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El taxi me deja en la puerta de la casa de dos plantas y ventanales de cristal que hacen que el sol de la mañana se refleje en ellos, después de una lluvia de cuarenta minutos el jardín desprende el petricor característico de cada mañana, piso el suelo mojado cuando el golpe de aire frío impacta sobre mí y avanzo tocando el timbre de la verja que protege la residencia, segundos después la mujer rubia y totalmente sonriente me recibe.

—Buenos días, Olivia —habla con entusiasmo.

—Buenos días —respondo con más sequedad, como de costumbre.

Entro y el ambiente es relajante, tranquilo y silencioso, admiro la capacidad que tienen las personas para mantener su hogar en calma, justo por eso es que me independicé de manera inmediata de mis padres cuando salí de España, para tener mi propia forma de vida. El jardín amplio está conformado por pinos medianos, arbustos y un par de flores. Avanzo y siento como se me hielan los dedos por lo que los resguardo en los bolsillos de mi abrigo, entramos de una vez en la casa de pisos de madera pulidos y paredes color crema. La sigo y atravesamos la sala de estar antes de ver un balcón cerrado por cristales que evita que el frío se cuele hacia el interior.

—¿Quieres algo de beber, un café o té? —propone.

—Té estaría bien.

—En un segundo, ¿podrías esperar aquí?

Asiento con un simple gesto y tomo asiento en una de las sillas que forma parte del juego de mesa que se encuentra en el balcón, saco mi agenda, bolígrafo y grabadora mientras espero y escribo las preguntas que le haré, porque ya de paso me gustaría hacer una pequeña síntesis biográfica. Verla me recuerda a Adam y la duda de que tan amigos son me carcome, pero me contengo y continúo en mi papel de profesional apartando las ideas de mi cabeza cuando viene con bandeja en mano. Toma asiento y sirve de la tetera en ambas tasas, la piel blanca parece de porcelana y los ojos marrones oscuros le dan protagonismo al cabello dorado con tonos casi blancos, es de constitución delgada, incluso me atrevería a decir que poco agraciada a la vista pero su sonriente rostro hace que inconscientemente anules su menudes para concéntrate en su entusiasmo al hablar. Doy un primer sorbo y el sabor me resulta familia, conocido e increíblemente mi mente viaja a un mes atrás cuando choque con el cuerpo de Adam en el aeropuerto y me brindé a llevarlo a su casa y luego me ofreció té.

—¿De qué es? —la duda inquieta.

—No lo sé, es Adam quien lo prepara, siempre que viene deja la tetera llena —me recuerda que sabe que ambos nos conocemos, aunque desconozco que tanto sabe. —Lamento hacerte venir un sábado a estas horas.

—Fui yo quien llamó —recuerdo.

—Yo insistí —se explica avergonzada. —Lo siento, Adam me dijo que te había ayudado en Argentina para el reportaje del accidente y supuse que serías muy buena periodista si es que investigas algo tan importante.

—¿Es solo eso lo que te dijo?

—Sí, no quiero que pienses que fue él quien dijo que hablase contigo, el atrevimiento fue totalmente mío.

—No pasa nada, es mi trabajo —me recuesto tranquila en el espaldar de la silla percatándome de que no conoce nada más allá que mi aspecto profesional.

Parece que después de todo Fustter sí respeta la ética. Cruzo las piernas y tras apreciar la tranquilidad evaluó como espera a que hable de nuevo para continuar.

—¿Qué tipo de relación mantienes con él? —la pregunta sale sin analizarlo mucho más.

—¿Con Adam? —asiento. —Somos viejos amigos, de hace años, solo eso.

Euforia +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora