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Llegué y me di una ducha ya que el olor a sangre no se va de mis fosas nasales recordándome a Ihnoa; la imagen de esa mujer muerta no me deja dormir y trato de ver la televisión pero no me concentro. Ya voy por la tercera taza de té de la noche, pero ninguna me incita a descansar, es tarde, muy tarde, casi las 4:30 de la mañana, debo ir a trabajar temprano y por primera vez quiero que ya sea de día. Los toques de la puerta me hacen dar un ligero brinco en el sofá y el corazón comienza a acelerarse. Quedo estática y rígida.

¿Y si alguien me vio hablar con ella?
¿Y si también me quieren matar?

Me debato entre abrir o no cuando vuelven a tocar; así que para salir de la duda voy a la cocina y cojo la sartén más grande que veo ya que el arma está tan bien guardada que buscarla me tardaría los minutos que no puedo perder. Apago las luces de la sala y bajo el volumen de la televisión. Respiro, con miedo, temor y el recuerdo vuelve otra vez.
¿Pero qué carajos te pasa? Nunca tienes miedo, a mirar a la muerte a los ojos. Me espabilo a mí misma.
Abro la puerta despacio, muy despacio, empuño la sartén y me preparo para dar un golpe certero a quien carajos se le haya ocurrido tocar la puerta a las cuatro de la mañana pero me detengo respirando aliviada cuando veo a Adam.

—¿Pero qué coño haces? —pregunta.

Lo tomo del brazo y lo jalo dentro de casa, me asomo y miro para los pasillos vacíos y el ascensor cerrado de mi edificio verificando que no haya nadie, cierro la puerta sigilosamente y me recuesto en ella esperando a que mis pulsaciones tomen un ritmo estable.

—¿Qué pasa? —me dirijo a la cocina a dejar mi nueva arma de defensa personal en su lugar —¿Pensabas pegarme con una sartén? —comienza a perseguir mis pasos encendiendo las luces que apagué.

—No suelo ser muy agradable con imbeciles que tocan mi puerta a estas horas.

Ríe un poco y se apoya en el marco de la cocina impidiéndome la salida.

—¿Te sientes mejor? —indaga con esa mirada penetrante pero tranquilizadora.

—Después de ver a una mujer con un tiro en la cabeza supongo que estoy bien —digo de manera sarcástica.

—Lo siento, no tenía que haberte llamado a esas horas.

Se equivoca, si hubiese esperado a la mañana siguiente no hubiese podido verla, ni escuchar ese número que tengo que descubrir que es.

—Tranquilo, valió la pena —le doy palmaditas en el brazo fornido tratándo de irme por un costado pero lo cubre.

—¿Lo que viste o el hecho de que te follé?

—Lo que hablé con ella, creeme he tenido sexo mucho mejor.

—¿Te corrías así otras veces?

—Sí.

—No te creo —me agarra de la cintura pegandome a su cuerpo.

—No necesito que me creas —poso una mano en su pecho para establecer algo de distancia.

—Me estas diciendo que tengo razón.

—No, solo digo que me importa una mierda si me crees o no. ¿Tienes algún trastorno relacionado con la necrofilia?

—No, ¿por? —se ríe.

—Después de revisar el cadaver de tu paciente no sé como aún tienes ganas de discutir como suelo correrme o no, así que mejor cállate antes de que sigas demacrando tu ética.

—Justo a eso se le llama ser ético, a alejar lo laboral de lo personal.

—No te equivoques, lo nuestro no es personal.

Euforia +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora