CAPÍTULO II

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Bruno se miraba al espejo continuamente, ansioso ¿Era el mismo en ambos lados? Por qué lo único que veía a través del cristal era la persona que todos decían que era; La que atrae cosas malas, que es envidioso con la felicidad de los demás, que no soporta ver como alguien celebra sus méritos, siempre vil y cruel hasta con las personas que ama.

— N-no es verdad... No eres esa persona. — Tocó el cristal, desesperado.

Su reflejo se distorsionaba ante sus ojos, podía verse con un aura verde y negra contrastando su figura, una sonrisa siniestra y el iris de sus ojos brillar.

— ¡No es cierto! — Gritó, el cristal se rompió al hacer tanta presión.

Bruno se estaba volviendo loco encerrado, pero si salía todos lo quemarían vivo.

Además, extrañas visiones cortas y que se desaparecían al pestañear comenzaban a presentarse, no sabía si era por lo mismo de permanecer encerrado durante días o por qué el trato de su familia como «el villano de la historia» le taladraba la cabeza.

Quién sabe cuántas cosas más dijo su familia para arruinar su reputación y no solo estaban arruinando eso, también su vida.

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— Si él tiene hambre, que baje a comer entonces. — Alma discutía en la cocina con su hija, ella bajaba la cabeza.

Dolores había escuchado todo, su madre le decía que le informara de todo lo que pasara en la casa y fuera de ella, era una tarea complicada para una pequeña niña que aún no tenía dominio sobre su don, sin embargo, al escuchar tantas cosas malas sobre su tío, corrió a contarle a todos.

— ¿Entendiste? —

— Sí, Ma... — Tristemente suspiró Julieta, como no pensó en Dolores, no entendía por qué Pepa estaba de acuerdo con su mamá pues no se quejaba ni protestaba por el trato digno de Bruno.

El único motivo de felicidad en ese momento era su pequeña Mirabel, que apenas aprendía a caminar y hablar, su única distracción para escapar de su horrible realidad con su familia.

— ¿Hice algo malo por decirte? La abuela regañó a la tía Juli por mi culpa... — Dolores estaba sentada sobre su madre, que la peinaba.

— No digas eso, hiciste bien en avisarme. Verás, tú tío Bruno no es una buena persona, es mejor estar lejos de él. — Dijo suavemente Pepa, Dolores creyó en su madre.

Más días fueron transcurriendo, Bruno no podría soportarlo más, cuando creyó que su enojo y tristeza habían desaparecido, decidió salir de su torre enfrentando a su familia.

Fue en la mañana, un poco de los rayos del sol por fin tocaron su piel, se sentía cálido, respiraba ese aire a naturaleza, flores y por supuesto, café.

Nadie lo esperaba para el desayuno, fue una sorpresa.

— Bruno... — Su madre lo miró. — Siéntate. —

Bruno esperaba una disculpa, un "¿Cómo estás?" mínimo un poco de cariño, pero no fue así, ni por parte de su madre ni de sus hermanas. Julieta solo bajaba la cabeza.

El desayuno fue incomodo, nadie hablaba.

Bruno pensó que su simple presencia ya era molesta, quizá no debió salir, mirar las malas caras de su familia le punzaban.

— ¡Dios! Camilo estuvo llorando toda la noche y... — Pepa recién levantada se calló cuando miró a su hermano.

— ¿Estás bien? Puedes desayunar y después volver a la cama, Julieta puede cuidar por unas horas a Camilo. — Su madre le habló delicadamente. — Te haré un té. —

— ¿Qué? Mamá yo tengo otros pendientes... — Julieta protestó, la pequeña Mirabel se bajó de la silla y empezó a correr alrededor de la mesa.

— ¡Ayuda a tu hermana Julieta! —

La mencionada solo se estresó más, cuidar a dos niños que están en la etapa más hiperactiva de su vida al mismo tiempo sería un verdadero dolor de cabeza.

Alma regresó con el té para su hija, de nuevo, en silencio, Pepa lo bebió, desayunó y volvió a la cama al igual que todos a sus respectivas actividades. Lamentablemente Félix había salido desde muy temprano con Agustín para encargarse de algunas actividades pesadas llevándose a Luisa.

— ¿Puedo ir a jugar con Dolores? — Isabela jaló la falda de su madre.

— Pero tengan cuidado. — Julieta trataba de alcanzar a Mirabel, en el cochecito que estaba a su lado Camilo también comenzó a sollozar, él odiaba estar en él, quería correr como su prima.

— ¡Puedo ayudarte! — Bruno dijo.

— N-no es necesario Bruno... —

— Claro que sí, con dos mini bestias como estas jamás podrás sola. — Sonrió levantando a Camilo del cochecito. 

— Eres el mejor hermano, te amo. —

Julieta tras atrapar a su hija la dejó ahora en el cochecito para ir a lavar los trastes, recoger la mesa y hacer más comida para los enfermos en el pueblo.

Bruno se sentía tan feliz de cuidar a sus sobrinos, aunque muy rara vez lo hacía, no tenía experiencia por que desafortunadamente jamás se casó y tuvo hijos, igual no era necesario cuando tenía a su familia.

Ambos, tan chiquitos y frágiles.

Que pensó que podría romperlos.

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— ¡¿ERES ESTÚPIDO ACASO!? —

— F-fue un accidente... —

— ¡CLARO, COMO NO TUVISTE HIJOS NO SOPORTAS QUE ALGUIEN MÁS LOS TENGA! — Pepa estaba furiosa, la nube que tenía encima era gris, muy oscura la cuál soltaba rayos y truenos.

— ¿Qué hiciste Bruno? — Alma llegó corriendo a la escena.

Casi se desmaya cuando ve gotitas de sangre sobre la ropa de su nieto, algunos raspones en su carita y obviamente, un llanto incalmable, Camilo gritaba y lloraba con toda su fuerza.

Mirabel también estaba incontrolable, al igual que su primo, tenía heridas, pero más leves que él.

— ¡BRUNO! ¿QUÉ FUE LO QUE HICISTE? — Alma no entendía por qué su hijo era tan... Insensible.

— Y-yo... —

— Mirabel, ya, ya... — Julieta la arrullaba levantándose y corriendo de nuevo a la casa para curar las heridas.

— ¡Eres un monstruo! — Pepa también tomó al pequeño sintiendo mucha impotencia.

El viento soplaba horriblemente, la lluvia ni siquiera era lluvia, solo eran rayos y truenos que golpeaban con fuerza todo a su alrededor. Bruno respiraba rápidamente, se quedó de pie mirando sus manos, estaba temblando y sentía que en cualquier momento iba a desmayarse.

— ¿¡Qué carajos es lo que te pasa!? — Otro golpe, su madre lo empujó haciéndolo caer.

Bruno reaccionó encontrándose con la mirada de odio puro de su progenitora.

— ¡Es qué no puedo comprender tu comportamiento! ¿Estás celoso acaso? —

— ¿T-tú me crees capaz de hacer a-algo así...? —

— ¡Solo mírate y mira a tus hermanas! Ellas no merecen tu envidia y rencor. — Bruno solo apretaba sus labios, reprimiendo sus emociones.

— ¡Es mi familia! ¿C-cómo p-podría hacerles daño...? —

— Pues lo estás haciendo, nos estás haciendo daño Bruno. — Alma lloraba melancólica. — Isabela dijo que tú empujaste el carrito de los niños... Y que no hiciste nada para detenerlo. —

Eso le cayó como agua fría ¿Por qué el recuerdo que tenía era borroso? Él nunca sería capaz de tal atrocidad, pero si de algo estaba seguro, es que solo los borrachos y los niños dicen la verdad ¿Qué ganaba Isabela diciendo que era su culpa? Nada, era solo una niña contando lo que vio. 

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora