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—¡Joder mira por donde vas! —oigo que gritan.

Bajo del auto y me dirijo a la parte trasera del coche y veo a un hombre con maletas en el suelo, el abrigo negro junto con las gafas no me dejan ni saber como se encuentra.

—¿Estás bien? —le extiendo la mano para que se levante.

—Perfectamente —rechaza mi mano y se levanta por sí solo.

El cuerpo de más de 1.80 me deja bajo una sombra debido al ancho de los hombros y espalda, viste con pantalón azul, camisa negra, sobretodo, botas y gafas oscuras que no me dejan detallar sus ojos; la mandíbula pronunciada, los labios rosados por el frío junto con una capa de vello facial fina y bien afeitada que le combina con el cabello que le cae de forma algo desordenada de color castaño oscuro casi negro que me dejan detallándolo.

—¿No es un mal lugar posicionarse en un parking? —hablo para que el silencio no delate el cosquilleo que viene desde abajo.

—El espejo retrovisor existe para algo —espeta molesto enderezando las maletas que yacían en el suelo.

—La acera también.

Dirijo la mirada al auto que está a su espalda y se encuentra ponchado, ambas ruedas traseras. Él toma su celular y comienza a hablar con alguien en un inglés británico que entiendo a la perfección.

—Puedo llevarte —interrumpo con un tono de voz cortante.

Me mira con rareza y tiene todos los motivos ya que no sé ni porque lo he hecho, sería muy de mi parte dejarlo ahí tirado por su impertinencia.

—Vale —deja cierta molestia de lado y suelta una sonrisa pícara.

¿De qué se ríe?

—¿Subimos tus maletas al auto? —indico.

—Si no quieres tumbarlas otra vez.

—Si no te pones en el lugar menos indicado.

Abro el maletero y subimos su equipaje, ambos abordamos el auto y ahora si salgo del aeropuerto.
No soy de tolerar a personas con malas contestas, para eso yo y mi mal carácter; me deshago del gorro de lana, la calefacción del auto y el cosquilleo interno que sube y baja me eriza, y siento como todo el vapor sube a mis mejillas.

—Olivia Burque —rompo el silencio.

—Adam Fustter —dice cortante.

Continúo conduciendo y noto como posa sus ojos en mí, la sensación empeora al notar como recorre mis piernas, mi cintura y mi busto con atención.

—¿Donde te dejo? —me aclaro la voz.

—Puerto Madero.

No puedo evitar alzar las cejas al oír que vive en el barrio más caro de todo Buenos Aires, se encuentra mirando por la ventanilla y me paro a pensar en cómo vive en un sitio tan lleno de lujos, decido tomar la avenida paralela al mar y puedo ver los veleros de los propietarios y turistas de la zona como adornan todo el sitio, los rascacielos se ciñen con sus vidrios impecables que reflejan el cielo y el sol de uno de los otoños más fríos que he pasado en este país.
Soy de hablar poco con desconocidos pero por primera vez el silencio se me hace insoportable con él; sin pronunciar palabra desvío la mirada ligeramente a su mano y noto en su muñeca un Rolex plateado que le da un aspecto lleno de elegancia.

—¿Venias de viaje? —rompe el silencio que tanto me incomodaba.

—No, asuntos de trabajo —vuelvo a concentrarme en la carretera. —¿Por cuál calle voy?

—Es la siguiente cuadra —continúa mirando a través de la ventanilla.

Pierdo la costa de vista cuando me adentro en la calle que indica, el guardia de la zona residencial se asoma y al ver la cara de mi acompañante cuando bajo el vidrio del auto es suficiente para que nos deje pasar; las mansiones con jardines amplios me dan una vista espectacular, aparco donde indica y cuando volteo hay una residencia que abarca gran parte de la manzana. Un jardín de césped perfectamente cortado con una mesa ligera junto con flores en arbustos y pinos se ciernen frente a mí.

Euforia +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora