CAPÍTULO XXIX

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Ahora, el que parecía confundido era Camilo, por qué Bruno fue más rápido antes de que pudiera decirle las cosas más insolentes, no importaba que tan bajo significaba caer.

Gotitas de sangre chocaron con el suelo, otras escurrían desde su frente hasta su mentón.
Estaba en una gran desventaja, el que su tío lo sometiera no solo mentalmente, sino también físicamente obligándolo a permanecer arrodillado frente al espejo con las manos atadas detrás de su espalda y que le jalara bruscamente del pelo, era más que humillante.
Sumándole a qué su sentido de pertenencia lo estaba abandonando y su equilibrio mental se desplomaba.

Estaba cansado de todo, de sí mismo y de los demás, cansado de toda la gente, de su familia, de sus amigos, se mantenía irritado la mayor parte del tiempo, todo le disgustaba y nada le parecía. Su complejo de superioridad y egocentrismo lo mantenían a pie y al mismo tiempo no eran suficientes.
Por qué su don se había vuelto una abominación, estaba cansado de no poder ser él, de fingir ser otra persona. Que su abuela le hubiera negado el derecho a ser quién realmente es, por qué él no servía de nada.

Únicamente quería desaparecer, si nadie valoraba quién era en verdad ¿Qué caso tenía entonces? Vivir de apariencias le funcionó bastante bien, hasta que comenzó a sufrir las consecuencias; una crisis de identidad. ¿Qué significaba ser Camilo? o mejor dicho ¿Quién era Camilo?

Las lágrimas brotaron nuevamente, sus ojos se cerraron en consecuencia del dolor y sufrimiento que arrastraba.

— Es duro, que te exijan más de lo que puedes ser capaz. — Susurró en su oído. — Ponerte una carga sobre los hombros y que nunca estén complacidos por lo que haces, yo te entiendo Camilo. —

— N-no, no lo haces. —

— Claro que sí, pero, además, te desprecio como no tienes idea. Yo también estoy harto de todo esto, por eso yo sí voy a hacer algo al respecto. —

— Preferiría ser cualquier otra persona ¡Es muy difícil ser yo! —

Un segundo golpe contra el cristal le nubló la mente, un mareo repentino hizo que perdiera, por unos segundos, la noción de las cosas. El rostro le ardía, se sentía muy caliente, también sentía pequeños trozos de cristal clavados en su piel.

Escuchaba lejana la voz de Bruno hablarle, no le prestaba atención por qué estaba demasiado ocupado tratando de no desmayarse.
El tercer movimiento fue el más brusco, su cabeza se golpeó fuertemente contra el piso. Un peso encima del costado de su oreja lo pegó aún más.
El pie de Bruno aplastando su cabeza se volvió desgarrador. No podía evitar dejar de llorar y maldecirlo entre su martirio.

— Observa las cabezas de la gente rodar. — Susurró.

Se alejó, dejándolo llorar en el piso sin poder moverse por el temor.
Los ojos de Camilo se apretaron con fuerza, los suaves rizos cayeron por su rostro impidiéndole ver con claridad, debido a su inestabilidad no era capaz de reincorporase y enfrentarlo como se lo había propuesto.

Un zumbido pasó por sus oídos, el lazo entre sus muñecas comenzaba a ser muy incómodo. De nuevo, todo permaneció quieto.

Ciertamente le tenía más temor al silencio que al propio ruido, no sabiendo que podía significar un cuarto vacío, pero el que su tío se haya ido no era la opción más lógica. Entonces un escalofrío recorrió su espalda, pensar que podía estar detrás de él planeando la cosa más espantosa e inhumana lo puso a la defensiva.

Las cortinas, pedazos de tela, mantas, sábanas e incluso papel periódico, fueron cayendo poco a poco. Bruno estaba dejando al descubierto los espejos que Camilo se había esforzado por ocultar.

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora