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Llegamos a una zona campestre, el olor de la hierba mojada se siente y la oscuridad se ve apartada en ciertas partes por un cuadrante lleno de bombillas con luces.

—Ya llegamos.

Anuncia y yo me quito el casco bajandome de la deportiva, Adam deja la moto a un lado y me agarra de la cintura caminado entre el césped, las manos aún congeladas por el viaje y el cuerpo revuelto por la adrenalina me dejan algo distraída. Me decido guiar por él y comenzamos a pisar por el césped de forma que los pasos son cada vez más silenciosos, la brisa de la noche mezclada junto a algo que llamaría libertad y tranquilidad dejan que terminemos frente al cuadrante de luces que ahora luce mucho más grande. Una mesa con copas de vino vacías y los cubiertos ordenados nos esperan junto a dos sillas plegables de madera, extiende una de ellas y me brinda asiento.Me quedo mirándolo cuando porta un carrito lleno de bandejas que traen la cena y el reflejo de su cuerpo se nota en el vino que echa en mi copa, toma asiento con la comida ya servida y por muy sobrehumano que parezca decido no protestar, no pelear ni buscar confusión, este lugar me llama a ser calmada y apacible. Él alza su copa de vino y me invita a hacer lo mismo.

—Por nuestra primera cita —choca las copas y bebe pero yo no me muevo.

—¿Qué te hace pensar que esto es una cita? —pregunto y traga el vino para mirarme con lujuria incandescente que le resplandece el iris.

—El hecho de que hayas aceptado por tu propia voluntad ya es un paso de avance.

—Ya volvimos con tus ideas psicópatas, debe ser cierto eso que dicen de que los médicos están más locos que los pacientes —me llevo la copa de vino a los labios y bebo sin apartar la mirada de su rostro absorto y confuso sobre mi insinuación.

Estoy apunto de tomar un trozo de carne cuando me detengo a continuar con mis palabras como dagas algo chistosas; es que me encanta ver su cara de enfado.

—¿La has cocinado tú? Es para saber que porcentaje tengo de que quede rendida y que me ates a un cuarto de juegos.

Se ríe levemente burlándose de mis palabras y pincha con el tenedor un trozo de carne de mi plato, lo mastica y sonríe.

—Ya vez, no estoy muerto.

—Por ahora, Adam.

—¿Ya dije lo perfecto que se oye mi nombre cuando lo dices tú?

Reviro los ojos ante su comentario y decido callar para así disfrutar de la cena en un silencio bastante tranquilizador y nada incómodo. La brisa de la noche me bate el cabello y junto a ella trae olor a campo, flores, lluvia y me quedo tranquila mirando la apacible noche que me espera hoy. La luna cuarto menguante nos muestra su mejor faceta, reluce brillante y serena como pocas noches me acostumbré a verla en Argentina, ya que el ruido tormentoso de la calle despierta en la noche le quitaba todo ápice de paz al momento, así que ahora lo disfruto más. Tras extensos minutos de silencio terminamos de cenar y nos quedamos haciendo sobremesa absortos en nosotros mismo, tranquilidad la cual no me atrevo a interrumpir. El postre caliente alivia la temperatura de mi cuerpo ya que me costará un poco volver a adaptarme al frío europeo después de tantos año fuera de aquí. Adam vuelve a meter los platos ya vacíos en el carrito y los deja en un área más alejada a donde nos encontramos, no vuelve a sentarse, todo lo contrario, se queda parado a mi lado extendiendo la mano para que me levante.

—¿Qué? —le pregunto de mala manera.

—¿Me acompañas? —la dulzura de sus palabras recompensa mi mal carácter.

—¿A dónde?

—Es una sorpresa.

—Que sepa, hoy no es mi cumpleaños.

Euforia +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora