quería torturar a mi padre de la forma más rastrera pero no me dejé abatir y él tampoco desarmó mi convicción de defender la vida de mi padre. Se rió y me dijo, «adelante».

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora