20. Una nueva hipótesis

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El detective Towel fue el primero en despertar. Se incorporó lentamente; sentía su cabeza adolorida, por lo que se llevó una mano a la misma. O al menos eso intentó, ya que al mover la mano derecha se percató de que tenía atadas ambas manos. Abrió bien los ojos y se asustó al ver inconscientes a sus dos compañeros.

Miró a su alrededor. Los tres se encontraban en una habitación que estaba prácticamente vacía. Era toda de madera, había una gran ventana a la derecha, un guardarropa, un par de sillas —todo de madera—, la cama a la que estaban atados los detectives Prouds y O'Brien, y un par de macetas con plantas que estaban al borde de la muerte. Toda la iluminación que había —la cual no era poca— consistía en luz natural y algo de las luces del pueblo, que ingresaban por la ventana. Towel miró para atrás y comprobó que él, a diferencia de los otros dos —quienes estaban frente a él—, estaba atado a una tercera silla.

Recordó todo rápidamente. Habían ido a ese sitio, que era la casa de campo del señor Dunger, para encontrarlo después de que este se hubiera escapado de la agencia. Y Dunger efectivamente estaba allí, incluso les había ofrecido café. Connor creyó que estaba envenenado pero al parecer no era Dunger el que tenía intención de dañarlos, sino el Asesino de la Máscara, que apareció de pronto en la puerta. Recordó que ese hombre los había obligado a él y a sus compañeros a deshacerse de sus armas, y luego lo último que tenía en la memoria era el fuerte golpe que recibió en la cabeza. Ahora entendía que, después de aquello, había quedado inconsciente. Y al ver a sus compañeros, se preguntó si ellos también habían sido golpeados de esa forma. ¿Y el señor Dunger? ¿Dónde estaba él? ¿Acaso seguía vivo o el Asesino ya se lo había cargado?

—Shh, detectives —susurró, pero no obtuvo respuesta— ¡Detectives! —susurró más alto. Como, una vez más, no hubo respuesta, se imaginó el peor escenario: Prouds y O'Brien estaban muertos. Pero enseguida consideró que si el Asesino de la Máscara los hubiera matado, no los habría dejado atados a esa cama. Supuso que ese loco los había dejado inconscientes como había hecho con él—. ¡Detectives! —susurró una vez más. Otra vez, no obtuvo ninguna respuesta.

Soltó un suspiro y se rindió, al menos temporalmente. Consideró que quizá sus compañeros tardaran un poco más en despertar. Y a continuación se distrajo cuando oyó las voces... ¿o la voz?

—No les hagas daño a ellos.

No me interesa lastimarlos a ellos.

¿Hasta dónde vas a llegar?

Hasta el final.

Estás perdiendo la cabeza...

El anciano oyó una risita y luego un fuerte ruido, como de una puerta cerrándose de golpe. Tenía el ceño fruncido. Lo que acababa de oír parecía una conversación; sin embargo, estaba seguro de que era el señor Dunger el que había dicho cada palabra, como si en realidad hubiera estado hablando solo. El anciano por fin consideró de verdad la posibilidad de que Dunger tuviera alguna enfermedad mental.

De pronto oyó unos pasos acercándose por el pasillo de, al parecer, el piso en que se encontraba la habitación donde estaba atado con sus compañeros. El anciano se colocó rápidamente en la misma postura en que había despertado, y cerró los ojos. Sin embargo, un segundo después decidió que era mejor entrecerrar los ojos, para ver quién entraba en la habitación.

Nadie entró. El señor Dunger simplemente abrió la puerta después de destrabarla y, serio, verificó que los tres detectives siguiesen dormidos. El anciano logró ver sólo su rostro detrás de la puerta, y deseó que Dunger no se percatara de que en realidad estaba despierto.

Al parecer, no se percató. Cerró la puerta detrás de él, y Towel se incorporó de nuevo. Tenía el ceño nuevamente fruncido; no entendía nada. ¿Esta había sido una emboscada? ¿El señor Dunger era cómplice del Asesino de la Máscara? ¿Entre los dos iban a asesinarlo a él y a sus compañeros? El anciano no pudo evitar temblar levemente.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora