🎵Capítulo 2 - August

54 11 9
                                    

Si el mundo fuese generoso, estaría siendo absorbido por la tierra para ser escupido en cualquier otro lugar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Si el mundo fuese generoso, estaría siendo absorbido por la tierra para ser escupido en cualquier otro lugar. Y no se trataba de que Downtown, en Nashville, me pareciera un mal lugar. No. Se trataba del hecho de que, mi vergüenza, había rebasado límites de los cuales yo no tenía noción alguna.

—August, ve a la mesa cinco, lleva dos cervezas y una taza de nueces —Sam cruza la barra, me da golpecitos en la espalda y posa dos cervezas frías en mis manos— pregunta si quieren algún otro aperitivo con el cual acompañar.

Asiento, salgo de la barra y camino por el mar de personas que se ciernen a mi alrededor. Finjo chocar con algunos, tan solo para luego disculparme y esconder una sonrisa tonta en mis labios. Me gusta el discurrir de las personas, los lugares llenos de ellas y las voces distorsionadas que parecen mantenerse animadas a pesar de que, la voz del chico rubio, resuene por los altavoces con un martillear insistente y totalmente arrasador.

Me detengo frente a la mesa cinco, dejo las cervezas frente a los hombres, hago la pregunta que Sam me ha indiciado y espero. Uno de los clientes me mira por un instante antes de responder. Repasa mi rostro moreno, la sonrisa que tiembla en mi boca y tan solo niega con un gesto quedo. Debe pensar que soy demasiado joven para esto, debe pensar que no tengo padres que me paguen la mesada y que por ello me paso la noche sirviendo bebidas.

Regreso por el mar de personas, no choco con ninguna. Tan solo limpio las manos en mi delantal, me detengo en una de las mesas cerca de la barra y tomo el pedido de una chica. Escucho su voz, apunto en la libreta y luego todos nos regresamos al escenario. Hay un solo de guitarra, y el chico de cabello negro y tez pálida avanza debajo de las luces azules, rasga la guitarra con los ojos cerrados y mueve su cabeza a son de la canción.

Lo miro, embobado, lo hago hasta que abre los ojos y se centra en mí.

Parece una locura, pero entre el torrente de personas, se fija en mí.

—Magnífico —la chica se regresa al pedido. Es universitaria, lleva el abrigo del equipo puesto— dos margaritas y unos nachos, no lo olvides.

Asiento, sonrojado. La chica lo nota bajo las luces neón y me guiña un ojo. Sigo mi camino, llego a la barra y le dejo al barman la nota. Me voy hasta la esquina de la barra, donde la luz es escasa y lloro. Lloro porque siempre he sido muy sensible, lloro porque quisiera estar en el escenario, cantando. Pero sobre todo lloro porque un desconocido me ha visto cantar y bailar en medio de mi oasis de silencio y soledad. Y de todo, lo que más triste me pone, es el hecho de que no me ha dicho sí le ha gustado escucharme.

Limpio mis lagrimas con el dorso de mi abrigo. Las personas aplauden al terminar la canción, el chico rubio, Mike, se despide sonriente. Me imagino ahí, con los labios rosando el micrófono y una decena de universitarios escuchándome cantar. Me coloco en pie, tomo las bebidas que ha preparado el barman y las llevo hasta la chica. Otra mesera sirve la comida.

Regreso a la barra, tomo una toalla y limpio.

Para cuando es media noche, todas las personas dejan el bar y la banda comienza a desprender los instrumentos para guardarlos en sus estuches. Me siento sobre un taburete, miro a Sam ir donde los chicos y entregarles la paga a uno de ellos. Les agradece, les da palmaditas en sus espaldas y los deja ir. Ellos se despiden de mí, los veo ir con una sonrisa hasta que se pierden al otro lado de los ventanales polarizados.

Una última Canción ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora