Final A. (Hey Moon - John Maus)

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Ansu.

Abro los ojos, los siento pesados, noto como me pesa el cuerpo más de lo normal. Suspiro apretando los labios, llevo una mano a mi frente y la llevo hacia el pelo, aprieto la cabeza intentando disipar el dolor que tengo en ella. Me levanto y apoyo mis codos en el umbral de la ventana. Me fijo en la luna, que se sigue viendo a pesar del tono anaranjado que tiene la ciudad al amanecer.

No noto el frío del mármol en mis pies, ni siquiera el dolor de la rodilla es tan fuerte como era antes. Desbloqueo el móvil con esperanza de leer un mensaje que aún no ha llegado.

— Ansu, vamos a desayunar — asiento, escuchando de fondo la voz de mi hermana mayor—. ¿Vas a ir a entrenar hoy? — niego.

Irina.

Camino en silencio en dirección al piso de Hannah, me cuelgo bien del hombro el bolso y sigo caminando. Está tan oscuro que da miedo. Pulso en el interfono el número de su apartamento, el frío de la ciudad cala en mis huesos.

Escucho el sonido que hace la puerta al ser desbloqueada y empujo hacia dentro, saludo al portero y voy en dirección al ascensor.

Me apoyo en la pared del cubículo, aprieto las sienes y cierro los ojos. Mantengo la respiración pausada, tranquila al estar por fin en el edificio de mi amiga.

— Buenas noches — ella sonríe desde el umbral de la puerta.

— ¡Mami! — sonrió al escuchar la suave voz de Aritz detrás de la figura de mi amiga— ¿Vamos a casa?

— Sí, cariño — le revuelvo el pelo y entro, mi amiga acaricia mi espalda mientras entro en su apartamento—. ¿Has cenado?

— Sí, la tía Hannah me preparó crema de verduras — asiento con una sonrisa cansada.

Miro hacia mi amiga, que señala a la mesa donde me espera un plato. Suspiro mirándola fijamente.

— Seguir martirizándote para acabar lo antes posible de pagarle a la universidad no te va a salir rentable.

— Tengo que volver a España, Hannah.

Niego con los ojos fijos sobre el pequeño, es una copia perfecta de Ansu. Aprieto los labios y suspiro, a veces no puedo pensar en que pensaría él si lo supiera todo. La culpa me persigue a diario y el trabajo es lo que me permite olvidar un poco los sentimientos que tengo.

— ¿En terapia bien? — asiento aguantando un bostezo.

Ansu.

— ¿Cómo que vas a dejar el fútbol? — asiento dándole vueltas a la tortilla francesa que tengo en mi plato— Ansu, no...

— Ya tengo la carrera, pienso ejercer. No quiero seguir jugando, lo poco que juego por las recaídas que tengo. No quiero seguir pasándolo mal.

— Ansu...

— Papá, ya vale— suspiro—. La decisión está tomada, y me voy a ir de casa.

— ¿Qué?

— Me he comprado un piso en el centro— sentencio, dejo el tenedor sobre el plato y me levanto—. Voy a dar un paseo.

Irina.

Observo la carta que está sobre la mesa, el sobre cerrado con la dirección de Ansu, su nombre completo en el papel blanco. Aprieto los labios y me llevo las manos a las sientes, las masajeo.

— Mami... — murmulla mi hijo, pongo mi cara más tranquila y lo observo—, ¿me cuentas un cuento? — asiento, me levanto, dejando atrás el sobre.

— ¿Qué cuento, cariño?

— El cuento de las dos partículas, mami — sonrío acompañándolo a su cama.

El pequeño se sube en el colchón y se acuesta, me mira con sus brillantes ojos castaños mientras me siento a su lado. Le paso la mano por la frente antes de dejarle un pequeño beso.

Ansu.

Miro hacia la ventana desde mi habitación, suspiro pensando en el pelo rubio de Irina, cierro los ojos intentando recordar su olor y lo preciosa que estaba en el vestido rosa que llevaba la última vez que nos vimos.

— Ansumanne — miro hacia mi madre, con las manos entrelazadas bajo el umbral de la puerta de mi habitación.

— Nada que me digas me va a hacer cambiar de opinión, mamá— murmullo, vuelvo a mirar hacia la silueta de la ciudad condal.

— Lo sé, hijo — siento cómo se posa a mi lado, posa su mano en mi espalda.

— Mamá... — le hablo sin mirarla—, ¿qué hice mal? Desde... desde que se fue Irina nada ha salido del derecho, volví a recaer en la lesión después del mundial, no hay día que me arrepienta de no haberle dicho dos veces que me iba con ella... La echo tanto de menos.

— Es normal, cariño... — escucho su suspiro—. Cuando conocemos a alguien que nos completa de todas las maneras posibles, una vez la perdemos, no sabemos como volver a llenar ese vacío. Te hacía feliz de una manera de la que nadie va a hacerte feliz nunca. Y vivir con ello es... complicado.

— Fue mi culpa, no ir detrás de ella, no seguir a su lado, no... No puedo seguir así, mamá, me duele aquí— pongo mi mano sobre mi pecho, suspiro negando—. No quiero seguir así.

— Ansu no...

— No voy a hacer nada de lo que me arrepienta, mamá... Ya me arrepiento de no haberla seguido cuando tuve la oportunidad. Ahora... quiero, no, necesito cambiar mi vida, mamá. No puedo seguir aquí, pensando en las veces que cenamos juntos, y que... — niego.

— Lo entiendo, hijo.

Irina.

— ¿Y qué pasa, mamá? — murmulla Aritz.

— Pues que las dos pequeñas partículas se separan, pero por una cosa u otra están unidas para siempre — él asiente—. Y se echan de menos hasta que el universo decide volver a ponerlas en el mismo sitio, porque es algo que seguro que va a pasar.

— Tu demostraste eso, ¿verdad mami?

— Sí, cariño.

— ¿Y tú has perdido a tu partícula, mami? — suspiro mirándolo fijamente, él cierra sus ojos y se coloca bien entre las almohadas.

— Todos perdemos partículas, cariño — le acaricio la mejilla y dejo un pequeño beso sobre la misma—. Buenas noches, mi amor.

— Bona nit, ama.

Salgo de la habitación dejando entrecerrada la puerta, camino de nuevo hacia el salón y me siento, otra vez, frente a la mesa y, por ende, a la carta. La cojo entre mis manos y le doy vueltas.

— Mami... — frunzo el ceño mirando hacia Aritz, parado en el pasillo.

— ¿Ha pasado algo?

— Me da miedo quedarme sin partículas— río yendo hacia él, lo agarro entre mis brazos y lo levanto.

— Nunca te vas a quedar sin ellas, mi amor — beso su frente—. Yo me ocuparé de que nadie te las robe.

Espero hasta que se quede dormido para irme hacia la cocina de nuevo. Agarro la carta y la guardo en los cajones del mueble de la entrada, vuelvo a sentarme en el mismo sitio de antes y apoyo mi cabeza contra la mesa de madera.

Mis ojos van hacia la luna, que parece brillar más que nunca esta madrugada de invierno. Una pequeña lágrima se desliza por mi mejilla, la limpio con rapidez.

— Lo siento, Ansu — murmullo a la luna.

Manhattan • Ansu FatiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora