El Asesino de la Máscara

Epílogo

Señor Dunger:

Lamento molestarlo. Le envío esta especie de carta para informarle, sin preámbulo, que yo sé que usted ha asesinado a su hermano en el barco. Y sé todo lo de la secta criminal de la que formaba parte. Señor Dunger, sabe usted que será arrestado y condenado en cualquier momento. Pero me gustaría que, aún en libertad, asistiese al entierro de su hermano, que se celebrará este sábado en su propia casa. Me parece que, a pesar de todo lo ocurrido, debe usted despedirse de Maxwell como corresponde.

Si le parece bien, podemos reunirnos en privado y conversar sobre lo sucedido. Puede confiar en mí.

Detective O'Brien

—¿Y con esta carta el señor Dunger accedió a encontrarse con usted, sin más? —preguntó el anciano Towel, que estaba sentado en uno de los sillones individuales de la oficina que compartía con sus compañeros en Scotland Yard.

—Así es —contestó el diminuto detective O'Brien, que estaba ubicado en otro sillón individual.

—¿Y no tenía miedo de que Dunger lo asesinara en el encuentro?

—No. Lo cité en una cafetería, es decir, un lugar público donde cualquiera vería el momento en que me... asesina. Pero de todos modos yo sabía que Dunger no me haría daño. Él, al igual que su hermano, nunca tuvo intención de lastimarnos a nosotros. En el fondo, señores, esos hombres eran buenos. Sólo que en un momento determinado de su vida, eligieron el camino incorrecto.

—Ya está hablando usted como el señor Whole, O'Brien —dijo el joven Prouds, que también estaba sentado en un sillón—. O como ese pastor loco que estaba en el entierro de Towel.

El anciano se echó a reír, y O'Brien se tentó.

—¡Oh, ese entierro fallido! —exclamó Towel—. Esa es una gran anécdota, caballeros.

—Sí, claro —contestó Connor, tomando un ejemplar del periódico Las posaderas—. Este caso me ha vuelto loco, me ha quemado la cabeza. Creo que necesito unas vacaciones.

—Sí, no estarían nada mal.

—Pobre Dunger, supongo —dijo el joven abriendo el periódico en la noticia que anunciaba que Walter Dunger había sido encontrado muerto en su celda, donde días atrás lo habían encerrado a la espera del juicio. La nota de suicidio, al parecer, explicaba su muerte. En dicha nota el señor Dunger se lamentaba y arrepentía de los crímenes de los que había sido cómplice años atrás—. Ahora, vayamos a lo importante: ¿llegó a escribir su testamento? ¿Les dejará todos sus bienes a sus amigos?

—Prouds, por favor, eso no es importante —contestó el anciano—. Lo importante es ir a buscar a los demás, a las otras personas que formaban parte de esa organización criminal. ¡Por Dios, qué terrible, pobres judíos!

—Pues nuestra magnífica agencia ya ha logrado atrapar a algunos de esos criminales. En estos días seguramente caerán los demás. Pero yo ya no quiero saber más nada con este caso. Ya les dije: ahora sólo necesito descansar.

—Yo también, Prouds... ¿Usted se encuentra bien, O'Brien?

El pequeño detective pareció salir de sus pensamientos.

—Sí, claro, sólo estaba pensando... —dijo.

—¿En qué? —interrogó Connor.

—Oh, nada, en lo que está pasando en Alemania. Saben ustedes que las ideas antisemitas no están presentes sólo en Inglaterra.

—Sí, bueno, ¿pero qué quiere que haga? Ya, O'Brien, deje de pensar un poco.

—Caballeros, ambos dejen de pensar —dijo el detective Towel—. Este caso nos ha dejado agotados a todos. Pero creo que es buen momento para recordarles, una vez más, el gran equipo que hacemos los tres.

El joven miró al anciano como si fuera estúpido.

—Si usted lo dice...

—Yo pienso como usted, Towel —sonrió O'Brien.

—Y Prouds también lo piensa, sólo que es demasiado orgulloso para admitirlo —dijo Towel. Connor revoloteó los ojos—. Oigan, ¿qué tal si...?

—Sí, Towel, sí —Prouds se adelantó—. Prepare café. Por favor.