La presencia de las fábricas fue disminuyendo hasta que los deshollinadores se encontraron con la inmensidad de un desierto grisáceo, a juego con la inmensidad industrial que habían dejado atrás. Con sus hoolies, descendieron varios pisos de altura hasta tocar de nuevo el suelo primigenio.
—¡Mirad, chicos! ¡Ahí está el Shakhta Interrail! —anunció Lucasck, eufórico.
Fransz y Vera observaron en la dirección en la que el limpiachimeneas señalaba y les sorprendió la gigantesca infraestructura de una estación de tren. Frédèrick desactivó sus hoolies y el resto le imitó, con gesto contrariado. La muerte de Rosetti había afectado a todo el pelotón y la conversación se había reducido a meras indicaciones para encontrar la dársena del Tren Minero.
—Colegas, sois el alma de la fiesta —comentó Lucasck, tratando de aportar algo de ánimo al grupo. Pero no surtió efecto ninguno. Vera le dio unas palmadas en la espalda, agradeciéndole el esfuerzo.
La estructura ferroviaria había sido construida en acero. Poseía una fachada con vidrieras y columnas de hierro fundido, cuyas formas habían sido moldeadas para que parecieran ramas de espino enroscadas alrededor de retorcidos pilares. En su centro, una gigantesca cúpula de cristal con la forma de una rosa pálida se erguía majestuosa sobre las insignificantes presencias de viajeros malolientes que, apilados en el suelo, esperaban aletargados su próximo tren.
—¿Qué es este sitio? —susurró Vera entre los primos. Fred se giró con seriedad y la miró con un deje inquisitorio.
—Es la estación Labrador-Washington; una línea que conecta las principales minas del Sector, las más activas del planeta. Estas personas son mineros elegidos para renovar la plantilla y hay obreros, por lo que veo, también entre la multitud. —Fred parecía intranquilo por alguna razón. Miraba en derredor buscando a algo o a alguien. Una necesidad enfermiza le estaba empujando a abandonar el grupo pero debía controlarse.
—¿Qué ocurre, Fred? —preguntó Fransz, preocupado por el inusitado comportamiento de su primo.
—No es nada, no te preocupes... —dijo él sacudiendo la cabeza sin darle importancia—. Este sitio me pone de los nervios...
—¿Por qué razón un gobierno tan déspota como el que nos succiona nuestra sangre como lo hace este, es capaz de construir algo de esta magnitud y de tal... hermosura? —preguntó Vera, contemplando a aquellos obreros corpulentos y hostiles, manchados por el carbón y la mena y que permanecían agazapados en la inmensidad de un lugar que parecía haber sido esculpido por dioses.
Lucasck, que estuvo prestando atención a la conversación cual cotilla entrometido, se unió a esta y explicó a sus amigos qué era aquella estructura.
—Es que no lo construyeron en la época Notable ni tampoco era una estación. Romanov lo edificó usando sus poderes. Rosetti me contó que hacía levitar los paneles de hierro y él mismo creó el cristal de la cúpula.
—La verdad es que me impresiona todo lo que sabía Rosetti sobre el mundo... Es una gran pérdida —comentó Vera, afligida.
—La cuestión es cómo sabía todas esas cosas, si él no estuvo ahí cuando pasó... Aunque creo que ya nunca lo sabremos —dijo Lucasck a la vez que el único tren minero se adentraba en el andén, produciendo un sonoro chasquido cuando los frenos se activaron. Tuvo que hablar más alto para que se le escuchara—. El caso es que esta estación fue, tiempo atrás, un gigantesco mausoleo que se edificó para honrar la memoria de alguien cuya identidad se desconoce.
—Conozco esa historia también, Lucasck —añadió Fred mientras una nube de vapor les envolvía—. La razón por la que esto aún permanece en pie, es para honrar la memoria de la mujer que amaba Romanov.

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Capitán de Sombras
Teen FictionFransz Parade, un joven y alegre deshollinador, vive feliz junto a su primo y a su tutor en el kulag del Sector-Azores. Su vida es monótona limpiando chimeneas de la gran fábrica que es el mundo, pero no se atreve a quejarse por miedo a un oscuro y...