6. Acusación de homicidio

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—¡¿Yo?! —preguntó, atónito, el detective Towel, señalándose a sí mismo con un dedo—. ¡Usted está mintiendo!

—¡No, usted no, anciano! ¡El hombre que está detrás suyo! —contestó el hombre de traje y barba. Towel, entonces, dio media vuelta al igual que sus dos compañeros de Scotland Yard y, en realidad, todos los que estaban en la iglesia. El señor Dunger, que aparentemente era el señalado, miró sin entender.

—¿Él? ¿El señor Dunger? —interrogó el joven Prouds, algo asombrado aunque no tanto. Towel frunció el ceño, al igual que todos los que conocían al interpelado. El diminuto O'Brien, por su parte, increíblemente se mantenía inexpresivo.

—¡Sí, él! —contestó el hombre—. Lo encontré en el despacho del pastor. Le dije que no podía estar allí, que era un lugar privado. Y el muy maleducado se encogió de hombros y dejó sobre el escritorio algo que no sabía qué era. Pues ahora está claro: era la copa. ¡Ese hombre envenenó al pastor Dragonfly!

El murmullo de los fieles se reinició y esta vez se veían notablemente molestos. El señor Dunger, casi involuntariamente, volvió a posicionarse detrás del detective Towel como si temiera algún ataque desprevenido.

—¡Eso es mentira! —exclamó el señor Greek, y todos volvieron a quedarse en silencio—. ¡Él estaba con mi otro amigo y con este detective allí, en la entrada principal! ¡Es imposible que haya entrado en el despacho!

—En realidad —dijo Prouds—, en este último momento yo no estaba con el señor Dunger. Según dijo, él y el señor Vaso iban a recorrer los alrededores del templo por si veían algún movimiento extraño o al Asesino de la Máscara. Pero...

—Y exactamente eso hicimos —aseguró el señor Vaso. Las miradas de todos los presentes se trasladaban de una persona a la otra cuando cada uno tomaba la palabra—. Walter y yo nos encontramos recién, cuando alcanzamos la parte trasera del templo. Así que es imposible que él haya estado en ese despacho —miró al hombre de traje y barba—. Usted está mintiendo. O se habrá confundido con otra persona.

—¡No! —contestó el otro—. ¡No me he confundido! ¡Ese es el hombre que encontré en el despacho!

—¡Ya deje de inventar! —soltó el señor Greek—. Su mentira es tan evidente, además: sólo dijo que lo vio en el despacho, y ya asume que ha envenenado al pastorcito.

—¡Hable con respeto!

—Señor Dunger —dijo O'Brien con su pacífico tono de voz—, se dará cuenta usted de que requerimos su palabra.

El señor Dunger pareció despertarse de un sueño.

—¿Qué quiere que le diga, detective? No sería tan estúpido como para envenenar a este pastor y seguir de pie aquí, como si nada —dijo—. Además, ¿por qué lo haría? Ni siquiera conozco a este hombre. Su nombre estaba en la lista de las víctimas del Asesino de la Máscara. Así que ¿por qué me adjudican esta muerte a mí y no a ese loco?

—Será que usted es el Asesino de la Máscara —dijo el hombre de traje y barba.

—¡Ya basta! —el señor Dunger de pronto se mostró furioso—. ¡Es su palabra contra la mía! Yo venía de caminar por fuera del templo, como dijo mi amigo. Volví a entrar justo después de que hallaran el cuerpo. Nunca estuve en el despacho.

—¿Sería muy extraño pensar que... este mismo hombre sea el Asesino de la Máscara? —sugirió el señor Greek, que parecía haber recuperado la calma. Todos a su alrededor notaron que su pipa estaba de pronto encendida otra vez; nadie sabía en qué momento la había encendido.

—¿De quién está hablando, señor Greek? —preguntó Connor, confundido. Todos miraron con atención al señor Greek, excepto O'Brien, que alternaba su mirada entre las dos entradas traseras de la iglesia.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora