22. Towel asiste a su entierro

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El oficial Ainsworth era un joven inexperto a quien habían ascendido hacía poco. Fue él quien pateó la puerta de la casa de campo del señor Dunger, para ingresar a ella con todos los policías de primera línea que estaban a su cargo.

—Muy bien, es mi primera semana como oficial. ¡No puedo decepcionar al señor Cocks! Señores, inspeccionen toda la casa y encuentren a esos criminales. ¡No disparen a menos que sea estrictamente necesario! ¿De acuerdo?

Los hombres que estaban a su alrededor asintieron y a continuación se dividieron para comenzar la inspección de la casa. A medida que avanzaban por la misma, prácticamente todas las luces fueron encendidas.

El oficial Ainsworth se quedó cerca de la puerta y miraba a su alrededor atentamente. También observaba a los policías que tenía a su alcance. Si no encontraban a ninguno de los criminales, Ainsworth al menos esperaba hallar alguna pista, algún indicio. El Asesino de la Máscara había tenido en vilo a todos los británicos, en especial a los ingleses, durante las últimas semanas. Al parecer, ese hombre había ido de un pueblo a otro, ¡y finalmente llegaba a Moore! Era la oportunidad perfecta para Ainsworth: si demostraba que era capaz de conducir esta empresa de forma exitosa, quizá en poco tiempo sería nuevamente ascendido.

Sin embargo, lo último que esperaba oír era que había ni más ni menos que un cadáver dentro de la casa.

—¡Un muerto! ¡Un muerto, señor Ainsworth! —exclamó un policía mientras corría hacia su superior.

—¡¿Un muerto?! ¡¿Qué dice?!

—¡Sí, eso mismo! ¡Venga, acompáñeme!

—De acuerdo... ¡Ustedes sigan inspeccionando! —les dijo el oficial Ainsworth a los curiosos policías que se le quedaban mirando. Enseguida regresaron a lo que estaban haciendo.

Ainsworth siguió los pasos del policía que había corrido hacia él. Los dos subieron las escaleras hasta el segundo piso, y el policía se dirigió a la puerta de una habitación de donde salía luz eléctrica. El oficial se detuvo ante la puerta y echó un vistazo. Se horrorizó al ver el cuerpo pálido del detective Towel, que tenía los ojos cerrados y la marca de dos balas en el pecho. Sin embargo, el oficial Ainsworth fue lo suficientemente estúpido como para no notar dos detalles absolutamente evidentes y reveladores.

—¡Qué horror! —exclamó.

—¿Qué hacemos con él, señor Ainsworth? —interrogó el policía.

—Cúbralo ya mismo y pida ayuda para trasladarlo hasta la puerta. Llamaré ya mismo a la funeraria. Supongo que en esta casa debe de haber algún teléfono.

—De acuerdo, señor.

El oficial Ainsworth hizo un gesto con una mano antes de salir de la habitación. Bajó las escaleras y regresó a la sala. Buscó el teléfono y, cuando lo encontró, se dirigió a él y marcó el número de la morgue del pueblo.

—¿Hola? —atendió una soñolienta voz.

—Hola, Funeraria Polvo, lamento el horario, soy el oficial Ainsworth, de la comisaría...

—Sí, ya sé de qué comisaría habla. ¡Es la única que hay en el pueblo! ¿Para qué llama?

—Bueno... Se imaginará que si lo llamo es porque necesito trasladar un cadáver —dijo el oficial Ainsworth. El hombre que estaba del otro lado de la línea resopló.

—Dios mío... Estos muertos no me dejan descansar —dijo—. Páseme la dirección.

—La casa de campo del señor Dunger. ¿La ubica?

—Sí, por supuesto. Enviaré un coche lo antes posible. Adiós.

—Gracias, adiós.

Ainsworth colgó el teléfono y enseguida volvió a levantarlo para marcar el número de la comisaría.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora