Capítulo 1.

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No escucho nada mientras golpeo, no pienso, no quiero pensar, no me permito hacerlo. Me muevo con gracia, encajo los golpes de manera estratégica, intentando provocar la mayor desestabilización posible en quien tengo delante. Me aparto, evito que mi contrincante me toque con el florete en el chaleco. Sólo se escuchan nuestros pasos sobre la colchoneta y el sonido del arma al rozarse entre ellas. Me toca el chaleco y caigo sentada por el cansancio.

Quito mi máscara con una sonrisa, mi pelo rubio cae por mis hombros, sobre el traje. La mano de Sergio está extendida hacia mi, sonrío agarrándola.

— Has aguantado bien.

— El conservatorio me da resistencia — sonrío, hace chocar mi hombro contra su pecho en un abrazo rápido.

— Vete a descansar, princesita — ruedo los ojos agarrando mis cosas para ir hacia el vestuario—. Nos vemos mañana.

— Sí, llegaré algo tarde, tengo ensayo de banda — le sonrío antes de desaparecer por la puerta que va hacia los vestuarios.

Me siento y me quito el traje, suspiro, vuelvo a estar conmigo. Trago saliva cambiándome de ropa lo más rápido posible, mi cabeza vuelve a funcionar de manera frenética. Me siento abrumada, sensación habitual cuando se pasa el efecto de las pastillas.

Recojo con prisa, me cercioro de que no queda nada atrás y salgo. Camino metida en mis pensamientos, rememorando alguna pieza que he tocado que me proporcione tranquilidad, no encuentro nada en ningún rincón de mi cabeza.

Trago saliva buscando el teléfono, pulso sobre el nombre de Sabela sin pensarlo dos veces, no es la primera vez que me pasa por olvidarme de las pastillas. Su respuesta poco tarda en llegar.

— ¿Irina? ¿Qué pasa? — miro hacia el cielo, debe estar ensayando, la estoy molestando, tengo el pensamiento de colgar e intentar llegar a casa sola — ¿Irina? No me cuelgues, ¿dónde estás? — después de un año y un poco más conociéndonos, no es sorpresa para ella estos episodios.

— Saliendo de la escuela de esgrima... Yo... sé que estás ocupada, Bels, lo siento... — me empieza a doler el pecho, trago saliva intentando mantener la respiración estable— Perdón, de verdad, perdón.

— Deja de disculparte — escucho sus pasos apurados al otro lado de la línea —, ¿ha pasado algo? No dejes de hablarme — escucho como cierra una puerta de un golpe, me siento en un escalón que hay—. Irina, cielo, háblame.

— No... — me duele la cabeza, siento mi visión borrosa, no—. Me olvidé de traer las pastillas, normalmente me da para llegar a casa y... — noto que nace un cosquilleo en mis labios, llevo la mano hacia ellos y los aprieto—. Perdón, Bels.

— Irina, no te disculpes — su voz pacífica no me relaja, ni siquiera me consuela, siento que molesto cada minuto más —. No me cuelgues, estoy llegando, creo que tengo una grajea de emergencia — la escucho reír, río con ella nerviosa—. ¿Cómo está el cielo? Cuéntame.

— Pues... — miro hacia, reconozco varias constelaciones —. Se ve saturno, debe ser por las fechas, también la constelación de capricornio, es raro verla, ¿sabes que según la trayectoria de la tierra y la manera en la que estamos posicionados en la vía láctea en función de la latitud y la longitud vemos más ciertas constelaciones que otras?

— Lo suponía, pero gracias por contármelo, ¿qué más sabes?

— Que estamos destinados a morir, la raza humana en si, por el hecho de que... — noto como comienza una taquicardia, suspiro mordiéndome la lengua.

— No me cuentes esas cosas, cuéntame algo sobre San Sebastián, alguna historia que no me hayas dicho aún.

— Pues... — me siento en blanco, el cosquilleo de mis labios también recorre mis dedos—. No sé.

Manhattan • Ansu FatiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora