Crecí escuchando que era afortunada por nacer en una familia con dinero, pero a medida que iba creciendo dejé de creer que afortunada era una palabra que me describiera.
El tener dinero hizo que la gente me rodeara, en la secundaria tenía muchas personas las cuales decían ser mis amigos, pero solo estaban conmigo por dinero, o por pasar los veranos en nuestra piscina. Nunca conocí lo que era tener una amiga de verdad, las chicas de la escuela eran mis amigas para ir de compras, pero nunca les importé realmente, nunca se preocuparon por mis problemas, vivía sintiéndome sola, aunque la casa estaba repleta de personas.
Mis padres tampoco podríamos decir que eran buenos, realmente creo que me tuvieron solo para heredar la fortuna de mi abuelo, ya que nunca me trataron como hija, al contrario me trataban como si fuera un objeto, eran fríos conmigo, me hacían creer que había algo malo en mí, pero a veces, trataban de compensar su falta de cariño con regalos y viajes.
La verdadera tortura comenzó cuando tenía diecisiete, todavía no había tenido novio, y no era porque no tenía pretendientes, ellos sobraban, solo querían estar conmigo por mi fortuna y por mis calificaciones, soy muy buena en matemáticas, más de una vez fui profesora particular de mis compañeros, ahí me di cuenta que tengo un don para la docencia, tampoco me sentía atraída por los hombres, mi amor platónico siempre fue la capitana del equipo de porristas, pero si mis padres se enteraban eran capaces de tener otro hijo para dejar toda la fortuna a su nombre. No querían una hija lesbiana, tampoco una hija profesora, querían que estudiara algo relacionado a las finanzas.
Mi apellido tenía mucho poder, estaba cansada de ser la hija de, quería ser reconocida por quién soy y no por mis padres, así que cuando me tocó entrar a la universidad me inscribí a una del otro lado del país, para comenzar de nuevo.
Mientras vivía en Minnesota tuve varios encuentros de una noche con compañeras, pero no quería nada serio, no me sentía preparada.
Mis compañeros sabían que viví toda mi vida en Oregón, pero nunca supieron que era una Soriano, parte de una de las familias más poderosas del país, hasta el día de la graduación. Dos semanas antes, mis padres mueren en un accidente aéreo cuando volvían de Suiza, mala suerte supongo. Ahora toda la fortuna de mis padres estaba a mi nombre, las cuatro propiedades, todos los vehículos, el dinero, las acciones de mi padre en la empresa familiar, todo era mío.
La mayoría de las personas estarían destruidas al perder a sus padres, pero yo no. Ellos nunca me demostraron cariño, se encargaron de exigirme la excelencia, de humillarme cada vez que podían, de tapar todo eso con regalos, de hacerme fría, insegura. Pero el karma hizo efecto, por suerte.
Creo que tomé la mejor decisión, le vendí las acciones de mi padre al mejor amigo de este, vendí todas las propiedades a excepción de la casa de verano de Los Ángeles y un auto.
Muchos de mis conocidos se acercaron a mí, pensaban que estaría rota, que olvidaría todo el mal que me han hecho, pero no, tengo la suerte de tener una buena memoria y soy bastante rencorosa. En el tiempo que estuve en Minnesota, cuando nadie sabía sobre mi apellido me había servido para vivir una vida normal, lejos de la gente interesada, pero con la muerte de mis progenitores todo el mundo se me acercaba a darme contención pero con el propósito de que les diera algo a cambio de su solidaridad.
Así que decidí huir. Tomé mis pertenencias más importantes y escapé a Nueva Zelanda a ejercer mi carrera durante tres años, lo suficiente para que las personas se olviden de mi historia. Allí conocí lo que es tener una amiga verdadera, Miranda, ella también es estadounidense, y también escapó de su familia. Y tuve algunas novias, pero nada serio, no me animaba a los compromisos.
En Nueva Zelanda pude tener todo aquello que en mi país no, conseguí una amiga que no estaba a mi lado por mi dinero, una amiga verdadera, con la que me sentía cómoda, feliz, entendida, una amiga a la que no le importaba que sea una Soriano.
Al finalizar mi estadía ambas nos despedimos de nuestras compañeras de trabajo y decidimos volver, iríamos a la única casa que me queda. Una semana antes de viajar llamé a una de nuestras antiguas empleadas doméstica para que dejara la casa en orden.
Al bajar del avión tomamos un taxi. Nos dejó en frente de una imponente mansión de dos pisos, seis habitaciones, siete baños, cine, un enorme living, comedor, cocina, piscina, cancha de tenis y cochera apta para para tres autos. Martha había dejado la casa en las mejores condiciones, no se notaba que había estado tres años deshabitada, la pintura de la casa estaba intacta, los arbustos y el césped estaban bien cortados.
Martha abrió la puerta, me saludó.
Subía junto a Miranda las escaleras cuando vi el enorme cuadro con una foto familiar, mis abuelos en centro, mis padres, mis tíos, mis primos y yo, con una sonrisa falsa que intentaba ocultar mi tristeza, pero esta no se escondía. Solo tenía trece años. No puedo creer como ninguno se daba cuenta de que estaba sufriendo, hasta que me encontraron en la bañera de mi baño, inconsciente, desangrándome, había cortado en el lugar correcto, solo que no tan profundo para llegar a la aorta.
Mis padres me prestaron atención y cariño, pero solo por dos meses, luego de eso tuvimos una fuerte discusión donde me catalogaron como niña caprichosa que busca constantemente la atención. Realmente me alegra que se estén pudriendo en el infierno.
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más que compañeras
Romance¿Quién pensaría que pedir una reunión con la madre del chico problemático de la escuela haría que Charlotte comenzara a creer en el amor a primera vista? ¿Quién diría que ir a una reunión haría que Taylor conociese a una persona que le movería el p...