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Fred se levantó nervioso, a la mañana siguiente, con una única idea en la cabeza; la de dar el último ajuste a sus hoolies. Intentó no hacer ruido para que los demás aprovecharan los últimos minutos de sueño establecidos antes de ponerse en marcha. Pero Fransz le oyó y se despertó. Vio que se encontraba abrazado al femenino cuerpo de Vera, que dormitaba plácidamente sobre su brazo. Se deslizó con movimientos sigilosos hasta llegar a su perchero y vestirse con sus harapientos y malolientes ropajes. No se había percatado de que Fred le había estado observando todo el tiempo, con un extraño libro de hojas amarillentas en la mano. Fransz frunció el ceño, tratando de fijar mejor la vista para descifrar el título del libro, pero su primo lo escondió con rapidez cuando advirtió que lo estaba observando.

—¿Qué era eso? —dijo el muchacho de pelo rubio—. No sabía que supieses leer cosas tan largas.

Fred dejó caer los brazos sobre su regazo antes de incorporarse para adecentar su ropa de trabajo.

—¿En qué piensas? —preguntó su primo.

—Presiento que se avecinan tiempos oscuros y difíciles. Tengo esa sensación horrible de que te voy a perder, Fransz. Pero a ti parece no importarte lo que te ha pasado. Y parece que no te preocupa quién es o quién fue Miguel. —Fred se acercó hasta Fransz mirándole con gesto serio—. Eres la única familia que me queda. Pero ya nos estamos separando.

—Todo esto viene por lo de Vera, ¿verdad? Piensas que me he enamorado de ella y que por eso voy a arriesgar todo para salvarla a ella y a su hermano. Te recuerdo, querido primo, que es del hermano de Miguel de quién hablamos.

—¿Aún no te has dado cuenta? ¡No recuerdas lo que pasó? ¡No puedo creer que aún a estas alturas no te acuerdes de nada! —Fred estaba a punto de estallar por la cólera que había invadido su interior.

Fransz enarcó una ceja, suspicaz. Por lo visto, había algo que Fred recordaba y él no.

—¿Qué sabes de mi pasado, Frederick? ¿Por qué yo no recuerdo nada y tú sí? ¿Cuál es el motivo por el que todos me lo estáis ocultando?

Vera interrumpió su interrogatorio. La joven se levantó, desentumeciendo su cuerpo al tiempo que Spencer se despertaba, sintiendo el cálido contacto de la joven.

—¿Has descansado bien? —dijo Fransz arrodillándose frente a la chica, que le sonrió. Spencer se incorporó y saludó a Fred que se limitó a inclinar la cabeza con un altivo gesto de saludo. El color grisáceo del obrero estaba desapareciendo de manera paulatina.

—Nunca había dormido tanto. Me encuentro renovada —comentó Vera.

—Yo nunca había dormido. Es una sensación diferente. Es como si pudieras flotar e imágenes distorsionadas en blanco y negro, o en un color apagado, se sucediesen sin un orden... —Spencer se sacudió el polvo de la ropa y, con una mirada sonriente, apremió—. El alba se alza... Creo que deberíamos ponernos en marcha, muchachos.

—No eres tú el que va a tener que viajar durante dos días hasta el Sector- E.E.U.U. Así que no nos metas prisa —protestó Fred, buscando ropa para la joven. Cuando encontró pantalones y una chaqueta algo más pequeña que la suya, se lo tiró a Vera a la cara—. Disfrázate de hombre. Si quieres venir con nosotros procura vendarte bien el pecho o Laforet se dará cuenta.

*

Carmen Laforet era el capataz del lugar. Mujer de cuarenta años, rolliza, de pelo negro como el carbón recogido en un pañuelo rojo deshilachado, salvo por dos patillas que le conferían un aspecto masculino y antiguo, se levantó aquella mañana para tocar el timbre que indicaba el comienzo del turno de trabajo. El kulag se puso en marcha con rapidez. Los campesinos, entre ellos Miguel, se enfundaron sus sombreros de paja, cogieron sus hoces y sus botas y se marcharon a labrar la tierra.

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora