Durante varios minutos, Fransz permaneció en el cajón de la comuna, delirando y contrayéndose a causa de una fiebre fría. Fred, Spencer y Vera le observaban, presas del desasosiego y la ansiedad.
—¿Sabes lo que le está pasando? Perdona, no sé tu nombre... —Spencer se disculpó.
—Vera. Me llamo Vera Zaitsev —respondió Vera con amabilidad. Se frotó las heridas y eso alertó a Spencer que fue a buscar agua del depósito para limpiar las heridas y una toalla desgastada—. Gracias... ¿Cómo os llamáis vosotros?
Fred no contestó y no parecía importarle las formalidades en ese momento. Spencer fue el que se encargó de hacer los honores.
—Yo soy Spencer Williams. Él es Fred y el que te ha salvado la vida se llama Fransz Parade —dijo el obrero grisáceo señalando al convaleciente.
Fred tomó la muñeca de su primo, analizando su pulso. Su fruncimiento de cejas indicaba la gravedad de aquella fiebre que estaba sufriendo su primo. No tenía buena pinta. Vera, de forma súbita, se acercó hasta su salvador y lo abrazó.
—¿Qué haces? —preguntó Fred, escandalizado.
—Necesita calor humano. Su fiebre no desprende calor, sino frío. —Apoyó la cabeza en el gélido pecho del deshollinador. Su corazón latía muy débil, hecho que conmocionó a la joven. Le abrazó más fuerte. Él sintió aquel contacto y contrajo los músculos, pero no se rebeló; se rindió al calor que desprendía aquella nueva presencia que calentaba su corazón apagado.
Al cabo de media hora, despertó con buen color de cara, pero con unos ojos carentes de brillo. Era como si el miedo inicial de ver a aquellos dustsei abalanzándose encima de él hubiera desaparecido y con él, el resto de sus emociones.
—¿Dónde estoy? —preguntó carente de emoción alguna. Fred se aproximó, apartando con brusquedad a Vera que, resoplando, se quedó al margen.
—En el cajón. Estás a salvo. Esta chica te acaba de salvar la vida. Estábamos preocupados porque no sabíamos si ibas a despertar o no. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Fred con preocupación.
—No lo sé... no parece que pueda sentir nada. —Se llevó una mano al corazón. Lo que pasó a continuación hizo cundir el pánico entre los presentes—. No siento mi corazón latir.
—¡No puede ser! —dijo Vera acercándose sin pudor hacia Fransz y posando su oreja sobre su pectoral izquierdo. El chico tenía razón. Su corazón no latía—. Acabo de oír los latidos.
—Tampoco tienes pulso en las muñecas —anunció Fred, algo asustado—. ¿Qué te han hecho, Fransz?
—No lo sé... —aseguró Fransz incorporándose y fijando la vista por primera vez en la recién llegada. Ella también hizo lo mismo y pareció que a esta se le cerraban los pulmones. Aquella mirada... tan fría e inquisitoria del chico parecía algo sobrenatural. Él no se percataba del inmediato efecto que había hecho sobre la fugitiva. No podía percibir nada como si un muro de hielo se hubiera interpuesto entre el mundo y sus sentidos—. No sé lo que me pasa. No tengo miedo, no tengo rabia, no puedo sonreír...
—¿Dónde duerme Miguel esta noche, lo sabes? —preguntó Fred incorporándose con cautela.
—En el cajón trece. Pero no le despiertes. No quiero que se preocupe más de lo que ya estaba esta mañana... Se fue a la cama, molesto y desanimado, de modo que no creo que sea buena idea despertarlo —imploró Fransz, abriendo los ojos lo máximo posible.
—Te ha pasado algo misterioso. Quién mejor que él para resolver esto. —Sin esperar otra réplica se levantó para ir en busca de su tutor.
Al cabo de unos minutos Fred volvió con Miguel para que examinara al enfermo que miraba a su alrededor como si hubiera despertado a una realidad distinta de la acostumbrada. Spencer y Vera permanecían en silencio, evitando mirar a algo más que no fuera el suelo.

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Capitán de Sombras
Fiksi RemajaFransz Parade, un joven y alegre deshollinador, vive feliz junto a su primo y a su tutor en el kulag del Sector-Azores. Su vida es monótona limpiando chimeneas de la gran fábrica que es el mundo, pero no se atreve a quejarse por miedo a un oscuro y...