2. Walter Dunger redacta su testamento

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El detective Towel, que se había lavado la cara y se había quitado el disfraz de mimo para ponerse ropas decentes, golpeó la puerta dos veces antes de entrar en el despacho.

—Adelante —dijo el señor Greek. El anciano abrió la puerta y entró en la habitación sosteniendo una gran bandeja con cinco pequeñas tazas de café apoyadas sobre seis platitos, y un azucarero.

—Debo admitir que nunca imaginé pasar una noche entera en un teatro, ¡y menos con un asesino suelto! —comentó el detective mientras apoyaba la bandeja sobre la mesa del despacho. El señor Vaso lo miró con frustración al ver que las cartas con las que estaba jugando hasta hace momento se encontraban ahora debajo de la bandeja.

—¿No había tazas más grandes? —interrogó, mirando despectivamente, a través de su monóculo, las tacitas que había traído el anciano. Este lo miró y le dijo:

—Sí.

El señor Vaso cruzó una mirada con el señor Greek, que simplemente se encogió de hombros.

—¿Y por qué no las trajo? —preguntó el primero.

—Porque no puedo cargar con tanto peso, hombre —contestó el detective Towel como si fuera una obviedad—. En fin, mis compañeros deben seguir buscando a ese loco. El hecho de que no hayan llegado aún puede significar dos cosas: o bien que el Asesino aún no ha aparecido, o que los dos han sido asesinados por él.

—¿Y lo dice así, tan a la ligera? —le preguntó el señor Dunger, levantando la vista de una hoja en la que estaba escribiendo.

—Era una broma. Mis compañeros son demasiado listos como para dejarse matar —el señor Vaso abrió bien los ojos—. Además, ese hombre parecía interesado en deshacerse sólo de usted.

—Ni me lo recuerde, por favor.

El señor Dunger agarró una taza de café y le vertió dos cucharadas de azúcar. A continuación, mientras se llevaba la taza a la boca con su mano izquierda, con la derecha escribía en el papel que tenía sobre la mesa. El señor Vaso cruzó una mirada con Greek y le hizo una seña de que continuaran jugando. El señor Tomsinon también estaba sentado a la mesa del despacho, y también jugaba a las cartas.

Towel se quedó mirando a cada persona que estaba en ese despacho mientras tomaba su taza de café. El señor Dunger estaba rodeado por sus dos mejores amigos: Alec Greek, el hombre rubio que no soltaba su pipa por nada del mundo; y Jody Vaso, el hombre alto y de barba, que al parecer era un experto en los juegos de cartas. Sus dos mujeres estaban sentadas en un cómodo sofá que estaba ubicado justo detrás de la mesa. Sus nombres eran Martha Greek y Bonnie Vaso. Por último, el anciano bizco se llamaba Adolf Tomsinon y era un "cliente" habitual del Teatro Gleming. Desde que había enviudado, le gustaba pasar su tiempo con el señor Dunger y sus amigos, y estos habían terminado por tenerle aprecio... o algo parecido.

—Señor Dunger, ¿tendrá un cigarro para darme? —interrogó el detective.

—Sí, por supuesto. Están sobre el escritorio —señaló el señor Dunger. El anciano asintió y se dirigió al escritorio. Tomó un cigarro y lo encendió. Regresó a la mesa y observó sin interés la partida.

—¿Usted no fuma? —le preguntó al señor Vaso. Este sacudió la cabeza enseguida.

—Eso es tóxico. Y el humo empaña mi monóculo.

Towel hizo una mueca y se llevó el cigarro a la boca. Le echó un vistazo a las damas, que hablaban por lo bajo; aún parecían asustadas. La señora Greek era rubia y tenía los ojos verdes como su marido. Usaba un vestido, verde también, y unos zapatos negros. La señora Vaso era morocha y tenía los ojos tan negros como los de su esposo. De hecho, su mirada era algo penetrante. Vestía un vestido muy similar al de su amiga, pero de color negro, y usaba unos tacos que también eran negros.

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora