Para August, su trabajo en Gypsy Bar, se define en borrachos malhumorados y bebidas baratas. A pesar de ello, no piensa renunciar cuando, cada noche, tras cerrarse las puertas, se sube al escenario para encontrar su momento de paz, donde tanto el so...
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No creo en las segundas oportunidades.
No creo en los finales felices, en los momentos donde te encuentras en la cúspide de la montaña, miras hacia abajo y piensas en que nada podría llegarte a derribar. No creo en los milagros, en la justicia celestial y mucho menos en la felicidad que puedes amoldar a tu antojo sin miedo a que se pueda destrozar. No creo que exista un momento de paz donde cierres los ojos, estires cada parte de tu cuerpo y te permitas suspirar porque todo dentro de ti: de tu mente y todo lo demás se siente completo.
No creo en las segundas oportunidades porque cuando una me fue cedida lo único que logré fue que me arrebatara algo más. No creo en las segundas oportunidades, y ciertamente no creo que exista la paz. Porque cuando me he detenido a suspirar han sido las lágrimas, en forma de una gran fuente sin drenar, las que me han inundado lo suficiente como para decir: ya está, he muerto.
No creo... no creo poder seguir.
O al menos eso pienso.
Mi cabeza es un completo trozo de vidrio que se destroza a cada tropezón. Soy pedazos de recuerdos, de dolor y de un sentimiento que ya no logro reconocer. Porque tal parece he regresado a esos días donde nada me parece real; donde todo se esconde detrás de una fina cortina borrosa que me permite ver, pero no participar.
Porque todo sucede así: dejo a August, su imagen llorando se impregna en mí y tan solo pienso, tonto, tonto, tonto. Le has hecho daño cuando prometiste nunca hacerlo, le has dado todo lo que tenías y en el último instante, luego de haber pasado toda una eternidad convenciéndolo, has tomado lo que juraste nunca separar y lo has destrozado como quien con rabia contenida rompe un papel.
Y me digo, ¿así? ¿Así es como se suponía, desde un principio, que acabaría todo? Así es como se supone que el hilo rojo del maldito hace su labor, ¿mostrándome la felicidad, sellando heridas, y luego, cuando todo se encontrara bien, arrancar la costra seca y hacerme sangrar? Me siento como una mierda, estoy postrado en el dolor. Y yo, que no sé cómo avanzar, tan solo pienso en que no lo soporto más.
Pero cuando me doy cuenta de ello han pasado días, y los días se hacen semanas y de las semanas un mes. Entonces ya no soy el Ezra que deseaba escucharlo cantar, no. Entonces soy un cuerpo sin alma que mira al techo, se traga las ganas de llorar y duerme lo suficiente procurando nunca soñar.
Soy un chico que pasa por el juzgado, testifica contra su padre y revive una y otra vez el funeral mientras me repito la ha asesinado, mi padre, él la ha asesinado. Y los dos meses ya he perdido el apetito, tanto solo escucho los pasos resonar. Y luego ya no es un jodido mes, son tres, y a mi padre le han dado sentencia, y todo sigue pareciendo irreal, y comienzo a tener miedo. Miedo de verdad.
