Capítulo 36: corazonada.

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Veía a Carla llorando, ella me veía y se acercaba. Me besó, nuestras lágrimas eran una. La abracé fuerte, le dije: Te amo, no vuelvas a irte, que la soledad me enloquece. Ella asintió y volvió a besarme.

Luego comenzó a caminar hacia atrás, y un auto la chocó. Solté un grito ahogado, el auto se dio a la fuga pasándola por encima.

Por suerte fue un sueño, un sueño que agitó mi corazón y que me hizo abrir los ojos, yo la quiero, quiero que sea mi pareja, quiero que ella y Gino sean parte de mi familia.

Miré la hora, tres de la mañana. En cuestión de segundos estaba empacando toda mi ropa, y metiendo a los gatos en sus jaulitas.

Llamé un taxi.

-Buenas noches, al aeropuerto por favor.

-Buenas noches señorita.

Me bajé rapidísimo, y entré al aeropuerto.

-Buenas noches, deme un pasaje para el primer viaje a Italia que tenga, es de suma urgencia.

-Debo decirle que tiene mucha suerte, en hora y media sale un vuelo a Nápoles, solo queda un lugar, ¿Viaja usted sola?

-Yo y los gatos.

-Bien, ¿me permite la documentación?

-Le di la tarjeta, documento y pasaporte.

Aproveché el tiempo que tenía antes de subirme al avión para mandarle un mensaje de voz a mamá.

-Mamá, sé que vas a querer matarme luego de esto, pero no estaré con ustedes para año nuevo, dentro de una hora sale mi vuelo, decidí apostarle al amor, iré a Italia mamá. Les aviso cuando llegue a casa de Carla.

También me contacté con Enzo, sí, le mentí a Carla, yo si tengo contacto con él y no, él no me dijo dónde estaba ella.

La primera escala fue en Madrid, el vuelo hasta allí fue largo, estuve una buena parte del viaje leyendo y la otra durmiendo.

Al desbloquear mi celular tenía mensajes de mis padres y tíos, todos deseándome suerte, para este punto toda la familia lo sabía.

Al llegar a Nápoles pedí un vuelo para Catania, y le avisé a Enzo para que me recogiera en el aeropuerto a las ocho de la mañana, a esa hora llegaría allí.

Ese vuelo fueron las tres horas más caóticas de mi vida, atrás mío había dos niños, uno no paraba de patear mi asiento, y el otro lloró todo el camino. Y para cerrar con broche de oro, había una señora de unos setenta años a mi lado que no paraba de intentar hablar conmigo.

Pero finalmente llegué a Catania, y allí estaba Enzo. Me ayudó con las maletas y los gatos.

-Menos mal llegaste, ella está muy mal, estuvo internada unas horas.

-¡¿Qué?! ¿Qué pasó? ¿Cómo está ella?

-Ella está mal, pero prefiero que te lo diga ella.

-Bueno.

Él entró a la casa, y salió con ella, llevaba el cabello recogido desprolijamente, y los ojos rojos, llorosos e hinchados, como si estuviese llorando hace mucho tiempo.

Ella alzó la vista, y me vio. Inmediatamente corrió hacia mí, la abracé y se acurrucó contra mi cuerpo, podía sentir la humedad de sus lágrimas en mi hombro.

-Tranquila, estás a salvo conmigo, estoy aquí. Vamos adentro. -Le susurré mientras acariciaba su cabello.

Carla

Veintiséis de diciembre. Estaba en el jardín, desayunando con el abuelo, hacía un poco de calor para ser diciembre, por eso aprovechamos los rayitos de sol que calentaban, era temprano, y solo estábamos nosotros dos.

más que compañerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora