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La jornada laboral ha sido dura y ajetreada, pero aún más caótica cuando he salido cabreada hasta los dientes con Adam esta mañana, sin embargo procuro no pensar en ello, lo que haga con su vida me importa una mierda, como tampoco a él le interesa nada de la mí, es solo sexo. Por otra parte, he concluido el día comprando un auto ya que irme esta mañana en taxi con un frío de cojones a las afueras de la ciudad no ha sido lo más cómodo, la verdad no sé porque no lo había hecho antes. Firmo la compra del coche blanco y montándome en él me voy a casa mientras disfruto de lo cómodo que es por dentro. Hoy hace más frío que ayer y los pronósticos meteorológicos que oigo por la radio parecen indicar temperaturas peores para el resto de la semana y es aquí cuando te percatas de que el clima de los nórdicos es una mierda en comparación con el clima de Isalas Canaris, Madrid y Cordoba. Aparco el auto en el garage del edificio y subo por el ascensor hasta mi apartamento cuando al abrir la puerta el perro malcriado que hay en casa se me lanza encima y comienza a ladrar mientras da saltos que amenazan con tocarme el pecho. ¿Tiene complejo de canguro, acaso? Dejo las cosas en el sofá y voy rumbo a la cocina pero antes de llegar a esta me encuentro a Karol acomodando la cena sobre la mesa del comedor y me detengo a observarla ya que es alérgica a la cocina; lleva chándal y una sudadera remangada hasta el antebrazo, un delantal púrpura y guantes de hornear negros, esta manchada de salsa hasta la nariz y me río con la imagen que me dan las hebras rubias despeinadas, se voltea al notar mi presencia y retengo sus intenciones de dirigirse hacia donde estoy.

—Primero te quitas todo eso lleno de salsa y te lavas la cara.

Asiente sonriente y va a la cocina, regresando incluso peinada, esta vez si me abraza y no me suelta, se acomoda en mi hombro.

—Lo siento, lo siento mucho. No debí decir esas cosas, no pensé en lo mucho que te incomoda, te prometo no tocar más el tema, no tengo derecho a hacerlo.

—Está bien.

—No actúes como si nada —me reprocha. —Estuviste dos días sin hablarme, trancada en tu habitación y luego te fuiste a no sé dónde.

—¿Esperabas menos?

—No, por eso me siento culpable, lo siento.

—Ya, está bien.

—Odio cuando discutimos.

—No discutimos.

—Te enfadaste conmigo que es incluso peor, pensé que volverías a España.

—Tampoco hay que exagerar.

—Eres muy capaz.

—Dejemos el drama —la freno cuando me recuerda lo radical que puedo ser.

—Te hice cena —avisa y observo la comida servida.

—Ya veo, espero que no le hayas echado azúcar en vez de sal a la salsa, porque viniendo de ti... —tomo un plato y me sirvo un poco de vegetales con carne horneada para luego mojarla con la salsa.

La pruebo y sabe bien, por lo menos está mejor que el café con sal que me sirvió una vez.

—¿Ya me puedo casar? —pregunta como mi madre.

—¿Cuándo te cases vas a cocinar? Por dios, tienes que ser la puta ama de la casa —se ríe.

La cena viene acompañada de un vino tinto que deja un sabor dulce y agradable al paladar, junto con la sonrisa de Karol.

—Esther y Aytana ya están aquí —anuncia.

—¿Desde cuándo? ¿Por qué no avisaron? Podíamos haber pasado a buscarlas, que se quedaran aquí un par de días —sugiero.

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