Capítulo 2: Taylor.

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Fui feliz con poco, o mejor dicho, me adapté a las circunstancias y creí que era feliz. Nací en una familia clase media, con dos hermanos, lujos fue algo que nunca tuve, pero mis padres eran amorosos, y me sentía amada. Tenía pocas amigas, pero eran reales, y muy buenas notas.

Siempre soñé con ser profesora, me encantaba acomodar mis peluches y simular que les daba clases. Ya de más grande descubrí mi amor por la filosofía, y a la hora de elegir una carrera decidí unir esas dos pasiones, y a los veintitrés me recibí de profesora de filosofía.

En la universidad conocí a Romeo, al principio me hizo sentir como si fuera Julieta, o eso creía, nunca supe lo que es estar enamorada, pero luego entendí que no era así, pero fue demasiado tarde, cuando quise alejarme de él descubrí que estaba embarazada.

Siempre fingí sentir cosas por chicos, sentía que era una obligación el babearme por un chico, aunque inconscientemente siempre miré de una manera diferente a una profesora.

Conocí a Romeo en el penúltimo año de carrera, comenzamos siendo amigos, pero luego comenzaron los besos, los poemas, los chocolates, las rosas y cartas de amor. Cuando nos graduamos, él me pidió ser su novia en frente de todos, esa vez acepté, pero si hubiera sabido en qué clase de persona se convertiría, no hubiera aceptado.

Conseguimos trabajo en Santa Mónica, así que nos mudamos allí. Estuvimos trabajando los dos en la misma escuela por año y medio, hasta que lo encontraron tomando alcohol y fumando marihuana con alumnos de penúltimo año en el patio de la escuela. A él lo despidieron, yo seguí dando clases. A todo esto, él no estaba muy contento de que siguiera allí.

Semanas después de que fue despedido nos enteramos de que estaba embarazada. Él comenzó a trabajar en una fábrica de muebles, ya que era muy bueno en eso, pero cuando Zach cumplió dos años fue despedido por un recorte de personal.

Romeo no volvió a conseguir trabajo, tampoco creo que lo haya buscado, comenzó a tomar, constantemente me reprochaba que yo seguía trabajando en la secundaria de la que él fue echado, incluso me amenazó, si no renunciaba él iba a dejarme y llevarse a mi hijo. Y por miedo decidí abandonar el trabajo que me hacía feliz.

Tenía dinero ahorrado, pero no se puede vivir a base de ahorros, así que en la mañana trabajaba en una cafetería y en la tarde solía dar clases particulares. Llegaba a casa cansada, tenía que preparar la cena, bañar a Zach, limpiar la casa y ser su juguete sexual.

Él se pasaba todo el día en el sillón tomando, pero jugaba con nuestro hijo.

Una vez salió a reunirse con sus amigos. Al volver abrió la puerta de un golpe, él entró tambaleándose, podía ver la furia por sus iris azul cielo, sus escleróticas estaban rojas por la hierba, soltó la botella de whisky, la cual se derramó en la alfombra.

-¿Qué hiciste para la cena?

-No pude hacerla todavía, estaba a punto de comenzar a cocinar, es que Zach... –fui interrumpida por una bofetada.

-Mujer estúpida, ¿para qué estás aquí si no haces nada? Y no metas a mi hijo en esto, no lo uses para cubrir tu vagancia, inútil, perra mal parida. Ve a preparar la cena antes de que te mate a golpes.

Me dirigí a la cocina sin chistar a preparar algo para cenar, él jamás me había pegado así que creí que me la merecía.

A la mañana siguiente me pidió disculpas asegurándome que no lo volvería a hacer, y como mujer estúpida que no quería que su hijo viviera con padres separados, le creí. Creí que sería la última vez que me golpearía. Qué equivocada estaba.

Una vez se enojó tanto porque su camisa favorita no estaba limpia que me golpeó, me golpeó tanto que quedé inconsciente en un charco de mi propia sangre. Desperté por el llanto de Zach, Romeo se había ido, me arrastré algunos metros hasta poder agarrar mi celular, cada centímetro de mi cuerpo dolía. Primero llamé a mi madre, ese maldito trozo de basura me había alejado de toda mi familia cuando nuestro hijo cumplió un año.

-Mamá, no hay tiempo, tienes que venir urgente a Santa Mónica, Romeo me dio una paliza, estoy sola con Zach en un charco de mi propia sangre. No sé si sobreviviré, necesito que te encargues de mi hijo.

Recuerdo llamar al nueve once justo antes de desmayarme y luego despertar en el hospital con mi madre a mi lado.

-Mamá, discúlpame.

-No hace falta que te disculpes hija mía, estás viva, eso es lo importante.

-¿Zach?

-Acaba de dormirse, está aquí.

Mis hermanos se encargaron de empacar todas mis pertenencias y las de Zach para llevarlas a la casa de mis padres en Los Ángeles, de donde nunca tendría que haber salido.

Mientras estaba en el hospital mi madre llamó a la policía y a un abogado, tramité mi divorcio con Romeo e hice una orden de alejamiento para que no se acercara ni a Zach ni a mí.

Esa situación me dejó mal, estuve años con sesiones con una psicóloga, hasta que perdoné a Romeo, mi odio no me dejaba recordar lo buen padre que era, y cuando lo recordé decidí levantar la orden de alejamiento a Zach y ellos se volvieron a encontrar luego de siete años, Zach volvió a ver a su padre a los diez años. Tramitamos un calendario de visitas, así que Zach pasaba un fin de semana conmigo y al viernes siguiente su padre lo recogía de la escuela y lo llevaba el lunes.

Todas esas situaciones hicieron que mi hijo se volviera un problemático, tuve que cambiarlo de escuela seis veces en once años. Fácilmente tengo tres reuniones semanales con la directora o profesores, pero últimamente ese número va disminuyendo.

El momento más oscuro para Zach fue sin dudas tiempo después de cumplir trece, su padre conducía ebrio y terminó volcando en la carretera, su auto se incendió y él murió. El Karma se encargó del mal parido de Romeo, por suerte.

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