3. El señor Dunger en la mira

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El joven Prouds llevó casi involuntariamente su mano derecha a su pistola, al igual que el diminuto O'Brien. Todos los demás miraban expectantes hacia la puerta. La tensión que había en el despacho era casi palpable.

—Esto no fue más que una trampa, ¿verdad? —dijo el señor Dunger entrando en la habitación. El saco gris que previamente tenía puesto había sido reemplazado por una chaqueta marrón—. Por cierto, está refrescando.

—Señor Dunger, ¿dónde estaba? —preguntó Connor—. Le había pedido que se quedase aquí. ¿Es que acaso no me entendió?

—Por supuesto que le entendí, pero no podía dejar de comprobar si los guardias habían sido asesinados o no. Pero, por lo visto, sólo fue una trampa.

—Pues eso pensaba yo —dijo O'Brien con aire distraído—, pero usted está aquí.

—Sí... Supongo que el Asesino sólo quería molestarnos. Por el amor de Dios, no tienen idea de lo aliviado que me siento. Esta noche casi muero, y mis guardias también. Pero resulta que estamos todos vivos.

—Esa es una excelente noticia —dijo el señor Greek después de soltar una bocanada de humo—. ¿Por qué no festejamos jugando unas partidas?

—Walter —dijo la señora Vaso—, será mejor que vayas a casa. No es seguro que estés aquí.

—No, tampoco puede ir a su casa —replicó la señora Greek—. Si ese loco logró meterse aquí y encontrarlo, podrá hacer lo mismo en su casa.

—Dios no lo permita —dijo el anciano Tomsinon, que parecía algo confundido.

—Señor Dunger —dijo Prouds—, llamaré a Scotland Yard. Le asignaremos una custodia temporal, hasta que atrapemos a ese delincuente.

—No es necesario, detective —contestó el dueño del teatro—. De verdad.

—¿Cómo que no es necesario? Ese loco aún debe estar buscándolo —dijo el detective Towel—. Ahora se ha ido porque ha llegado la policía, pero...

El anciano se interrumpió. Cruzó una mirada con sus compañeros, que se veían igual de desentendidos.

—Dijeron que la policía no había llegado —replicó el señor Vaso con el ceño fruncido. Las dos damas cruzaron una mirada. El señor Greek, aburrido, miraba su pipa.

—Es que no llegó —aseguró Connor—. No hay rastro de la policía.

—Y los guardias de seguridad estaban sanos y salvos —recordó Towel.

—Pero la trampa...

—Señor Dunger —interrumpió el detective O'Brien. El interpelado lo miró sin interés—, ¿no se cruzó con nadie mientras estaba fuera del despacho?

—¿Se refiere al Asesino? Pues no —contestó el dueño del teatro—. Ya ve usted que no estaría vivo.

—Noto que ha tenido tiempo para quitarse el saco que tenía y colocarse esa chaqueta.

El señor Dunger se miró la chaqueta sin expresión en la cara.

—Ajá. Le digo que está refrescando.

—¿Qué hizo cuando salió del despacho? Imagino que fue directo a las puertas del teatro —dijo O'Brien.

—Sí, eso mismo hice.

—Supongo que nos hubiéramos cruzado en algún momento.

El señor Dunger soltó una risita.

—No lo entiendo —dijo—. Si no me hubiera agachado a tiempo, estaría muerto ahora mismo, ¿y usted está sospechando de mí?

El Asesino de la MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora