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Fransz saltó a la azotea del último edificio próximo al Pentágono, seguido por el pelotón de deshollinadores. Se tomó unos segundos para recuperar el aire y todos le imitaron. Hacía mucho frío, y Vera tiritaba por la falta de costumbre, junto con Fred que a pesar de saber cómo enfrentarse a una bajada de temperatura, su condición de humano no le permitía muchas posibilidades de calentarse. El único que permanecía inmutable frente a la inclemencia de los elementos era Fransz, que sentía como las gotas de lluvia o las ráfagas de viento golpeaban con fuerza contra su piel, pero no sentía más que un leve cosquilleo.

—¡Por fin! —exclamó Lucasck aliviado—. Llegamos a Washington D.C.

Vera contempló maravillada como una densa vegetación compuesta por arboles de diverso follaje, arbustos grandes y pequeños, y una delicada alfombra de césped esmeralda, tapizaban los alrededores de la parcela.

—Así que esta es la Guarida del Lobo —comentó Fred, mostrando furioso, sus dientes amarillentos por la falta de higiene. Fransz le observó, con curiosidad. Por alguna extraña razón, el brillo en los ojos de Fred había aumentado en una rabia indescriptible que lograba dominar haciendo acopio de toda su voluntad, tocada por el cansancio.

—Deberíamos aterrizar en el Eolódromo para el registro —sugirió Lucasck, secándose el sudor de la frente con la manga de su desgastada chaqueta de lana gris. Fred se sentó un instante sobre la cornisa y se quitó los hoolies para examinar las rozaduras que le habían hecho los zancos en la planta de los pies.

—Auguro un futuro nada alentador para mis extremidades —susurró enfurruñado para sí—. Espero que haya paños húmedos en el kulag.

¿Qué es lo verde que rodea allá a lo lejos el recinto? —preguntó Vera a Fransz que escudriñaba en lontananza la Casa Blanca y los densos nubarrones que cubrían el sol, impidiendo que la mayor parte de los rayos se filtraran a través de ellos.

—Árboles. Vegetación. Plantas. Así es como lo llaman los deshollinadores más experimentados. Es en la única parte del planeta donde se encuentran y, por lo visto, antes era la única forma de conseguir oxígeno para respirar —explicó Fransz.

—¿Oxígeno? —dijo Vera, sin entender.

—Un elemento químico que se enlaza entre sí y da como resultado un elemento diatómico necesario para la atmósfera y para el enlace del hidrógeno con el que se forma agua... —espetó Fred, cascarrabias.

—¿Cuántas veces debo decir que no despertéis a la repelente enciclopedia? —comentó Lucasck. Vera no pudo evitar reírse y el aludido la miró con odio en el rostro.

—¿Si no hay plantas, cómo demonios se fabrica oxígeno? —preguntó Vera tratando de no mirar al primo de Fransz a los ojos.

—El oxígeno no se fabrica. Se obtiene a partir del agua. Las plantas rompían ese enlace y liberaban oxígeno a la atmósfera. Ahora se hace de forma sintética. Artificial. Alguien fabricó un prototipo para que no nos asfixiáramos —dijo Fred, distraído—. Alguien al servicio del régimen.

—U obligado por ello —añadió Lucasck, sin dejar de sonreír—. No te olvides de cómo es esta gente.

—Estamos perdiendo el tiempo y el capataz de turno nos va a echar una reprimenda —se quejó uno de los deshollinadores del pelotón.

—¡Eh, a mí no me miréis, decídselo a la dama de enorme culo gordo que tenemos como segundo al mando! —dijo Lucasck señalando a Fred. Este se levantó y se encaró con él, gritando.

Estuvieron discutiendo largo y tendido hasta que alcanzaron la entrada al kulag del sector, malhumorados, famélicos y angustiados por la paliza que tal vez les diese el capataz por la tardanza. No todos eran correctos como lo era Carmen Laforet. Algunos, eran incluso peores que las Sombras a las que servían y propinaban palizas muy violentas mediante puños y látigos que cortaban el aire como cuchillas a los pobres y fatigados deshollinadores.

Capitán de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora