9

25 6 6
                                    

Conduzco hacia el hospital con rapidez, Adam llamó y dijo que necesitaba que fuera, supongo que es por los sobrevivientes. Hace una semana que no lo veo y tampoco me he comunicado con él, por suerte. Aparco el auto y la serenidad de la noche me eriza, la luna llena ilumina el parking, mis deportivas pisan el asfalto y me adentro al hospital por la sala de emergencias donde una ruidosa ambulancia baja a un herido en camilla. Los médicos lo auxilian y es todo un alboroto, marco la planta y subo sin más preámbulo, evalúo mi aspecto en los espejos que tiene el ascensor y lo desprevenido del aviso me tomo vistiendo de una manera sencilla, pero no descuidada. Llego a la sala de ortopedia y tras ver a varias personas soñolientas y en silla de ruedas trazo el camino a la consulta de Adam, toco dos veces antes de oír su ronca voz que me indica que pase, ya comenzaron a alterarse mis hormonas. Abro la puerta y lo encuentro sentado analizando placas contra la luz, esta vez no usa su bata blanca, sino pantalones y camisa azul perteneciente a la vestimenta usada en un salón de operaciones.

—Buenas noches —saludo cerrando la puerta.

Se voltea y me evalúa, su cabello ligeramente despeinado y los ojos azules demuestran algo de cansancio pero el pecho endurecido resalta por encima de la fina tela, los brazos fuertes y las venas de ellos le dan ese toque rudo y atractivo.

—¿Cada vez que te llame vendrás así de rápido?

—Si recibo una llamada a media noche diciendo que vaya al hospital trato de no demorar —respondo con serenidad antes de tomar asiento frente a él.

—¿Qué pasó? ¿Por qué me llamas a estas horas?

—Si me das un beso te digo porque estás aquí —dice soltando la placa y mirándome directamente.

Arqueo una ceja y basilo acerca de su propuesta. Me levanto y me doy media vuelta para irme, no estoy para sus bromas estúpidas a media noche, tengo cosas importantes que hacer como dormir parar ir a trabajar mañana; antes de tocar el pomo de la puerta su mano me retiene dándome la vuelta y dejándome pegada a su torso mientras posa una mano en mi cintura y otra en mi nuca.

—¿Dónde crees que vas? —ese aroma que tiene me llena y debo averiguar que perfume usa porque me provoca orgasmos mentales con solo olerlo.

—A donde me de la gana, no estoy para tus bromitas sarcásticas —digo segura pero no es necesario subir la voz ya que nuestra cercanía permite escucharnos el uno al otro con perfección. —Y quítate esa manía de retenerme cada vez que quiero marcharme.

El calor que emana su cuerpo me reconforta, pero algo dentro de mí me dice que caí al venir aquí, que dije que nunca iría a donde él estaba, que siempre sería a la inversa y mírame corriendo a media noche producto de su llamada que ni siquiera sé para que fue.

—¿Ya dije que me pones mucho con esa actitud? —rosa sus labios con los míos.

—¿Qué actitud?

—Esta, desafiante; nunca me habían desafiado antes y el hecho de que tú lo hagas comienza a provocarme —una corriente me recorre el cuerpo.

—Acostumbrate, porque siempre impongo mi voluntad.

—Ya me di cuenta

Miro sus labios con detenimiento y no lo pienso dos veces cuando lo beso, lo beso con todas las ganas que tengo y es que su presencia me calienta, me excita su voz, su olor, su actitud controladora pero que no sobrepasa la mía. Busco el pomo de la puerta y pongo el seguro. Él me voltea y termino con la espalda pegada a su pecho que se siente duro, firme y su miembro parece querer salirse de la ropa, agarra mi busto con ambas manos por enzima de la blusa de tirantes que llevo puesta y los pone como piedras, se pega a mi cuello y susurra.

Euforia +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora