El cadáver del Abuelo fue levantado del suelo por cuatro feroces sombras humanoides que parecían armaduras vivientes, con dos rubíes sanguinolentos como ojos. Llevaban en la cabeza un tricornio negro lacado y colgada a los hombros, una capa oscura del mismo material que su blindaje de titanio.
Fingiendo indiferencia, Vera volvió a la cadena de montaje con el resto de obreros de mirada ausente, envueltos en sus labores de remache, soldaduras y alicatado. Nadie advirtió su ausencia ni levantó la mirada cuando esta volvió a sentarse y a colocarse las sondas intravenosas que servían de alimento, en sus brazos. Ella veía que nadie era consciente de lo que se estaba llevando a cabo allí. Como si la gente estuviera presa de un letargo artificial del que no podía despertar, aun llevando a cabo labores tan duras como aquellas.
Vanka, el Abuelo y ella, sin embargo, se daban cuenta de todo, como si ese sopor pegajoso no les afectara en absoluto. Eran libres de aquello y tenían capacidad de pensar, de soñar con un mundo mejor.
Fue ese motivo el que impulsó a su hermano mayor a intentar escapar de la fábrica un mes antes de la muerte del anciano. Quitándose las sondas de su cuerpo y con su inseparable maza que le entregó el viejo, corrió hacia el grupo más cercano de obreros para liberarles.
Sin embargo, lo atraparon y se lo llevaron.
Vera no volvió a ver a su hermano mayor y tuvo que permanecer en la fábrica con la incertidumbre de no saber si estaba vivo o muerto, ocultándose de las miradas de aquellos seres de ojos rojos cibernéticos. Ella era diferente como lo era su familia; no tenían aquel color ceniciento que poseían los otros. Y sabía que aquellos que eran diferentes no duraban demasiado entre las filas de la cadena de montaje. El Abuelo y Vanka, dos hombres mucho más mayores que ella, cuidaron de que su color no resaltara cubriendo su cuerpo de hollín. Y así fue, hasta que la Muerte y la ausencia de un ser querido, fue a visitarla.
Ya no debía seguir ocultándose. Nada le ataba a esa fábrica. Si quería cumplir la promesa que le hizo al abuelo, tenía que salir de allí cuanto antes. La cuestión era cómo. Ni siquiera Vanka lo había logrado y era mucho más fuerte y ágil que ella. Recordó una conversación en susurros con el viejo días antes de que este se entregase a los brazos de la Liberadora.
*
—Tu hermano no lo logró por exceso de confianza, hijita. No digo que fuera un hombre que se lo tuviese creído. Lo que ocurrió fue que no comprendió cuál era la debilidad de los hazesei y la suya propia.
—Abuelo, si te llega a oír Vanka, te rompería la cara de un puñetazo —musitó la muchacha con una débil sonrisa.
—Lo que quiero decir, Vera, es que la clave para salir de este sitio no es la fuerza, sino la astucia. Vanka se dejó guiar por la rabia y la fuerza bruta, algo que conocemos muy bien de él. Y por eso lo atraparon.
—Parece que hubieras escapado mil veces de la fábrica, dedushka.
—No, pequeña. Yo entré en esta fábrica. Salir es fácil, lo difícil es adentrarte en ella. Es como si te repeliera, como si no te aceptara. Para salir, solo es necesario no ser visto. Para entrar, es necesario olvidar quién eres.
—Tú no lo hiciste, ¿verdad? Tú viniste aquí para esconderte. Para esconder a ambos. Aunque no entiendo quién podría o querría olvidar quién es.
—Oh, malyshka. Mucha gente quiere huir, y refugiarse porque allí afuera no han encontrado sentido a su vida. De modo que vienen aquí a perderse. Tu caso, Vera, es muy curioso. Cuando te encontré, tú no tenías el color de los demás. Fuiste un bebé lozano, aunque hubieras nacido en la fábrica. Fuiste mi milagro, y como tal, te recogí y te atesoré con todo mi cariño. Aseguré tu vida y lo más importante; me aseguré de que no te perdieras, lo mismo que hice con Vanka. Tienes que salir de aquí con vida, muchacha. Debes ir a buscar a Vanka y a la Hoz.
—¿Por qué es tan importante? Siempre me has dicho que esa Hoz y el Martillo de Vanka son la clave para acabar con todo esto. Pero ¿por qué?
—Baja la voz, Vera. No deberíamos hablar tan a la ligera de este asunto.
—Solo quiero saber por qué, Abuelo. ¿Para qué se necesita una desgastada maza de metal?
—No debería decírtelo, Vera. Porque pondría en peligro tu vida. Pero la razón por la que en verdad Vanka quiso escapar, fue porque quería buscar al portador de la Hoz que falta. Yo le incité para que se fuera, pero no pensó de forma racional y acabaron capturándolo. Tienes que encontrarle... Maldita sea, si no le hubiera apremiado tan pronto...
—¿Y qué hay de ti? No pienso dejarte atrás.
—Yo ya he vivido el tiempo suficiente para veros crecer a ambos y para cumplir con la misión que se me encomendó. Ahora todo depende de que reunáis a la gente como vosotros para encontrar al dueño de esa Hoz. Vanka se encargará de contártelo todo, te lo prometo. Mientras estés aquí conmigo y yo hable más de la cuenta, te matarán a ti también. Las paredes tienen oídos.
—Si es que logro salir de aquí... ¿De qué gente hablas?
—De la Resistencia, por supuesto.
*
Y salió. Se deshizo de las sondas y avanzó ocultándose en todos los lugares que le brindaron un escondite mientras se llevaba a cabo el cambio de pelotón. Amparada por una manta gris y mugrienta que la camuflaba de miradas demasiado curiosas, fue avanzando de columna en columna, de máquina en máquina hasta llegar a la escotilla de un sucio conducto de ventilación.
«Demasiado fácil», pensó ella.
Nadie advirtió su presencia. Nadie se paró a contemplar cómo aquel espectro famélico se deslizaba de forma felina por las galerías atestadas de obreros en hilera, trabajando sin descanso a la tenue luz de los halógenos.
De hecho, fue tan fácil, que a ella le resultó hasta sospechoso.
La salida daba a una amplia avenida de color marmóreo de la misma tonalidad que aquella sección de la fábrica por fuera. No logró distinguir dónde empezaba y acababa el recinto ni la avenida que lo cruzaba. Era de noche y hacía un frío tan intenso que helaba la sangre. Estaba sola. Sola por completo.
Su hubiera llorado, las lágrimas se le habrían congelado sobre sus mejillas al instante. Menos mal que ella no era demasiado propensa al llanto. No había derramado ni una sola lágrima cuando la separaron de su hermano mayor ni cuando su Abuelo pasó a mejor vida. Meneó la cabeza tratando de no pensar en nada que la entristeciese y se concentró en buscar algo que no fuera igual. Algo que escapara de la planicie infinita que tenía frente a sus narices. La falta de luz impedía ver en qué dirección estaba huyendo y las posibilidades de no morir congelada se reducían.
Pobre Vera. Desconocía por completo la crudeza del mundo exterior y lo que le pareció fácil al principio se complicó cuando, tras doblar una esquina, se topó con el rostro espectral de la mismísima Muerte.

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Capitán de Sombras
Novela JuvenilFransz Parade, un joven y alegre deshollinador, vive feliz junto a su primo y a su tutor en el kulag del Sector-Azores. Su vida es monótona limpiando chimeneas de la gran fábrica que es el mundo, pero no se atreve a quejarse por miedo a un oscuro y...