8. Algo extraño ocurrió

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Lo que ocurrió a continuación fue lo siguiente: los señores Greek y Vaso se encargaron de levantar al señor Dunger y llevarlo al baño de la taberna mientras el anciano Tomsinon sostenía —y fumaba— la pipa del señor Greek. El detective Prouds se cruzó de brazos y esperó con impaciencia a que el trío regresara del baño. Mientras tanto, observaba al anciano tosiendo tras inhalar demasiado humo de la pipa. Las damas, por su parte, aún se veían asombradas.

—Esto es de no creer —comentó el joven. Fue, de hecho, una frase que pronunció más de una vez.

El trío de hombres no tardó demasiado en regresar del baño. Un empleado de la taberna ya estaba limpiando, con asco, el charco de vómito que había en el piso. El señor Greek arrugó la cara y expresó su deseo de ir a alguna posada a hospedarse y dormir. Todos los demás se mostraron a favor de la idea, incluido el detective Towel. Prouds cruzó una mirada con O'Brien y decidió que, en efecto, ya era hora de irse.

Salieron de la taberna y regresaron a los coches para que cada uno recogiera su maleta. Luego caminaron en la oscuridad de la noche hasta que se toparon con una posada llamada "La iguana bendecida". Ingresaron y se registraron. Las dos mujeres prefirieron hospedarse juntas en una habitación en lugar de estar con sus maridos; consideraban que los señores Vaso y Greek debían acompañar al señor Dunger, y ya que está, al anciano Tomsinon. Así, los nueves se hospedaron en tres habitaciones: en una estaban las damas, en otra los tres detectives, y en la última los cuatro hombres restantes.

—Esto es de no creer —dijo Connor una vez más.

—Ya lo ha dicho, Prouds. Más de una vez —contestó el anciano Towel mientras apoyaba su maleta en la única cama que estaba justo debajo de una ventana. El diminuto O'Brien, a su vez, dejó su maleta sobre la cama que estaba a la izquierda de la anterior. Prouds, por lo tanto, se quedó con la que estaba a la derecha.

—Esto es increíble...

—Eso es más o menos lo mismo.

—¿Cómo es que no nos dimos cuenta antes? Deberíamos buscar la forma de colarnos en esa habitación y oír de qué hablan. Si el señor Dunger es parte de todo esto, sus amigos deben ser cómplices —sugirió el joven. Le echó un vistazo a O'Brien cuando este se encerró en el baño de la habitación.

—Prouds, yo también estoy cansado —dijo el anciano—. Demasiado. Mi mente no funciona bien a estas horas. Me parece que lo mejor es que nos echemos a dormir de una vez. Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

—Su mente nunca funciona, anciano. A ninguna hora. Y yo ya sé muy bien cómo procederemos.

—¿Ah, sí? ¿Cómo?

—Interrogaremos a todo ese grupo de personas.

El detective Towel reprimió una risita.

—¿Y usted se cree que sólo con interrogarlos ellos le dirán toda la verdad? Por favor, Prouds, tenemos toda la noche para pensar qué haremos a continuación para descubrir la verdad. Pero interrogarlos no servirá de nada. No confesarán nada. Mire, del hecho de que le hayamos hecho algunas preguntas sobre el caso al señor Dunger aprovechando su estado de ebriedad no está al tanto ni el propio Dunger ni ninguno de los demás. Ellos no sospechan que nosotros sospechamos. Pero si les dice que los interrogará, entonces se darán cuenta de que sospecha de ellos y... Eso no servirá de nada, no dirán nada.

—Estoy de acuerdo con usted, Towel —dijo el pequeño O'Brien saliendo del baño. Ya no tenía puesta su chaqueta (que cargaba en su mano izquierda) ni sus zapatos (que sostenía con su mano derecha)—. Hasta donde sabemos, ninguno de ellos está al tanto de que hemos tomado ventaja del estado del señor Dunger ni de que él nos ha dicho lo que nos ha dicho. Pero por otra parte, coincido con Prouds en que debemos interrogarlos. O buscar la forma de sacarles la verdad. No sé los demás, pero es evidente que al menos el señor Dunger sabe más de lo que nos ha dicho en su estado de sobriedad.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora