11. Prouds pone a prueba el polígrafo

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—La teoría de John Larson, O'Brien, afirma que un mentiroso muestra respuestas fisiológicas diferentes a las que muestra alguien que dice la verdad —comentó el detective Prouds mientras daba vueltas por su oficina, con las manos entrelazadas y ubicadas en la espalda—. Claramente, me refiero al ritmo cardíaco, al nerviosismo... Eso es: si alguien miente, se pone nervioso al hacerlo. El aparato detectará el nerviosismo y lo traducirá en alteraciones en la presión de la sangre, las pulsaciones, la respiración...

—Detective Prouds, lamento disentir con usted —dijo el pequeño hombre—. El detector de mentiras no sabe lo que es una mentira. El polígrafo sólo registra, como usted dijo, el nerviosismo de la persona interrogada, las alteraciones en el ritmo cardíaco, las pulsaciones... Pero es totalmente factible que alguien que está siendo interrogado se ponga nervioso ante las preguntas, aun aunque sea inocente, y ni hablar si se lo está culpando de un crimen horroroso.

—Pues aquí no habrá acusaciones. Yo no acusaré a nadie de haber hecho nada, ni siquiera al señor Dunger. Ninguno de estos sujetos puede ser, en efecto, el Asesino de la Máscara, porque todos estaban en el teatro cuando apareció ese loco de negro. Así que no tienen motivos para estar nerviosos. A menos, claro... que mientan.

Alguien golpeó la puerta y el joven dio media vuelta. Abrió la puerta de la oficina que compartía con sus compañeros, y se encontró con el inspector Yamont, que cargaba el polígrafo en sus manos.

—Ah, gracias, inspector —sonrió Connor.

—Oh, de nada. No vine solo. Vine con el señor Perry —el señor Yamont señaló a un sujeto bajito, calvo y que usaba unos anteojos de marco redondo aún más pequeños que los que usaba el anciano Towel.

—¿Y esto es...? —preguntó el joven refiriéndose al sujeto. Ni siquiera había notado su presencia hasta que el inspector lo mencionó.

—El señor Perry es especialista en poligrafía —dijo Yamont—. Detective Prouds, usted no sabe leer los indicadores del aparato, pero el señor Perry sí. Es norteamericano y está hace poco tiempo aquí en Inglaterra.

—Buenos días —dijo el señor Perry con acento estadounidense.

—Buenos días —contestó Prouds despectivamente—. Entre, por favor, que estamos por comenzar con los interrogatorios.

—Sí, claro.

El señor Perry ingresó en la oficina. El inspector entró detrás de él y apoyó el polígrafo sobre la alta mesita de madera que el joven había colocado en el centro de la habitación. Justo al lado de la mesita había posicionado uno de los sillones individuales de la oficina. Allí se ubicaría cada persona que sería interrogada; los dos detectives se sentarían en los otros dos sillones, y al parecer, el señor Perry se quedaría de pie junto a la mesita.

—Muy bien, que tengan buena suerte —sonrió el inspector Yamont antes de salir de la oficina. Nadie le contestó. El diminuto O'Brien ya se había ubicado en un sillón, y sentado allí se veía aún más diminuto.

—Este tipo de polígrafo fue creado por John Augustus Larson, y mejorado por Leonarde Keeler, ambos estadounidenses —dijo el señor Perry con orgullo. Su sonrisa irritaba demasiado a Prouds, que seguía mirándolo despectivamente.

—Me alegro —dijo. Luego masculló—: Ese maldito Jorge III.

—¿Cómo dice?

—Oh, nada.

—Detectives, me he tomado el atrevimiento de prepararles café —dijo el anciano Towel entrando en la oficina con una bandeja en mano, sobre la que había dos tazas con café sobre dos platitos, y un azucarero—. Oh, no sabía que tenían compañía.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora