🎵Capítulo 4 - August

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Ezra se vuelve rutinario

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Ezra se vuelve rutinario.

Lo hace cuando, tras haber cantado juntos, nos despedimos en la puerta del bar con la noche sobre nosotros como una clase de testigo silencio. Se vuelve rutinario al regresar al siguiente día, subir al escenario y pedirme una vez más cantar. Y no sé, en qué momento de la semana comienzo a acostumbrarme a él. Porque para cuando me doy cuenta, es jueves por la noche, Ezra toma asiento en el escenario y me mira a esperas de una respuesta. Esa noche, tocamos una de sus canciones favoritas.

No me lo dice, pero por la emoción que mostró en su rostro supuse que moría por escuchar la letra en mi voz. Y no sé, al regresar a mi casa, cómo sentirme al respecto. Cómo sentirme ante el hecho de que, un chico desconocido y altanero, me espera todas las tardes para escucharme cantar. Tan solo sé que sostengo un nudo en mi pecho, y que casa vez que subimos al escenario se disuelve por un instante para luego volver.

Le cedo, a regañadientes, un lugar dentro de mi oasis de paz, y él, como un buen invitado, honra mi lugar con el rasgar de su guitarra y sonrisas viajeras que me empiezan a agradar. Aun así, no se lo dejo ver. Por ello, cuando es viernes, y voy regreso del instituto, pienso en que es hora de cortar esa cuerda que comienza a formarse entre nosotros.

Porque tengo miedo.

Miedo de que termine cansándose de mí.

—August.

Aparto la mirada de la ventanilla del auto. Papá detiene el motor y quita la llave del contacto. Me mira. Sus ojos claros se clavan en mí, en lo desordenado de mi cabello, en el uniforme del instituto que no logré a quitarme por las clases extras de matemáticas. Me mira y sé que lo que está por decir me dolerá toda la vida.

—¿Cuándo dejarás de hacer esto? —deja ir.

Su voz es suave, pero varonil. Como si intentara no hacerme sentir mal con su pregunta.

—¿Hacer qué, papá? —murmuro.

Señala la entrada del bar, lo hace sin apartar su mirada de mí.

—¿Cuándo dejarás todo este juego? —añade— ¿No te cansa todo esto? Deberías estar estudiando para los exámenes, haciendo algo más... productivo. No sé, clases de idiomas, clases de cualquier otra cosa que no sea venir a un bar para quedarte a limpiar las mesas tan solo para cantar.

Parpadeó dos veces, alejando las lágrimas. Trago fuerte y respiro de igual manera. Oh, Dios. Oh Dios, pienso. Quiero llorar, quiero salir del auto y patalear tan fuerte hasta que olvide por qué siento tanta impotencia.

—Yo...

—Sabes que Sam te recibe gustoso —me interrumpe— pero tu madre y yo lo hablamos, August. Pronto la universidad, luego el trabajo. No tendrás tiempo para estas tonterías —levanta su mano, acaricia mi mejilla— lo digo por tu bien. Me lo agradecerás después.

Una última Canción ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora