Capítulo 14.

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Miro la pantalla del coche, no sé en que momento hemos llegado al él, ni siquiera sé en cuándo me pareció buena idea aceptar este pequeño paseo sabiendo que mañana temprano sale mi tren hacia San Sebastián. Mis ojos se posan en el mar, no está en calma, no hace falta ser un genio para notarlo teniendo en cuenta la forma en la que el viento mueve las hojas de los árboles.

— Repíteme por qué te dije que era buena idea venir aquí teniendo en cuenta la forma en la que está el mar — murmullo con las manos pegadas en el cristal, escucho su risa detrás mía.

— Porque no habías estado cerca del mar, y según tú eso es un condicionante para tomar tu decisión — me paso la lengua por los labios y asiento.

— Cierto... vamos antes de que me arrepienta más— abro la puerta y salgo, cierro detrás de mi antes de bajar hasta la arena, el viento me despeina.

Cierro los ojos e inspiro profundamente, el olor del mar me relaja, es algo que siempre lo ha hecho. Recuerdo las veces que me escapaba del orfanato con los niños más mayores que yo y acabábamos sentados en la playa de la concha esperando a ver el sol salir, a divisar ese rayo verde que da inicio al día.

Los abro, las luces de la ciudad se ven reflejadas en el agua. Este mar tampoco parece tener final. Siento que cae una lágrima, sorprendentemente no es de tristeza. Cruzo mis brazos bajo mi pecho, los ojos fijos en el bravío oleaje.

El mar es el artista más infravalorado que existe.

— Es curioso cómo algo tan dañino pueda dar tanta paz — murmullo, sé que Ansu está lo suficientemente cerca de mí para escucharme.

— Hay a gente a la que le da miedo — giro la cabeza, lo veo sentado en la arena, quiero bajarme pero sé que los granos se colarán por la falda del vestido.

— A mi me dan miedo cosas de las que se supone que no debería tener miedo nunca — su mirada se encuentra con la mía, niega—. Es cierto, no pasa nada por ello, a estas alturas, aunque condiciona mi vida, no tiene nada que ver a como era cuando era pequeña.

— ¿Y qué es lo que no te da miedo? — suspiro ante su pregunta repentina, fijo mi mirada en el cielo e intento ubicar alguna constelación, algo casi imposible por la cantidad de luz que hay cerca nuestra.

— No sentir nada no me da miedo — murmullo—. Existir en standby, es algo que no me da miedo — le digo girando ligeramente sobre mis pies—. Tampoco me da miedo el universo, aunque sí que me da angustia el futuro — sonrío bajando la cabeza—. ¿Tú a qué le tienes miedo? — veo cómo se quita la chaqueta y la pone a un lado sobre la arena.

— No podría decirte — junta sus rodillas y apoya los brazos sobre las mismas—, lo que más, perder a mi gente — asiento, él me mira de arriba abajo—. Siéntate en mi chaqueta, anda — estira la mano para agarrar la mía, dejo que lo haga y tire de mi—. Cuéntame algo del cielo, astrobiologa — sonrío sentándome a su lado.

— No te puedo decir demasiado, Barcelona está bastante contaminada lumínicamente — chasquea la lengua, su mano juega con la mía, gesto que no me molesta—. Pero por la latitud en la que estamos y la época del año... — miro hacia arriba, centrando el norte — Más o menos entre esas dos farolas — río levantando su mano y señalando el sitio— debería estar la estrella polar, más o menos. Tendrían que apagar todo Barcelona para que se vea desde aquí— escucho su risa a mi lado y llevo la mirada hacia él—. Pero tampoco sé demasiado de astronomía, o sea, me gustaría saber más de lo que sé, me encantan las estrellas — sonrío agachando la cabeza, mi pelo se mueve con el viento.

Noto su mano en mi espalda, agarrándolo y colocándolo de alguna manera para que no vuele tanto. Deja su mano sobre mi hombro y no soy capaz de aguantar la risa que nace de mi.

Manhattan • Ansu FatiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora