CAPÍTULO XXIV

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El aroma de las diferentes flores le daba al lugar un ambiente tan tranquilo y sublime, flores de todo tipo, de diferentes colores, de diferentes formas. Rodeado por sus pétalos y magnífica belleza, Bruno se sentía como una planta marchita a punto de perecer.

Isabela bajaba de su cama gracias a las enredaderas, no quería que la vieran triste ni mucho menos llorando. Con cautela caminó hacia la mesita recogiendo la bandeja y llevándola a su colchón, había una nota a su lado, sonrió un poco, esos pequeños detalles le hacían sentir el apoyo de su padre, aunque no tuviera las fuerzas para verlo.

Tras probar bocado lo sintió demasiado desabrido.

— ¡Ay, papá! — Desde que su madre enfermó, ahora su padre se encargaba de cocinar, no siempre, pero si la mayoría de veces.

— ¿Un poco de sal? —

La menor casi se cae de espaldas al escuchar la voz.

Frente a ella se alzaba su tío, tan apacible de pie entre su jardín de tulipanes, aplastando algunos. Entre su mano izquierda tenía una rosa que pegaba a su mentón, con la derecha tomó un puñado de sal y la aventó sobre su hombro, con su capucha puesta no podía ver completamente su rostro, el iris de su ojo verde estaba clavado en ella.

Era como una especie de maleza creciendo entre preciosas flores.

Entonces recordó la visión y el miedo comenzó a surgir en ella.

— Perfecta, bella Isabela. —

— ¿C-cómo? Q-quiero que salgas de mi habitación. — Fue lo primero que pensó, si se había encerrado ahí era por algo.

— ¿Ni siquiera me vas a invitar a beber el té contigo? —

— ¡Vete! — Gritó.

— Oh, de verdad quisiera, pero, tienes una deuda que pagar. — Sonrió mostrando sus dientes.

— No voy a escucharte, largo. —

Isabela se cruzó de brazos dándole la espalda, aunque se moría de miedo por saber que la profecía podía cumplirse, se defendería con todo lo que pudiera para salvarse.

— ¿Culpar a tu hermana por la muerte de tu prima sin tener una sola evidencia? ¿Tan bajo has caído? —

— ¿Y qué importa? A nadie en esta familia le interesa Mirabel. —

— Tú lo has dicho. —

Isabela se dio cuenta de sus palabras, eran tan crueles e inhumanas, pero acaso ¿Estaba mintiendo? Por qué solo veía a sus padres preocupados por ella, mientras que a todos les importaba un comino, inclinando su dolor a su prima muerta.

— Por eso vine, porque soy el karma y necesito soldar cuentas. — Continuó ahora caminando hacia ella.

— No te acerques. — Las enredaderas le prohibieron el paso. Bruno esbozó otra sonrisa.

— Isabela no seas tan juiciosa, todo te puede pasar. —

— ¡Vete! No tienes nada que hacer aquí. —

Bruno se quedó inmóvil, sabía que arrebatarle la vida sería todo un reto, también sabía que no tenía mucho caso hacerlo, pero siempre hay una excepción, ver desde el otro lado como Isa abusaba de la buena voluntad de Mirabel le daba rabia.

Él apretó los pétalos y los tiró lentamente, para que ella viera todo el mal que era capaz de cometer.

— ¡Basta! — Con un movimiento ordenó a las plantas enredarse en las manos de su tío, sometiéndolo. Este no hizo ninguna protesta. — Tú no eres nadie para venir a amenazarme. — Se paró frente a él.

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora