Capítulo 38: la boda.

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En un abrir y cerrar de ojos ya era la mañana del seis de febrero. Le di un beso a Charlotte y nos levantamos de la cama, cada una tenía que ir a un lugar para arreglarse. En mi caso, a la casa de mi hermano, y en el de Char, al departamento de Marilyn y Miranda.

El salón quedaba bastante lejos de casa, casi fuera de la ciudad, pero valía la pena.

Mi familia y yo llegamos al salón nueve y cuarto, me llevaron a una pequeña habitación donde me pondría el vestido, y minutos después escuché otro auto estacionar, el de Miranda.

Mi vestido era beige, hasta el piso, ajustado hasta la cintura, escote en V poco pronunciado y con la falda, recta, con algunas capas de tul, que tenían apliques de encaje, y manga de tul sueltas, ajustadas en las muñecas y hombros. Era invierno. Mi cabello estaba recogido en una especie de coleta, con un broche de brillos.

El clima era muy cálido para ser febrero, por eso aprovechamos para hacer la ceremonia afuera, había un arco de arbustos, con pequeñas flores blancas y azules entremedio sobre el altar, y una alfombra blanca en medio de las sillas.

Zach, John y mi hermano George eran los padrinos. Miranda, y mis cuñadas Beatriz y Valentina, las madrinas.

Mis sobrinitas, Leah y Heather repartieron pétalos de rosas rojas antes de que yo entrara.

Entré cuando happy together comenzó a sonar, con un ramo de flores y mi padre del brazo, comencé a caminar y la vi. Llevaba un vestido largo, con apliques de brillo en el corset y en las puntas de las mangas, las cuales eran transparentes, y una gran falda. Me sorprendió muchísimo, no creía que ese fuera su estilo. Con respecto a su cabello, estaba recogido en un moño desprolijo, con una pequeña coronita de brillos en forma de hojas. Si digo que estaba hermosa me quedo corta.

Caminé hasta el altar, aguantando la risa, con una gran sonrisa. Mis ojos veían a Charlotte, los de ella me veían, nuestras sonrisas, y nervios eran uno solo.

Mire al juez, luego miré a Charlotte. Tomé una de sus manos.

-Cuida mucho a mi pequeña flor de anís Char. –Le dijo mi padre antes de ir a sentarse, y ella asintió con una sonrisa.

-Bien, estamos aquí reunidos para celebrar la unión de Charlotte Soriano, y Taylor Inés Adams. Los anillos por favor. –Y allí entró Gino, con un pequeño esmoquin azul, hace días perdió uno de sus dientes de enfrente, y lucía su ventanita en una gran sonrisa. Se frenó casi en frente, volteó hacia una de las filas y le levantó el pulgar a su madre y Mad. –Ahora es momento de los votos.

-Char, apareciste en mi vida de la forma más inesperada, arrasando con todo lo que creía saber sobre mí, dejándome mi verdad a la luz. Llegaste para demostrarme que el amor no siempre lastima, que se puede encontrar a cualquier edad, para hacerme feliz y para llorar conmigo. Me demostraste que hoy estamos aquí y que mañana no lo sabemos, y que las personas cambian. También debo agradecerte por ganar la batalla contra la muerte hace cinco meses, por amarme con todas mis locuras. Te amo, ayer, hoy, mañana y siempre. –Mientras decía esto, algunas lágrimas salían y coloqué su anillo en su dedo.

-Tayl, me hiciste creer en el amor a primera vista, lograste demostrarme que puedo amar sin fracasar en el intento. Me enseñaste que el amor aparece donde menos lo espera, y cuando no lo buscas, que puedo ser respetada sin utilizar máscaras, y que enseñar es más divertido si hay un amor mutuo. Gracias por amarme, y por no soltarme nunca. Te amé desde el primer día que nos vimos, y te amaré hasta la eternidad. –Ella me colocó mi anillo y algunas lágrimas humedecieron sus ojos, pero no las soltó, tiene esa fortaleza.

-Dicho esto tengo que preguntar: ¿Taylor, aceptas serle fiel, amar a Charlotte en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte las separe?

más que compañerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora