Capítulo 7.

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— ¿Y qué tiene este sitio de especial? — escucho su pregunta, me cubro bien con el abrigo cruzando las solapas sobre mi pecho — Porque...

— Es mi sitio favorito en Donosti — ladeo la cabeza y sonrío mirando hacia el mar, me encojo de hombros apretando los labios—. Me encanta la manera en la que el mar parece infinito, todo imposible de tocar, de alcanzar... — me subo en un pequeño muro y me siento, dejando las piernas colgando hacia las rocas—. Para alguien que la gente cree que sabe todo, es bonito sentir que ese todo no existe — sonrío, fijando mis ojos en el sol a mi izquierda, escondiéndose un poco tras el pequeño islote.

— Tu sitio favorito, vaya — se sienta, su cuerpo queda a contraluz del sol—. Me gustan los sitios especiales, es un buen lugar para terminar la ruta de hoy — aparto la mirada de dónde está él para mirar a mis pies, sonrío sintiéndome a gusto a su lado —. Al final tenías razón, San Sebastián se veía en un día.

— Lo más importante, sí — asiento volviendo a mirarlo—. Luego hay cosas que bueno, no son tan importantes, pero está bien verlas también — el mar se mueve revuelto a nuestros pies, los muevo a un ritmo que podría ser parte de la melodía que crean las olas.

— ¿Cómo por ejemplo? — me encojo de hombros algo perdida.

— No sé, alguna que otra cosa habrá por ahí especial — digo, cómo si realmente no me hubiese estudiado cada posibilidad para el día de hoy —. Hacia dónde vivo, vivimos, Bels y yo, hay alguna cosa más. Pero hay que subir en coche y carnet la verdad es que no tengo — le digo con una sonrisa, mirado hacia el horizonte.

— Y coche doy por hecho que tampoco — niego.

— Nunca me ha hecho falta, la verdad — sonrío—. Me muevo por San Sebastián la mayor parte de las veces, la universidad la hice aquí, el máster también — me encojo de hombros—. El viaje más lejano que hice fue para presentar un trabajo que hice mientras estaba investigando — muerdo la punta de mi lengua antes de seguir, sintiendo que he hablado de más—, porque había una universidad interesada ella, tenía a dos departamentos enteros pendientes de si la niña de 16 años la liaba en los laboratorios — sonrío echando todo el aire que tengo en los pulmones.

— Es alucinante que hayas hecho tantas cosas siendo tan joven, ¿qué es lo que te falta por conseguir? — me fijo en su mano, posada al lado de su cuerpo, envidio en cierta manera la forma en la que están quietas, al contrario de las mías que no dejan de moverse.

— Muchas cosas — le digo con una sonrisa genuina—, académicamente hablando parece que no, pero de hecho sí, quizás conseguir un lugar al lado de los grandes científicos con aquella investigación y ser la persona más joven en ganar un nobel de biología — me rasco la nuca antes de suspirar—. También hay otras cosas que no he sido capaz de hacer, y cosas que no he conseguido dejar de hacer — río mirando a mis pies de nuevo—. Como dejar de caminar con los pies en línea cómo si fuera una niña pequeña — aprieto los labios inspirando profundamente, dejo salir lentamente el aire mientras giro la cabeza, lo veo sonreír con los ojos en mis pies.

— Es algo que te hace especial — aparto los ojos de él mirado hacia el otro lado, algo nerviosa por sus palabras—, mi hermano pequeño cada vez que hace algo de clase se sienta en el suelo porque dice que está más cómodo, aunque por la forma en la que lo hace no tiene pinta de serlo — río mirándolo de nuevo.

— Es algo incómodo a veces — muerdo el interior de mi mejilla buscándolo a él —, cuando hay prisa, o cuando llueve — le sonrío, mis hombros se mueven por la risa suave que me nace.

— Bueno, pero es tu esencia, está bien tener algo que te hace diferenciarte del resto.

— Es muy futbolístico por tu parte — llevo a mi boca mi mano derecha y mordisqueo la uña del pulgar—, justificar que destacar está bien, es algo que suelen decir mucho. ¿Por qué te tengo que elegir a ti y no a otro que tiene mejores estadísticas que tú? Bastante frío, si me preguntas, al menos a mi modo de verlo.

Manhattan • Ansu FatiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora