CAPÍTULO XIII

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— Debiste decírmelo en cuanto viste la visión ¡Piensa en la familia! — La abuela estaba furiosa, su relación con los Guzmán fue de lo peor y ahora la gente estaba tan asustada preguntándose por la magia.

— ¡Estaba pensando en mí hija! — Agustín no toleraba a su suegra, la había soportado bastante tiempo y le aceptaba algunas cosas, pero cuando se metía con su familia, entonces también él sacaba las garras.

— Mamá... Siempre fuiste muy dura con Mirabel... Y con Bruno. — Se atrevió a decir.

— ¡Bruno dejó esta familia! Él se fue Julieta, nos hizo un gran favor al alejarse. —

— ¿¡Y sí mi hija también se va entonces que haremos, eh!? — Julieta alzó la voz.

— Julieta... — Agustín susurró.

— ¿¡Qué haré si Mirabel también deja esta familia!? — Las lágrimas comenzaban a brotar.

— Mirabel estaba en la visión por una razón, y las visiones de Bruno siempre terminan mal. — Fue lo último que dijo antes de marcharse para hablar con el pueblo.

Desde la tragedia con la ceremonia de su nieta, Alma la rechazó completamente, a veces de una forma descarada y otras veces de forma indirecta, Mirabel lo sabía. 

El patrón se repetía, Alma vivía una vez más lo que vivió con su hijo, ellos querían con fuerza a su familia, eran Madrigal como los demás y eso no lo podía ver la matriarca, condenando a ambos como invitados no deseados.

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Sus ojitos se acoplaban a la enorme oscuridad donde la única fuente, al parecer, era una vela postrada en un candil sobre la mesa. Su cuerpo se sentía muy pesado y débil, estaba como somnolienta, el golpe que recibió podría ser la causa... O algo más.

Los únicos ruidos que alcanzaba a oír eran el sonido de envolturas, pequeños golpeteos en las maderas y chillidos que supuso eran de animales. Intentó reincorporarse con esfuerzo, su cabeza también daba vueltas teniendo la sensación de mareo.

— Mamá... — Murmuró, le costaba ver bien el lugar por qué no tenía sus gafas, con su mano las buscó a su alrededor, solo sabía que estaba sobre un colchón duro.

— Bastante cerca. — La segunda voz la alertó, no estaba sola y estaba algo sensible como para recordar los antecedentes que la pusieron en esa situación.

Bruno se levantó de su sofá carmín desgastado, expulsando el humo de su pipa y caminando hacia una mesa donde nuevamente el cristal de esmeralda brillaba, unió la última pieza con delicadeza completando el rompecabezas, era igual a como la recordaba.

— Se supone que nadie vería la visión. — Siguió hablando. — Pero era inevitable, de todas formas, lo harían tarde o temprano. —

— ¿Q-quién eres...? — Preguntó.

Silencio.

— Afortunadamente no será la única que verán, hay más. — Jaló una manta negra que mostraba otros cristales apilados unos a los otros en otra mesa, su haz de luz iluminaba esa parte reflejando la silueta de su tío.

— ¿Bruno? — Entrecerró sus ojos para poder mirar mejor.

El mencionado camino hacia ella le puso las gafas encima de su falda, Mirabel las tomo ahora sí viendo la imagen de su tío, a falta de iluminación era complicado ver su rostro.

— Sabía que el destino algún día me haría justicia. — Volteó a verla quitándose el gorro de su ruana, mostrándose ante su sobrina. — Y qué mejor que hacerla yo mismo. — Sonrió.

Su sonrisa le dio escalofríos, era de esas sonrisas con segundas intenciones, como la de Camilo antes de traicionarla. No quería darle la razón a su familia, pero era igual a como decían, un hombre alto, viejo y acabado, extremadamente delgado, tanto que podía ver algunos huesos sobresalir entre la piel como en sus manos.

Las ojeras debajo de sus ojos lo hacían ver espeluznante, algunas arrugas se formaban cuando reía mostrando unos dientes afilados, tenía todo el perfil de villano, quién sabe si su juicio sería tan aterrador como su apariencia. Lo que más pavor le dio, fue ver directamente a sus ojos... u ojo, en el derecho tenía un parche y en el izquierdo su iris mostraba un brillo sospechoso.

Bruno adivinó la mente de Mirabel, lo que pensaba pudo descifrarlo.

— Te sorprende ¿No? Me lo quité hace años. — Señaló el parche.

— N-no entiendo. —

— Ya lo harás, deja todo en mis manos. — Tomó su mentón delicadamente. — He estado observando desde las sombras, el destino también te condenó a una vida horrible, pobre Mirabel, incluso desde niña ya eras una víctima; sin reputación y sin don. —

Sus palabras le dolieron, ella no recordaba mucho, pero lo poco que tenía era una imagen más gentil sobre él. 

Muchas sorpresas se llevó en un solo día, lo que le dificultaba poder pensar con claridad, creyó que su Tío se había ido para siempre, que había escapado del encanto, también pensó que estaba muerto.

Tantas posibilidades igual de imposibles, podía comprender que todo estaba conectado a él y a la vez la suerte estaba de su lado, lo único que no entendía era lo que pensaba hacer, fuera lo que fuera apostaba a que no era nada bueno.

— Te dejaré descansar por ahora, ese golpe no fue nada inofensivo. —

— Espera ¿Q-qué es lo que harás? —

— Venganza, Mirabel. —

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora