EPÍLOGO

516 46 79
                                    


Invierno 2026,

Los Ángeles, California

Afiancé la bufanda alrededor de mi cuello cuando el semáforo cambió a rojo. Iba diez minutos tarde a mi ceremonia de graduación de mi segunda maestría en una de las universidades más prestigiadas de California. Me estaba graduando de la Maestría en Cine Digital, ya que hacía dos años me gradué de la Maestría de Animación de Personajes.

Como no sabía cuánto tiempo tendría que estar en ese país, decidí que, no podía estar sin hacer nada, ya que Po y sus padres se la pasaron todo el tiempo dentro del hospital y aunque nunca me prohibieron el paso a verlo, sabía que yo no era bienvenido allí, por lo que, tuve que hacerme amigo de algunas enfermeras y del médico especialista que se dedicó a tratar a mi amigo con sumo interés y preocupación. A base de mensajes monitoreaba la salud de Po.

Encontré un pequeño apartamento a dos calles del hospital para alojarme y los padres de Po aceptaron a regañadientes su propio apartamento que estaba debajo del mío, pero apenas y lo visitaban. Podría decirse que me vi obligado a sobrevivir por mí mismo en aquel país tan extravagante. Gracias a Ashley, una de las amables enfermeras de más o menos mi edad, de la que me hice amiga primero, me acompañó hasta las puertas de la mejor universidad para meterme a curso especial de inglés para dominarlo lo más rápido posible y logré dominarlo en tan solo seis meses y fue en ese lapso donde las maestrías capturaron mi atención.

Seguí en contacto con mis amigos, mi madre y, desde luego, Win. Sin embargo, las llamadas y mensajes comenzaron a reducirse considerablemente. Al primer año de mi estadía en Los Ángeles, Win y yo hablábamos casi rara vez al mes. Y lo entendía. Su apretada agenda con más y más proyectos no lo dejaban respirar.

La terapia de Po comenzó a dar frutos cuando ya había pasado dos años, justo después de mi graduación de mi primera maestría, donde yo ya poseía un número admirable de nuevos amigos estadounidenses y extranjeros, incluso encontré a una chica de Bangkok que estaba de intercambio, pero fue odio a primera vista. Podría decirse que nos volvimos rivales en los estudios. Y para la siguiente maestría, ella volvió a Tailandia.

La semana pasada había sido mi cumpleaños número treinta. Sí, treinta. Y también tenía un par de días de que Po había cumplido veintitrés y le envié un regalo con ayuda de las enfermeras. Detestaba no poder verlo, pero mi corazón estaba tranquilo de saber que le estaba yendo bien. Además, él no tenía por qué saber que yo me hallaba allí.

—¡Earth! —escuché mi nombre a lo lejos. Apresuré a cruzar la calle y miré a Emma correr hacia a mí. Su rubia cabellera recién alaciada ondeaba sobre sus hombros y sus hermosos ojos grises, perfectamente maquillados, brillaban de emoción. Ella ya se había puesto su toga y birrete.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar con los demás? —le correspondí a su abrazo espontáneo. En esos cuatro años que llevaba viviendo allí, aprendí a no sentirme extraño e incómodo cuando alguien desconocido me abrazaba o tocaba con mucha confianza. Además de que algunas personas acostumbraban a besar las mejillas en el primer encuentro, volviéndolo algo normal.

—Solo faltas tú. Y ya iba a empezar la ceremonia, pero van a esperar si falta más de un alumno. Vamos—tomó mi brazo y echamos a correr, riéndonos.

Me ruboricé un poco cuando varios chicos se me quedaron mirando con sumo interés. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención siempre, pero seguía sin acostumbrarme a ver rostros tan perfectos y pieles tan blancas. Aunque probablemente las miradas, últimamente más intensas, se debían a que había decidido teñirme el cabello de rubio con algunas partes oscuras. Tal vez mis rasgos asiáticos y mi cabello no combinaban en lo absoluto, pero a mí no me importaba.

SUNFLOWER SMILEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora