No existen las segundas oportunidades.
Todo se compone de un solo instante en el cual hay que sortearlo todo para poder ganar.
Muchas veces, en este juego macabro llamado vida, se pierde todo para quedar echo trizas y arrastrarse lo suficiente hasta salir adelante. Creo que yo me estoy arrastrando ahora mismo. Estoy arrastrándome tanto que cada una de mis articulaciones duelen, arden y me hace llorar hasta que cada lágrima inunda mi habitación para ahogarme. Para morir.
No existen segundas oportunidades porque yo estoy aquí, porque he sorteado todo en esta vida y me he quedado sin nada, y no ha llegado ningún ángel salvador, ningún ente divino a sacarme de mi miseria para decirme que todo estará bien. Que mi padre dejará de golpearme, que mi madre dejará de aceptar que él me golpee, y al fin, como si se tratara de un sueño, yo puédiese regresar a casa.
No existen las segundas oportunidades, porque de lo contrario yo sería feliz.
—Ezra.
Levanto la mirada, mi hermano mayor me mira desde la puerta, se aleja un poco de ella y señala la habitación detrás de él. Sonríe, Lou siempre sonríe.
—Bienvenido a tu nuevo hogar.
He dejado casa. He dejado mi verdadero hogar porque mi padre creía que los golpes eran mejor que las palabras. He dejado casa porque mi madre creía que el silencio era mejor que hablar. Porque me han dado una paliza, porque parece que de todo lo que me ha sucedido lo único que me duele es que ya no tenga lagrimas con las cuales llorar. Porque, de todos los golpes, lo único que se ha roto dentro de mí ha sido mi maldito corazón, y eso parece no importarle al mundo, ni tan siquiera al universo.
He dejado casa porque esa casa ha dejado de ser mi hogar y no sé cuán miserable es eso.
Miro a Lou, le sonrío. Me duele hacerlo, aún hay moretones en mí rostro. Mi hermano, al ver mi gesto de dolor, deja de sonreír y comienza a llorar. Lo hace como un niño desconsolado a pesar de tener veinticuatro años, lo hace a pesar de vivir solo desde hace cinco años, a pesar de tener un trabajo fijo y no haber regresado a casa.
—Ay, Ezra. No sabes cuánto lo siento.
—No ha sido tu culpa —contesto al instante.
—Sí que lo es, lo es porque no he tenido el valor de llamar a la jodida policía.
—Yo tampoco la he tenido —me encojo de hombros y entro a la habitación— huele bien, digo, la habitación huele muy bien.
Lou deja de llorar. Se limpia las lágrimas y me mira. Entra detrás de mí, besa mi mejilla y acaricia mi rostro. Entonces pienso en que entre sus brazos me siento diminuto, y que no me gusta sentirme así. No me gusta sentir que el mundo puede acabar conmigo, que alguien puede sostenerme como si fuese una simple hoja de papel. No me gusta ser débil, ni mucho menos creer que en la vida suceden cosas buenas. Porque si llego a creerlo o a sentirme así, estaría cediendo a los demás el poder de dañarme.
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Una última Canción ✅
Teen FictionPara August, su trabajo en Gypsy Bar, se define en borrachos malhumorados y bebidas baratas. A pesar de ello, no piensa renunciar cuando, cada noche, tras cerrarse las puertas, se sube al escenario para encontrar su momento de paz, donde tanto el so...