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Aún podía sentir su piel quemarse y derretirse bajo el acero incandescente con el que le habían tatuado una equis rodeada por un círculo en la parte inferior de su muñeca. No le resultaba muy complicado evocar el olor a quemado que desprendió en su momento.

Resopló y se bajó la manga hasta cubrir la muñeca, puesto que no quería seguir recordando aquel episodio. Quería disfrutar de unos instantes de paz en su sucia y angosta celda, esperando que la supuesta noche le trajera sueños más agradables.

Jaime el Tuerto, cuya cuenca vacía le producía una inquietud tremenda a Vanka, era el compañero de celda más extraño que jamás pudo tener. Pero era un tipo tranquilo que no daba ningún problema, a diferencia de los presos encerrados en las celdas contiguas. Sin embargo, aquel día rompió su regla de permanecer callado.

—Oye, Zaitsev. ¿Por qué no te mataron y acabaron así con el problema? —dijo Jaime, sin pizca de delicadeza.

—No sé —contestó él gladiador, con indiferencia.

—Querían espectáculo, estúpido —intervino el hombre que ocupaba la celda de al lado y que los había escuchado hablar—. Es el nuevo de nuestro bloque. Por esa razón, Locke le perdonó la vida antes de ayer; para seguir con la juerga en el próximo evento.

—Yo creo que también será mérito de sus habilidades. ¿O es que tienes envidia de su condición, Graster? —preguntó Jaime, de forma pausada metiendo el dedo en la llaga.

—¿Alguien te ha dicho que hables, viejo asqueroso?

—Voy a salir de aquí... —atajó Vanka sin levantar la vista, sumido en sus propios pensamientos.

Graster soltó una carcajada y Jaime le miró estupefacto.

—No puedes salir de aquí. Es imposible sortear la vigilancia. ¿Por qué te crees que con un ojo veo todo negro? ¿Además a dónde irías? —replicó el anciano.

Antes de que Vanka pudiera abrir la boca para responder, Graster intervino.

—Yo iría a un burdel. No, mejor; me daría un buen baño y viviría en la zona rica como un rey. ¿Y vosotros qué haríais, vecinos?

—Eso le preguntaba, Graster —replicó Jaime molesto—. Yo supongo que intentaría vivir en la zona rica por todos los medios.

—Yo volvería a casa —dijo Vanka— a la fábrica.

Una sonora carcajada restalló tras la pared.

—Te creía un revolucionario, Zaitsev —dijo Jaime.

—Y lo soy. Solo volvería para sacar de ahí a mi hermana y a mi abuelo, si es que sigue vivo.

—Tu hermanita, ¿eh? — preguntó Graster, en un tono sugerente.

—Mi hermana no se menta —espetó Vanka, serio, levantando la cabeza—. No quiero que hables de Vera.

—Que no se menta... —resopló el tiparraco, con sarcasmo—. Si tu abuelo sigue vivo, no creo que tenga influencia alguna para evitar que se la turne media fábrica.

Vanka se incorporó con el rostro contraído por la rabia.

—¡Cierra la boca o te mato, desgraciado! —gritó enfurecido, con un brazo en alto y otro agarrado por Jaime el Tuerto en un vano intento de calmarle.

—Pobre hermanita Zaitsev... —canturreó el recluso, a la par que Vanka aporreaba la pared, con fuerza.

—Olvídalo, Zaitsev. Solo trata de ponerte nervioso. —Jaime dio un tirón fuerte a Vanka para que se sentara y este trató de obedecerlo a regañadientes—. No pareces un tipo débil, esto no debería afectarte demasiado.

—Nadie mancilla el honor de mi hermana, y menos alguien con esa lengua viperina...

—Ese hombre es tu enemigo. No debes mostrar ningún sentimiento de ira o miedo. Tus puntos débiles son su mayor arma, recuérdalo —aconsejó Jaime.

—¿Es que tú no eres mi enemigo? —preguntó Vanka escéptico, arqueando una ceja—. Aquí todos lo somos, así que no entiendo tu papel de padre.

—La Peshchera hace que olvidemos nuestros valores por la diversión de unos pocos. Aunque acabemos enfrentados en algún momento, debemos conservar nuestro ser esencial. Ese hombre conserva su mierda dentro. Haz tú lo mismo con la tuya.

—Yo no tengo mierda. No he matado a nadie; estoy aquí porque no estoy alienado como los demás.

—Has matado a tantos como Graster.

—¡Por sobrevivir! —Estaba al borde de la histeria. Vanka era un tipo muy sanguíneo y no tenía control de sus emociones. Era valeroso y fuerte, pero no tenía ese ofidio dominio de los sentimientos propio de sus cuarenta años.

—Estás tan podrido como nosotros. Sé que no eres como Graster, pero aquí no hay ninguna monja puritana que se salve. No hay filosofía, no hay moral. Somos nosotros o la muerte. Por eso quiero ayudarte a controlar tu genio —explicó Jaime con un hilo de voz—. Aunque seamos enemigos acérrimos, no quiero que pierdas tu virtud.

—Es muy amable por tu parte —replicó Vanka, muy enfadado— y ahora sino te importa, me gustaría aplastarle la cabeza a ese malnacido con mi maza.

—Escúchame bien. Hay muchas maneras de perderse a uno mismo y esta es una de ellas. Tienes que encontrar un sentido para permanecer aquí y no acabar loco en el ínterin. Porque la próxima vez que salgas a la Arena, ya no sabrás quien es Vanka Zaitsev.

—Estoy harto de oír que acabaré perdiendo la conciencia del bien y el mal. Me perderé a mí mismo en la fábrica; me perderé a mí mismo en la Peshchera. Cielo Santo, hablas igual que mi Abuelo. Si uno nunca sabe quién es o qué puede llegar a ser. Déjame un rato tranquilo —dijo Vanka, dando la espalda a su compañero.

*

Allí en las celdas, la noción del tiempo era nula. Ningún preso tenía la certeza de si era de día o de noche. No había calor de verano o frío de invierno al que atenerse, pues las estaciones habían desaparecido en todo el globo terráqueo. Por esa razón, no sabía qué día era ni en qué parte del año se encontraba, cuando unos steamsei sacaron a Vanka de su letargo y le llevaron, junto con Graster y Jaime el Tuerto, a la denominada Nomer; una cavidad comunitaria donde se apilaban los presos gladiadores para la próxima disputa.

Aferró con fuerza el mango de su maza ennegrecida, observando las desmejoradas caras de sus posibles rivales con el mismo desprecio que estos le dedicaban.

«Vera, tienes que ser paciente. Volveré a por ti», pensó, una vez que se sentó en el suelo.

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora