10. De regreso en Londres

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Como el detective Prouds, delante de todos, pidió específicamente que ni el anciano Tomsinon —quien, a su criterio, no paraba de hablar— ni el señor Greek —que inundaba el vehículo de humo— viajaran con ellos en su coche, el señor Vaso terminó sentado a su lado, y el señor Dunger condujo el auto de su amigo. El joven le echaba un vistazo a su nuevo compañero con cierta frecuencia; Vaso era un hombre realmente muy serio. Miraba para adelante, parpadeaba y tragaba cada largos segundos, y movía la cabeza de una forma particular. Mientras tanto, el diminuto O'Brien, que viajaba adelante en el asiento del copiloto, se entretenía nuevamente observando el mapa.

—Señor Vaso —se animó a decir Connor en cierto momento, ya que el silencio se le estaba haciendo insoportable. El interpelado giró lentamente la cabeza hacia la derecha y miró seriamente al detective—, ¿qué opinión tiene de todo lo que está ocurriendo?

El señor Vaso levantó un hombro.

—No tengo mucho que decir. Un loco enfermo está suelto, matando a las personas de esa lista a lo largo de todo Inglaterra. Mientras tanto, el "mejor" y "más preparado" trío de detectives intenta detener su paso.

O'Brien cerró los ojos como si estuviera a punto de oír un grito. El anciano, por su parte, reprimió una risita. El joven se puso rojo.

—¿Se da cuenta usted de que estamos haciendo todo lo que podemos, lo que está a nuestro alcance? Ya quisiera verlo a usted de este lado —le dijo al amigo del señor Dunger.

—Por eso es que no me hice detective, detective.

—Le diré algo, señor Vaso: en cuanto lleguemos a Londres, les pediré a usted, a su mujer y a sus amigos que se dirijan de inmediato a Scotland Yard. Mis compañeros y yo inspeccionaremos la casa de Dunger y luego nos reencontraremos con ustedes.

—¿Y por qué debemos ir a Scotland Yard? —interrogó el señor Vaso.

—Porque los vamos a interrogar —contestó firmemente el detective Prouds. Su interlocutor levantó las cejas.

—¿Disculpe? ¿Es que acaso sospecha de nosotros por algún motivo?

—No, en absoluto —mintió el joven—, pero nos lo están pidiendo desde arriba.

—¿Desde arriba, dice? —el señor Vaso se mostró confundido.

—Sí, desde arriba. El señor Oxom, nuestro jefe máximo, nos ha pedido que nos tomemos el tiempo para interrogar a toda persona que esté involucrada de alguna forma en el caso.

—¿Y de qué forma estamos nosotros involucrados en el caso?

—Bueno, son los amigos del señor Dunger, la única víctima que el Asesino de la Máscara, hasta ahora, no logró matar —contestó Connor.

—¿Y eso nos vuelve sospechosos? —preguntó el señor Vaso—. Sólo fue suerte.

—Sí, comprendo. Pero, como le digo, esto nos lo están pidiendo desde arriba. Es algo, eh, protocolar. Debemos elevar unos expedientes con sus declaraciones. Qué hizo cada uno en el teatro antes, durante y después de la "estadía" del Asesino, si tiene alguna idea de quién puede estar detrás de todo esto... En fin, aunque nosotros ya sepamos esas respuestas o algunas de esas respuestas, debemos interrogarlos y tomar nota, para después elevar ese informe. Supongo que si no tienen nada que ocultar, no hay nada que temer, ¿verdad?

El señor Vaso se encogió de hombros.

—Sí, por supuesto.

El detective hizo una mueca y giró su cabeza hacia la ventanilla. El pequeño O'Brien recorría con un dedo, en el mapa, la carretera en que estaban viajando. El anciano, a su vez, conducía con una atención casi exagerada.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora