CAPÍTULO XVI

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No pudieron encontrar a Mirabel por ninguna parte, buscaron en todo el pueblo preguntando a los habitantes si la habían visto, todos negaron la presencia el mismo día de la propuesta, nadie la miró correr por ahí, entonces se adentraron al bosque y los límites del pueblo gritando su nombre, observando si dejó huellas o pistas que dieran con su paradero.

Uno, dos, tres días pasaron de aquel incidente, su búsqueda no arrojaba ningún resultado, era como si el viento se la hubiera llevado así sin más.

La más afectada, eventualmente, fue Julieta que pareció haber perdido la felicidad a partir del segundo día, se veía muy decaída descuidando la cocina pues ella iba con su esposo a buscarla dejando de lado sus labores domésticas, el tercer día ya no salió por presión de su madre que le dijo que se encargará de los platillos y que dejará a los demás buscar a su nieta.

Al final del día, los Madrigal volvieron agotados por las largas caminatas bajo el sol. Agustín entró primero a la cocina y fue bien recibido por su amada que mantenía viva la esperanza.

— ¿La encontraron? — Preguntó limpiando sus manos con un pañuelo.

Agustín no dijo nada, su silencio fue un simple "No".

De nuevo esa angustia la invadía, sin advertencia, sin segunda oportunidad, Mirabel había dejado a la familia que tanto la lastimó, lo que temía por ella se había vuelto realidad.

Retrocedió sin poder creerlo, su corazón latía con fuerza y en cuestión de segundos cayó al suelo agotada ocultando el rostro entre sus manos.

— ¡Juli! — Su esposo actuó rápidamente rodeándola con sus brazos calmando su tristeza.

— E-ella se fue, s-se fue, nos dejó. — Sollozaba completamente destrozada aferrándose a su marido.

Algunos miembros acudieron al lugar preguntándose qué había pasado, miraron la escena sintiendo esa misma tristeza que transmitía la mayor de los trillizos. Agustín la llevó a su habitación y recostó en la cama, necesitaba descansar de los líos que atravesaban en esos momentos.

Julieta enfermó de tristeza, se veía sumamente decaída y sumida en la pena de perder a aquella hija que amó con todo su corazón, la cocina quedó vacía y no hubo remedios para el pueblo durante mucho tiempo.

Los consuelos no eran suficientes para llenar su vacío, necesitaba ver a su Mirabel o mínimo encontrar algo relacionado para saber si en todo caso... había fallecido; le darían el sepulcro que merecería, pero necesitaba algo, un rastro que seguir. 

— Lo siento mucho, hermana. — Pepa le hacía compañía viéndola postrada sobre su cama, se veía fatal.

— Mi niña... — Murmuró.

— Es una pena que las cosas hayan tenido que acabar así. — Su madre, al otro lado la compadecía.

Ella se volteó, una mirada extraña poseía en sus ojos.

— ¿Ya estás contenta? —

— ¿Qué? — La abuela se sorprendió.

— Quiero decir... N-nunca la trataste como a los demás, siempre la hacías de lado porque no tenía un don ¿Ya estás contenta de que se fuera? — Repitió.

— Y-yo... Claro que no, que cosas dices Julieta. —

— T-te dije que si ella se iba yo no lo soportaría. — Su voz se escuchaba cada vez más quebrada. — N-no puedo con este dolor que me está matando lentamente. —

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora