21. El Asesino se quita la máscara

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El primero en bajar fue Prouds. Dijo que le indicaría el camino a O'Brien y, apenas puso un pie en el suelo, se echó a correr hacia el centro del pueblo. Luego descendió el diminuto hombre, que era bastante más torpe de lo que él mismo hubiera esperado. Su cuerpo quedó colgando más de una vez de la tubería a la que se sostenía. El detective Towel, que vio bajar a sus dos compañeros desde la ventana de la habitación, sintió que su corazón latía con fuerza cuando O'Brien descendía; el anciano tenía miedo de que se fuera de cara al suelo. Pero por suerte eso no ocurrió.

—Tengan mucho cuidado, O'Brien —susurró Towel mientras su interlocutor se agarraba fuerte de la tubería—. Y por favor, lleguen a la comisaría cuanto antes y vengan a por mí.

—Por supuesto que sí, Towel —contestó O'Brien, casi sin aire—. No lo dejaremos aquí por nada del mundo.

El anciano asintió. Apenas el pequeño hombre tocó el suelo, el joven, que ya estaba a varios metros de distancia, le hizo señas para que lo siguiera tan rápido como fuera posible. O'Brien, entonces, se echó a correr de esa forma tan torpe que tenía. Towel se quedó mirando al par por la ventana hasta que sus dos compañeros se convirtieron en pequeños puntos a la distancia.

Dio media vuelta y soltó un hondo suspiro. Al parecer, ni el señor Dunger ni su cómplice, el Asesino de la Máscara, habían visto al par de detectives huyendo. Pero él seguía allí, encerrado. En esa habitación y en esa casa. Se moría de ganas de escapar pero sabía que no era posible para él. Huir por la ventana significaba, a su criterio, una muerte segura.

Su cuerpo comenzó a temblar levemente. El asesino que se había cargado a un montón de personas compartía la misma casa que él, al igual que el señor Dunger. En cualquier momento alguno de los dos podría abrir la puerta de la habitación y ver esa escena. Incluso pensó en la posibilidad de volver a echarse en el piso y fingir que seguía atado a la silla de madera. Pero de nada serviría: sus dos compañeros ya no estaban, lo que obviamente no pasaría desapercibido por "los asesinos", como Towel comenzó a llamarlos en su mente.

Respiró hondamente e intentó tranquilizarse. Dio varias vueltas alrededor de la habitación mientras consideraba qué podía hacer en caso de que alguno de los asesinos entrara en el cuarto y lo viera liberado de sus cuerdas y sin sus compañeros. ¿Acaso lo asesinarían? O peor aún, ¿lo torturarían, para después, por fin, asesinarlo sin piedad? El cuerpo del anciano temblaba aún más de sólo pensarlo.

Abrió las puertas del guardarropa por curiosidad y desesperación. Ya ni sabía lo que estaba haciendo; sólo quería que el tiempo pasara lo más rápido posible antes de que sus compañeros llegasen con la ayuda policial. De todos modos, no encontró nada muy interesante; sólo una suerte de lámina de, al parecer, acero. La lámina, lisa, no era de un tamaño considerable. Towel la tomó sin interés y se quedó mirándola.

—Por Dios, hombre, tiene que aprender a correr más rápido —le dijo Prouds a O'Brien cuando este por fin alcanzó al joven, quien disminuyó su velocidad.

—Lo siento —contestó el diminuto hombre, que estaba notablemente agitado. De pronto se detuvo en seco—. Necesito recuperar la respiración.

—¡No hay tiempo! Debemos ir a la comisaría cuanto antes.

—Pero Prouds, no sabemos ni dónde queda.

—¡Oiga, hombre! —Connor le gritó a un anciano rechoncho que fumaba un cigarro. El hombre lo miró con una ceja levantada—. ¿Podría indicarnos el camino hacia la comisaría del pueblo? Imagino que en este pueblo hay alguna comisaría.

—Sí, por supuesto —contestó el anciano, que hablaba sin que el cigarro se le saliera de la boca—. Siga en esta dirección y doble en la tercera esquina. Verá la comisaría a poca distancia.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora