🎵Capítulo 19 - Ezra

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Despierto con August contra mi cuerpo

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Despierto con August contra mi cuerpo.

Despierto con sus últimas palabras retumbando en mi interior, destrozándolo todo a su paso, derrumbando toda barrera que alguna vez pude levantar y sostener sin miedo a que una fuerza sobrenatural la destruyera. Despierto pensando en que sus palabras fueron sinceras, en que nunca antes lo había escuchado hablar con tanta tranquilidad.

Y no entiendo cómo es que no huyo, que no escapo de entre sus brazos para decirle en una mentira piadosa que todo lo que sentimos está mal. Que puede que yo, al decir mi verdad, no siga siendo el mismo Ezra de siempre porque hay muchas cosas en mi vida (pasada y la de ahora) que no logro controlar, que no logro evitar y que siempre estarán ahí. Y que puede que, si él decide estar conmigo, nos persigan a los dos en una cacería salvaje donde puede salir dañado, muy lastimado. Porque hay cosas que ni yo mismo soy capaz de soportar.

Como el hecho de que no he podido salvar a mamá.

Como el hecho de que creo no ser tan fuerte como me muestro en realidad.

—Mmm.

Se remueve entre mis brazos, mueve su cuerpo entero hasta que su torso desnudo termina sobre el mío, y su pierna delgada aun enfundada en su pantalón se pierde entre las mías. Mueve el rostro, toma un suspiro largo y posa su barbilla contra mi pecho. Lo miro.

Tiene el ceño fruncido, y varios mechones de su cabello desordenado le enmarcan en rostro. Aun duerme, lo hace con profundidad mientras inhala con fuerzas para exhalar de placer. Miro a August, miro su cuerpo sobre el mío; la manera en que nos cubre la sabana, la manera en la que, la luz que se filtra por las cortinas, hoy se ha dignado a llenar la habitación de una claridad tenue y anaranjada que aviva todo el lugar.

—August.

Mi voz ronca. Mi corazón latiente. Una infinitud de sentimientos que no logro controlar. Se remueve. Acaricio con mis dedos su cabello, huele a menta con algo más. Lo peino hasta que cada hebra ondulada se encuentra en su lugar, y el rostro bronceado de August muestra las pecas diminutas que llenan su nariz.

—August —lo vuelvo a llamar— es hora de despertar.

Silencio. Mi respiración hace subir y bajar su cabeza. Lo dejo dormir. Lo hago porque deja de fruncir su ceño, se aferra aún más a las sábanas y comienza a sonreír. Sonríe en algún sueño del cual no sé si soy participe, del cual quizá August no pueda despertar. Lo dejo dormir mientras lo miro, mientras pienso en sus últimas palabras y en la manera que me hicieron sentir.

Y me pregunto, ¿será capaz de repetirlo? ¿Será capaz de decirlo una vez más sin que lo invada el miedo, sin que piense en escapar? Lo tomo por los brazos, lo muevo con lentitud hasta que su espalda se encuentra contra la cama, y la luz que se filtra por la cortina da directo en su rostro, sin hacerlo incomodar. Acomodo su almohada, lo abrigo aún más, lo hago llevando la sabana azul hasta su cuello, y luego, en medio de un silencio sepulcral, empujo el resto de la sabana por sus costados, evitando de esa manera que el frío descomunal se apodere de su piel desnuda.

Una última Canción ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora