—¿Aun sigues aquí, muchacho?
Levanto la mirada de mi guitarra. Es de noche, la lluvia a cesado y el frío se ha mantenido afuera como el hedor de un animal muerto que penetra las paredes de un lote baldío. Las luces amarillas de afuera entran de a pocos en el lugar, creando pequeños rayos dorados que inundan el escenario y las paredes del local. Sam me mira, enarca una de sus tupidas cejas y se cruza de brazos cuando llega a un punto focal de la luz.
Me analiza, lo hace y pienso: debe estar viendo a un chico delgado aun sentado sobre el escenario; debe estar viendo mis ojeras, las marcas que quedaron de los golpes y que posiblemente nunca se van a borrar. Debe estar viendo mi cabello negro que va demasiado largo, los ojos oscuros, iguales a los de mamá, y mi abrigo arrugado. Debe verme y pensar que soy un desastre. Porque lo único que hace es dar un suspiro largo, sostener dos cervezas entre sus manos, negar con indignación y tomar asiento en la mesa más cercana mientras abre la cerveza fría con una rapidez impresionante.
—Ensayo —contesto, llenando el silencio.
—¿En un escenario vacío sin el resto de tu banda?
Se lleva la cerveza a la boca, bebe dos tragos largos y la vuelve a dejar sobre la mesa. Sam es un hombre grande, de cabello canoso y cuerpo exuberante, por lo que no me sorprende cuando se siente incómodo en la pequeña silla y se remueve hasta encontrar un punto seguro para él y su espalda. Aun me mira.
—Los chicos están en exámenes de curso —digo, buscando la manera de sacarme la pregunta de la cabeza— no estarán libres hasta el fin de semana.
—Claro, claro —mueve su mano libre, como si hubiese recordado— por ello llevan bastante tiempo sin pasarse en el bar.
Asiento. Él también.
—Aun así —prosigue— ¿qué haces tan noche en el bar? No es que me incomode tu presencia, muchacho. Pero hace mucho que ninguno de ustedes viene, ni siquiera August. Y ahora te apareces aquí, con un aspecto demasiado deplorable. ¿Sucedió algo?
Hay un instinto en todos los adultos que los obliga a analizarnos con sobre manera. Y no digo que esté mal, y no digo que me incomode. Tan solo pienso en que, algunas veces, ese instintito que albergan dentro de ellos parece ser certero, demasiado esclarecedor. Por lo que, con su mirada encima de mí, temo que se dé cuenta que vengo de un hospital, que he ido al apartamento por un poco de paz y lo único que he logrado es que todos mis pensamientos y problemas me hundieran aun más en el silencio de mi habitación.
A lo que, en un momento muy grave de desesperación, no pensé en otra cosa más que venir corriendo hasta acá. Temo que se dé cuenta que no tengo donde ir esta noche, y no se trata de que me haya quedado sin hogar, no. Sino que, al único lugar al que quiero ir es donde se encuentre August y eso no será posible hasta que arregle las cosas, hasta que pueda hablar.
—Todo bien —contesto.
—¿Estás seguro?
Asiento. Regreso la mirada a mi guitarra, hay un foco de luz que da directo a mi rostro, creando sombras a mi alrededor. Sam parece abrir la otra cerveza, me llega el sonido de la tapita de metal al caer y el característico canto de la espuma. No me hace falta levantar el rostro para darme cuenta que se coloca en pie, llega hasta el borde del escenario, donde me encuentro, y deja la otra cerveza fría a mi lado. Vuelve a su lugar con dificultad y toma asiento con un quejido de cansancio.
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Una última Canción ✅
Teen FictionPara August, su trabajo en Gypsy Bar, se define en borrachos malhumorados y bebidas baratas. A pesar de ello, no piensa renunciar cuando, cada noche, tras cerrarse las puertas, se sube al escenario para encontrar su momento de paz, donde tanto el so...