Capítulo 17: Ahogada

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Puedo oír las voces de las personas a mi alrededor como si estuviesen a kilómetros de mí, aun cuando sé que están a mi lado. De acuerdo al transcurso de las horas, la cantina se ha llenado con toda clase de personas. Mi perjuicio sobre la antigüedad me ha dado una patada en la cara, ya que no sólo hay hombres gigantes y sucios borrachos por cada mesa, sino que veo a mujeres y hombres compartiendo por igual.

Cuando le pregunté a Joseph, el anciano detrás de la barra, que hacían niños al mediodía en el lugar, me dijo que era un espacio familiar y que los menores de edad estaban permitidos hasta que el sol se escondiera, siempre y cuando fuesen acompañados por algún adulto. Había descubierto, dentro de nuestras conversaciones que las villas que están en esta isla son seguras y resguardadas por la guardia real.

En ese momento recordé cuando logré escapar de Garfio y corrí a la villa a la orilla de la playa. Todos le temían al capitán y su tripulación.

El Reino Encantado era un lugar seguro. Muchas personas habían escapado de otras islas y reinos para tener una vida digna y segura acá. Joseph me contó que se había cansado de los saqueos y la mala cosecha de la isla donde vivía. Había perdido a su esposa e hijo en manos de piratas cuando estos últimos invadieron su villa. Tomó las últimas pertenencias que le quedaban y embarcó en el primer barco de escape; cuando llegó acá, la pena por su pérdida lo ayudó a buscar algo por lo que existir y luego, instaló la cantina.

No pude evitar conmoverme por su historia. Yo me sentía desesperada por estar lejos de mi familia pero al menos, se que ellos están vivos. No puedo imaginar la posibilidad de nunca volver a verlos.

Con ese pensamiento en la cabeza, pedí otra jarra de cerveza.

Por otro lado, no pude evitar el nudo en mi estómago cuando nombró a los piratas. Ahondado un poco más en el tema, descubrí que los piratas navegaban en las aguas profundas y vivían la mayor parte de su vida en el océano, pero que aparecían en las islas para abastecerse de comida y descansar. Tenían pueblos y puertos únicos para ese propósito, sin embargo, eso no los limitaba para desembarcar en cualquier tierra y saquear a sus antojos.

Me había contado sobre el primer pirata conocido: Barba Negra. Culpable de cientos de muertes y robos a los reinos de los cuales ahora solo eran ruinas. El pirata había sido el asesino de su familia y pude ver en sus ojos un destello de pena y nostalgia.

Joseph iba y venía, y conversaba conmigo de forma amable. Atendía a los comensales durante la tarde y sus ayudantes preparaban comida que se servía en grandes platos, los cuales lucían apetitosos.

Ahora, ya era de noche. El sol se había escondido y los niños, a sus hogares. Sólo quedaban adultos. Hombres y mujeres que disfrutaban de los placeres de la noche.

Y yo llevaba cuatro jarras de cervezas. No era inteligente emborracharse en un lugar desconocido.

—Creo que es momento de que te detengas y comas un poco —dice Joseph cuando se acerca a mí mientras seca una copa con un paño desgastado.

—Estoy bien —digo, entre dientes. Luego, mi cuerpo tiembla y doy un pequeño salto.

Dios, tengo hipo. Que patética.

—Si, claro —ironiza y desaparece un momento. Cuando vuelve, hay un plato de sopa en sus manos y lo deposita en frente de mí—. Come, por favor.

El olor de las verduras y la carne llegan a mi cerebro. Mi boca se llena de saliva.

—No tengo como pagarla. Sólo tengo para las cervezas.

—Y eso está mal. Primero comer, luego beber. La casa invita.

Mis ojos se llenan de lagrimas que no derramo y cojo la cuchara. La sopa esta deliciosa y no dejo de adular a Joseph por ser tan buen cocinero.

—Era receta de mi amada Irina —informa, refiriéndose a su esposa.

Estoy por terminar la sopa cuando Joseph me habla otra vez.

—¿Por qué se arriesgan ustedes de esta forma?

Me detengo y no entiendo a que se refiere. Mis mejillas se calientan con el pensamiento de que se refiere a lo que le sucede a las mujeres cuando salen solas.

—¿Disculpa?

—Tienen de todo en el palacio y aun así se escapan para... —se detiene y extiende sus manos señalando la cantina— esto. ¿Por qué lo hacen?

Lo miro y aun no comprendo absolutamente nada. ¿Del palacio? ¿Escapar?

—Joseph, ¿de qué estas hablando?

—No se preocupe —se acerca y susurra—, majestad. No es la primera princesa que se escapa del palacio y viene acá.

Me rio, porque es inevitable. Cree que soy princesa. Y una caprichosa que se escapa de su lujosa vida para experimentar la de plebeya.

—No, no soy lo que crees —le respondo, risueña—. Yo...

En ese momento la puerta de la cantina se abre, y un grupo de hombres entra haciendo escándalo. Se puede ver a lo lejos lo ebrios que están. De inmediato, mi cuerpo se tensa y pienso en que no importa en la dimensión que esté, los hombres borrachos siempre se comportan de igual manera.

Escucho como uno de ellos molesta a una mujer que está sentada tranquila en su mesa. Aprieto mi puño y aguardo. La mujer se ve afligida pero no hace nada, y como podría si el hombre mide alrededor de dos metros. Cuando veo que la toca sin consentimiento, me levanto.

No sé de donde he sacado el valor pero llego a donde el hombre y con mi fuerza, agarró su hombro y logro darlo vuelta. Está tan borracho que no necesito ser bruta ni muy fuerte.

—¿Qué demonios haces? —le grito.

—¿Quién te crees para hablarme así, mujer? —escupe. Oigo los suspiros sorprendidos de la gente en la cantina y las risas de los compañeros del borracho.

Siento que han apretado un botón en mí. El botón rojo que dice "no tocar".

—Deja a la mujer en paz o meteré mi pie en tu trasero.

Veo la furia en su rostro y al segundo siguiente, se abalanza contra mí. Con un rápido movimiento, me aparto y el hombre cae con todo el peso al suelo. Cuando se levanta, este tiene la nariz rota y sus amigos se acercan a revisarlo.

—Me las pagarás, maldita...

—Fuera de mi cantina, sino quieres que llame a la guardia real, Trent.

El tipo llamado Trent mira a Joseph, luego a mi, con la mirada cargada de ira. Me mantengo firme pero un escalofrío recorre mi cuerpo.

Una vez que se van, la gente vuelve a sus actividades y yo me acerco a la barra.

—Y tú no deberías hacerte la heroína. Si sales herida tendremos a los reyes queriendo cortar cabezas y no tengo ánimo para eso.

—Pero yo...

—Vete —me dice—. Ya has bebido demasiado.

—No tengo donde dormir —reconozco y me avergüenzo.

Joseph se da vuelta y coge unas llaves que están colgadas en la pared, al lado de los vasos.

—Ten. Cuando salgas de la cantina sigue el camino hacia tu derecha. Encontrarás la posada de Jackie, una casa verde. Di que vas de parte de Joseph, ella sabrá. No te preocupes del dinero.

Le agradezco y dejo unas monedas de oro como pago por las cervezas. Una vez afuera, siento un leve mareo. Y como no, si bebí todo el día sentada. El aire helado ayuda a mi temperatura cálida y camino hacia la posada.

Cuando estoy a punto de llegar, siento unas manos sobre mi cuerpo y por reflejo, me voy hacia atrás. Me arrastran hacia los árboles, hacia la oscuridad. Lucho, golpeo contra mi captor, pero al sentir el filo del metal en mi cuello me detengo.

—Ahora me las pagarás, mujer. 

AZUL GARFIO | FANFIC CAPITÁN GARFIO #OUATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora